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Categoría: Urbanos

Mi buena obra

Buena Obra

Todos los días caminaba por las mismas calles para dirigirme al restaurante donde degustaba una deliciosa taza de café y leía mi periódico, siempre en la misma mesa y a la misma hora. A esa hora el tráfico vehicular, el calor y los transeúntes hacían del centro de la ciudad una especie de infierno urbano muy molesto. Entre tanta gente desconocida había algunas caras que ya me eran muy familiares como la de la señora del puesto de periódicos, el policía gordo que recibía una especie de indulgencia de cada chofer de camión urbano que con una sonrisa hipócrita daban en un saludo apretado la cuota, pero sin duda que los rostros mas familiares para mi eran la de los vagabundos, indigentes y drogadictos que hacían de las calles y rincones de la ciudad su hogar, pero entre todos ellos había uno que siempre me saludaba muy amablemente, era diferente a los demás, no te pedía una moneda, simplemente te deseaba un buen día, al instante sentías tremenda lástima y casi automáticamente de las bolsas de tu pantalón salía una moneda, ese hombre debía tener unos 50 o 60 años, su cabello largo y su barba, casi blancas, lo hacían aparentar más, su cuerpo delgado y cubierto por ropas que ni siquiera eran de su talla pero lo protegían del sol y lo mantenían cubierto cuando las noches refrescaban estaban muy sucios, y su piel oscura por la mugre escondía pálidas manchas blancas. “Ese hombre pudo haber sido mi padre” me aterrorizaba al pensar en eso, pero me compadecía de la desventura de ese hombre. No pude haberme sentido más culpable como cuando una vez lo vi tirado y tosiendo, apenas podía hablar y se cubría la boca con un trapo tan sucio como su ropa, lo único que se me ocurrió en ese momento fue rogarle a Dios porque lo cuidara, darle las gracias por no estar en la misma situación y pasar de largo como si no lo hubiera visto. Sin embargo esa vez el café no me supo tan bien como otras veces, el restaurante estaba un poco más ruidoso que de costumbre, el periódico traía textos más extensos y difíciles de comprender y el calor era insoportable, pero a todo esto no dejaba de pensar en la suerte del pobre hombre. Esa noche en mi casa, recostado sobre mis brazos y con la vista fija al techo, pensaba en que dirían de mi mis amistades si ayudaba a un hombre así, pensarían que estoy loco, en estos días confiar en alguien es cavar tu propia tumba, se que la iglesia predica que se practique la caridad, pero con nuestros semejantes, ese pobre viejo jamás se acercaría a mi nivel ni siquiera un poco, por lo tanto no se asemeja en nada a mi, yo, un hombre que produce y brinda ganancias al país, buen ciudadano, nunca me pierdo las elecciones, pago mis impuestos y sobre todo asisto a la iglesia y doy mis diezmos, ¿Cómo habría de semejarse un vagabundo que solo Dios sabe que pecados cometió para llegar hasta donde esta? Aun así mi corazón me decía otra cosa, “tienes que ayudarlo” pero ¿como? De repente vino a mi mente iluminada por Dios la frase “hay cosas que solo Dios puede dar, pero el hombre ayuda a que estas sucedan” así que al día siguiente convencido de que estaba en lo correcto entre a una tienda sin que nadie me fuera a ver, podrían pensar mal de mi, y compre algo sencillo pero útil para esta situación. Hice todo como de costumbre, solo que esta vez cuando pase y volví a ver tirado al pobre hombre le sonreí y le dije que tenía una sorpresa para el, pero que se la daría más tarde, en esos momentos había mucha gente y no era bueno para mi que me fueran a ver. La noche llego tan lentamente aquel día y observe la hora en mi reloj, las 10:00 de la noche, a esa hora en el centro solo quedaban rastros de lo que había sido un día de continua actividad comercial y trabajo, entonces salían de todos los rincones esos oscuros personajes cada uno con una historia oculta, entre ellos, aquel viejo hombre enfermo. Me dispuse a salir a buscar al hombre mientras la duda y el miedo me hacían arrepentirme de lo que iba a hacer, pero ¿Cómo podría ser eso? Es una buena obra, es algo que nunca nadie haría por el viejo, de hecho debería ser así con cada alma perdida que deambula por las calles sin oficio, ni beneficio. Aunque por esta vez solo podría ayudar a uno. Por fin lo encontré en el mismo rincón acurrucado y tosiendo, volví a dudar, pero al oírlo toser de nuevo recuperé la seguridad, me encontraba en una escena que jamás imagine en mi vida, yo parado frente al viejo hombre que me miraba con un brillo singular en sus ojos, sabia que estaba ahí para ayudarlo, me asegure de que nadie estuviera pasando por ahí u observando, abrí la bolsa de papel que contenía “la sorpresa” y extendí mi brazo hacia el hombre, quien sorprendido me miro incrédulo, pero a la vez un gesto de satisfacción que inmediatamente se esfumó con los primeros dos balazos que le di en la frente, dejándose caer inmóvil sobre el asfalto y uno más para asegurarme que no sufriera más en el corazón. Los estruendos de los disparos irrumpieron el majestuoso silencio que se impregnaba a lo largo de toda la calle principal y las calles adyacentes. Guarde el arma, sabia que me serviría más adelante para ayudar a más gente a ya no sufrir todo lo que la ingrata vida les ha quitado. Aun puedo ver la sonrisa del hombre que permanecía sin vida en el piso, como agradeciéndome el favor. Me alejé lentamente del lugar y simule como si nada hubiera pasado, regresa a casa y pensaba en “la buena obra del día” que había hecho, sin embargo me preocupaba que las autoridades podían detenerme por portar un arma sin permiso, aunque conociendo las políticas legales de este país, me preocupaba más como deduciría en impuestos la compra del arma, eran las 10:30 me sorprendí de lo eficiente que había sido en ayudar a un hombre en menos de media hora, considerando esto me pregunto cuanto no haríamos todos los mexicanos unidos, por ahora debo pensar quien será el próximo afortunado que reciba mi ayuda, esto de la caridad es cruel, pero me esta gustando, me pregunto como no entendí antes todo esto de la caridad que la iglesia predica hasta con el ejemplo, eso me da una idea de cómo somos malos cristianos y egoístas, pero también me da mucho sueño, pensándolo bien, mañana será otro día para practicar la caridad y otras doctrinas que aun no he puesto en práctica.

David Yaurima P.
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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