Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Terror

MeNSaJe RoJo

Es ahora, en la era del progreso y la comunicación, cuando la ciencia se ha cerrado simplemente a aquello que por su carácter físico puede ser medido y estudiado bajo distintas magnitudes y propiedades, olvidando aquellos hechos que por su índole tal vez metafísica no puedan ser explicados acorde a las leyes, que según creemos, gobiernan el universo. Son estos mismos hechos, los que los medios de comunicación tratan totalmente de sepultar bajo toneladas de desinformación.
Es ahora más que nunca cuando podemos decir que el mundo no progresa, sino que está sufriendo una retroevolución.

Fue la curiosidad la que me llevó a conocer un caso aun no explicado por la ciencia. Un caso sobrecogedor que el gobierno se encargó de negar rotundamente. Fue este caso verídico acaecido en un pueblo llamado Wingeldam, al suroeste de Virginia EE.UU. el que abrió las puertas de mi imaginación; el mismo caso que pasó a los anales de la historia moderna de la parapsicología como el caso “Red-Message” (Mensaje en Rojo). Y aunque la historia se encuentre mínimamente desfigurada para con estas palabras intentar despertar sentimientos de dudosa procedencia en el lector, la trama principal no ha sido alterada; la misma trama que aun causa pavor a los estudiosos del tema y recelo al periodista incrédulo.


RELATO EXTRAIDO DEL DIARIO DE WALTER DONNOVAN
DIA 10-FEBRERO-1988

Hoy será un día que mi memoria guardará para la posteridad. Pero no será debido a sucesos que alegran el alma y encogen el corazón haciendo derramar lágrimas emocionadas; sino a sucesos que entierran la lógica y destrozan las barreras y pilares que delimitan el mundo conocido. Sucesos que causan pavor y estremecimiento a las personas que lo protagonizan, sucesos que causan el asombro y perplejidad de aquellas personas que lo presencian, y porqué no, también la locura del investigador sugestionable.

El día comenzó como tantos otros días en los que he prestado servicio a la comunidad. Mi turno de patrulla comenzaba a las 5:00 a.m. y todo hacía suponer que iba a ser un día aburridamente mellizo y asquerosamente normal. La reiteración hace que una persona se plantee nuevas fronteras y problemas que afrontar y abordar; mi reiteración estaba en vigilar día tras día el tráfico que pasa por la carrera del colegio tanto a la hora de la entrada como a la salida de este, reiteración en la alarma del pequeño comercio avisando de un atraco a punta de navaja y en contadas ocasiones con armas de fuego, alarma ante algún joven fumando hachís, alguna multa por exceso de velocidad y alguna anciana que debido a la antigüedad de su columna vertebral ha quedado privada en medio de la calle; a esto se veía reducido mi trabajo diario. Pero este día me esperaba con sorpresas que atiborrarían las columnas de sucesos de los periódicos, llenarían de relatos cortos las novelas de terror y serían contadas a los niños por sus abuelas en las noches más oscuras.
A partir de hoy, nuestro pueblo será conocido por un suceso sin resolver que alimentaría al mito para olvidar a la leyenda y así convertirse en realidad.

Es hacia las seis cuando el pueblo comienza a despertar, y los más tempraneros salen de sus casas. En el cielo se dibuja ya un atisbo de luz que convierte en tonos rojizos lo que hasta el momento era completamente negro en el firmamento. Me encanta esa sensación, el estar en pié antes de que comience un nuevo día.
Las calles huelen a repostería y a pan, el frío se siente en la cara, pero no en los huesos, y ayuda a un nuevo despertar. Siempre encuentro a algún jovenzuelo descarriado que aun está volviendo de fiesta y deambula prácticamente sin dirección por las calles intentando regresar a su casa; no reparo nunca en darles un buen susto.
Y mientras, el silencio que lo envuelve todo empieza a disiparse, y poco a poco el bullicio de un nuevo día empieza a sentirse. Las líneas de tren y de autobuses inician sus trayectos, la gente empieza a coger el coche para ir a trabajar o a estudiar a la ciudad, y aquí y allá, encuentras a algún perro paseando a su amo que anda aun totalmente dormido. Adoro mi pueblo. Adoro Wingeldam.

El audífono de mi coche patrulla estaba un poco viejo y se pasaba todo el día en silencio recogiendo extraña vez algún comunicado, que en la mayoría de los casos era alguna interferencia de la radio de los taxis, de los autobuses o incluso la emisora local. Pero aquella vez lo que se escuchó fue diferente, fue la dulce aunque temible voz de una mujer a los mandos de los micrófonos de la central de alarma de la policía del distrito:
“…..as las unidades, tenemos un 343 en ….. ….. ….., repito,….. ….. 343 en el 23/30 de la Calle San Francisco….. ….. ….. Ningún oficial en peligro. Repito…..”
La radio continuaba sonando, pero en medio de aquella sórdida nube de emisoras confusas solo alcanzaba a creer oír la confirmación de los diversos agentes avisando de su asistencia al 23/30 de la Calle San Francisco, sin embargo, lo que decían se hacía prácticamente ininteligible.

¿Un 343?, ¿Había oído bien?, Aquello aunque no podría asegurarlo era un intento de suicidio; en aquel momento odié quedarme dormido en las clases y no estudiar los códigos de la policía, ¿Y si estaba en lo cierto? ¿Y si era un intento de suicidio? Esto no me había pasado jamás en todos mis años de servicio. Wingeldam siempre había sido un pueblo tranquilo.
Casi podía imaginarlo: veía al típico maníaco depresivo en el alfeizar de la ventana amenazando con saltar al vacío, más por crear expectación a su alrededor que por verdadera angustia, y me imaginaba aquella situación puesto que la radio avisó de que no existía ningún oficial en peligro, luego la posibilidad de que el mismo maníaco depresivo estuviera atrincherado en su casa tanto con un arma blanca como con una de fuego se veía reducido prácticamente a una posibilidad nula.

Apreté el pedal del acelerador.

Las sirenas de mi coche resonaban en las calles creando ecos aquí y allá, y las luces de las sirenas se encargaban de teñir mis alrededores en un color rojo anormalmente llamativo y peligrosamente azulado. Todos los semáforos pasaban sobre mi cerrados y los coches asustados se retiraban a los límites de las calzadas.
Sólo un par de calles más y llegaría al 23/30 de la calle San Francisco.

Pese a la hora de la mañana que era, los vecinos se contaban por centenares y se agolpaban contra el cordón policial imaginario que tres compañeros, los únicos que habían llegado a la escena antes que yo, habían organizado.
No había bajado aun de mi coche patrulla. Ni tan siquiera lo había aparcado decentemente, pero alcancé a ver el hecho con total nitidez. Siempre me dolerá no haber llegado a la escena dos minutos antes o incluso dos minutos después, pues aquel pobre chico se precipitó al vacío ante mis ojos y su cuerpo pesado se desplomó contra el suelo.
No hubo tiempo de tender ninguna lona para evitar el impacto, todo fue muy rápido. Ya nada podía hacer, su cuerpo agonizante se encontraba ya en el asfalto.
Mi asombro fue mayúsculo; el perfil del suicida no es que no se adaptara a mi suposición, sino que era totalmente lo contrario de lo que había esperado, quien había saltado era el joven Mark O´Donell: un chico de 22 años conocido en todo el barrio debido a su disminución psíquica que lo convertía en un niño autista; era un poco triste por lo que a su enfermedad se refiere, pero siempre fue muy cariñoso y querido por todo el mundo.
Mark había saltado desde el balcón de su casa en un quinto piso, y desde allí, su madre daba gritos histéricos victima del shock que estaba sufriendo por la perdida irreparable de su hijo, se agarraba con furia a la barandilla del balcón mientras un agente intentaba sujetarla y disuadirla, pues parecía que quisiera correr la misma suerte que su hijo.

Salté del coche patrulla y corrí hacia el cuerpo, este se había deformado brutalmente por el impacto contra el suelo tras la caída desde un quinto piso. Se había abierto la cabeza y su sangre corría por los intersticios del suelo mal asfaltado. Llegué hasta él, su pulso era totalmente irregular y débil, segundos después el chico había muerto en mis brazos.
Ningún vecino osaba a hablar y dar crédito a lo que estaba pasando. Éramos todos víctimas de la escena que acabábamos de presenciar, una escena terroríficamente salpicada en los colores azules de las luces de los coches patrulla y empapada por un silencio únicamente roto por los gritos inconsolables de la madre del chico.

Es inconcebible la sensación de perder a una persona en tus propios brazos; te sientes vacío y cargado de dolor y rabia, cargado de una furia ciega que te hace sentir sucio por dentro y preguntarte una y otra vez porque no pudiste ayudarle. Sin embargo no fue este el suceso que llenó de chismorreos las redacciones de los periódicos, pues el hecho que causó el trágico “accidente” es tan increíble como sobrecogedor. Aquel mensaje escrito en rojo, aquellas letras escritas en sangre…

Los siguientes minutos al acto suicida estuvieron cargados de altos niveles de adrenalina. La muchedumbre era difícil de contener y disuadir, y poco a poco se acercaban más curiosos, familiares, vecinos y amigos. Aquello empezó a convertirse en una algarabía de sollozos, gemidos, llantos y maldiciones. El cuerpo de Mark estaba junto a mí, y mi misión era que ningunas manos ajenas se acercaran a manchar el cuerpo de la victima.
La ambulancia ya estaba de camino, las demás patrullas también, y más y más agentes iban llegando a la escena del crimen. La zona fue acordonada y la muchedumbre mitigada. Las ambulancias no se hicieron esperar y pronto se encontraban junto a nosotros los médicos y practicantes que diagnosticaron la muerte clínica del joven por traumatismo craneoencefálico.
No me moví en ningún momento de al lado del chico. Desconocía la situación de mis compañeros en el interior de la casa. El oficial del distrito había llegado hasta la escena y junto con él una mujer y dos hombres pertenecientes al Cuerpo Superior de Investigaciones. Mi presencia allí comenzaba a ser un estorbo, pues son muchos los aires de superioridad de esos investigadores.
Hasta las 9:30 no se llevaron el cuerpo de la calle, sin embargo aun a las 10:30 continuaban acercándose vecinos con intención de indagar en los hechos un poco más. Y de vez en cuando, yo era acribillado con alguna pregunta morbosa, por parte de algún estúpido ciudadano, con respecto a lo sucedido; en ningún momento me dejé influenciar y mis palabras nunca fueron pensadas en voz alta, sin embargo mi mirada era suficiente fría como para mitigar los ánimos curiosos de aquella gente que no tenía nada mejor que hacer en aquel día que amanecía tristemente nublado.

Hasta mis oídos llegaron durante aquellas dos horas habladurías por parte de mis compañeros de lo que había acontecido en el interior de la casa. La madre del chico, Ari, no podía prácticamente contestar a las preguntas que le hacían los investigadores debido al recuerdo de la imagen de su hijo perdido que aun era visible en sus retinas, pero las fotografías hechas por los agentes en el lugar de los hechos mostraban una escena de locura. El cuarto donde dormía Mark estaba totalmente manchado en sangre, y en medio de aquella sádica obra había una frase escrita con la misma tinta; un mensaje escrito con el rojo color del líquido de la vida…

Las hipótesis y suposiciones no se hicieron esperar, sin embargo había algo en el fondo de aquel caso que trascendía más allá de lo normalmente razonable.
Pronto fui llamado a que continuara con mi ronda por el núcleo urbano y abandonara el lugar de los hechos. Aquel caso quedaba demasiado grande para un simple policía como yo.

Sin embargo el informe oficial no se hizo esperar y pronto estaba en mis manos: HABLABA DE QUE EL CHICO EN UN BROTE SICÓTICO HABÍA MATADO AL PERRO UTILIZANDO SU SANGRE PARA PINTAR LAS PAREDES DE SU HABITACIÓN, SUICIDÁNDOSE ÉL POR ARREPENTIMIENTO ACTO SEGUIDO.
En mi opinión no es eso realmente lo que pasó, el interrogatorio a la Ari (la madre del chico) desvelaba un suceso macabro que el parte oficial no quiso corroborar, la historia fue muy diferente.

-Mark siempre fue un chico bueno –Decía su madre- nunca hizo daño a nadie, no haría jamás daño a Charlie (Su perro caniche de pelo rizado y color negro). -Ari esclataba en lágrimas, aun no podía creer lo que había sucedido. Le costó unos minutos recobrar la compostura-. Mark era un niño autista y no tenía amigos, pero tenía a Charlie y juntos se entendían. Nosotros habíamos comprado al animal como una terapia indicada por su doctor en Psiquiatría, “un animal de compañía ayudaría al chico” era lo que nos decía. Pronto se cogieron ambos muchísimo cariño, él nunca haría daño a su mejor amigo. No podían vivir el uno sin el otro, ni tan siquiera dormían separados.-Necesitó unos segundos para continuar-. Charlie siempre dormía en la habitación de Mark debajo de la cama-. Dijo mientras en su cara marcada por el horror se dibujaba el ápice de una sonrisa. Sin duda algún cariñoso recuerdo asaltaba su mente.
>Mark era un chico muy asustadizo -Continuó diciendo- Tenía miedo por las noches a la oscuridad. El hecho de que estuviera debajo de su cama su mejor amigo era un gran alivio para él. Mark solo dejaba caer su brazo por un costado de la cama, y allí estaba Charlie lamiéndole la mano, en un gesto amistoso como diciendo “Tranquilo amigo mío. Esos ruidos en la oscuridad no son nada, calma que aquí me tienes”.
>Pero anoche no sé que sucedió. -Los ojos de Ari se volvían a empañar y el mentón de su barbilla temblaba desmesuradamente-. Me desperté por los gritos de pánico de Mark, corrí hacia su habitación y al llegar allí… -Ari estaba siendo una mujer fuerte y pese al dolor que le laceraba hasta el rincón más intrínseco de su corazón ella seguía hablando-. El cuerpo de Charlie estaba en el suelo hecho un amasijo de carne. Las paredes, las cortinas, y los muebles: todo estaba manchado en la sangre del animal. Mark gritaba desgarrándose la garganta y se tiraba de los perros. No sabía que hacer, no sabía que había pasado.
>Me apartó y salió corriendo pasillo arriba en dirección al balcón mientras gritaba y lloraba. Se subió y la barandilla que le separaba de la calle…
>Corrí hacia él mientras le gritaba que se bajara de ahí. Tenía miedo de que saltara, tenía miedo de acercarme a él. -En este momento Ari perdió la compostura, sus palabras eran inconexas pero encogían el corazón. Sus lágrimas rodaban por las mejillas mientras ella, horrorizada por el recuerdo se tapaba la cara.
>Saltó… -Esperó unos minutos antes de continuar, como midiendo las palabras.
>¿Saben? Antes de saltar mi hijo habló. -Se hizo un silencio mientras pensaba y respiraba profundamente-. Mark no había hablado desde que sufrimos el accidente en el que perdí a mi marido hace dieciséis años. El dijo… -Y la frase quedó en el aire- antes de saltar dijo: “Me ha chupado mamá”… dijo… ”Me ha chupado, Mama”. -El interrogatorio terminaba con esta frase, no era necesario presionar tanto a la mujer aunque fuera la única testigo directo de los hechos.”

Por mi parte, no dejo de pensar que pasó en aquella habitación aquella noche. No dejo de pensar que le sucedió al pequeño caniche y que hechos llevaron a suicidarse a tan inocente chaval. Y por ello últimamente reviso antes de acostarme las habitaciones de mis hijos, y no reparo en mirar debajo de las camas ninguna noche, no reparo en mirar en el armario y asegurar las puertas y ventanas. Pues existe un matiz que convierte la historia de Mark en una historia de terror y un suceso sin resolver.
Aquella noche Mark escuchó un ruido en su habitación que le despertó de su sueño reparador. Como de normal, Mark tendió su brazo por debajo de la cama y allí estaría Charlie para tranquilizarle con un largo lametazo en su mano, solo que aquella vez no fue Charlie quien estaba debajo de la cama. Se desconoce completamente quien o qué fue lo que se hospedó allí debajo aquella noche, pero no fue el animal quien depositó un largo chupetón en la mano de Mark. Pues al despertar el animal yacía muerto junto a la cama y en su sangre se habían pintado las paredes de una manera horrenda y amoral. En medio de aquellas pintadas había una frase escrita con un pulso desigual y bajo una tinta muy peculiar, un mensaje corto pero terrorífico, un mensaje escrito por alguien y algo ajeno a la casa, unas palabras escritas en rojo sangre que no olvidaré jamás. Garabateado en la pared se leía: “NO SOLO LOS PERROS LAMEN”.
Datos del Cuento
  • Autor: Haissen
  • Código: 12266
  • Fecha: 19-12-2004
  • Categoría: Terror
  • Media: 4.99
  • Votos: 80
  • Envios: 1
  • Lecturas: 4768
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 44.220.131.93

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.633
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.508
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 53.552.815