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Categoría: Hechos Reales

Me senté a pensar

Me siento a pensar. Y mi cabeza gira, vuela se pierde en las inmensidades del pensamiento, a veces superfluo, otras incluso trascendental. Mis palpitaciones a veces se tornan más intensas. En el insondable universo de éstos pensamientos existe un trasfondo un tanto curioso. El negro que envuelve éstos a veces se torna de colores más vivos, otras veces más apagados, salpicados aquí y allá de una iridiscencia fugaz que titilan en miles de estallidos. En otras ocasiones la oscuridad es tan inmensa que me pierdo en el pánico del que se siente perdido.

Las raíces del árbol pueden ser tan hondas y ramificarse en infinitos caminos que buscarían desesperados el agua de la vida, que la sensación de inmensidad se vuelve más palpable. Y reconozco en esta espiral la fuente de mi melancolía, de mi ira, de mi tristeza, de mi alegría. Mana a borbotones furiosos que hacen pensar en una fuerza que los impulsa y otra que los retiene. El eterno conflicto que invade mi mente y la asedia. Que conquista guerras y pierde batallas, las bajas son considerables, pero el terreno es cuna de nuevas imágenes que surgen prístinas como imagos. Cuando la luz del Sol baña estos parajes yermos antaño, en otro lugar se libra una batalla atroz. Y en eso consiste el sentimiento humano, una serie de batallas que producto de las inquietudes se resuelven en un sentido u otro. En ningún caso esta contienda tiene un vencedor claro, las victorias aparentes de un bando se tornan estériles con el paso del devenir del tiempo, que nos empuja invariablemente a recoger los frutos de nuestras sangrientas reyertas. En un sórdido amanecer todo puede parecer sumergido en las tinieblas, en otros puede bañarnos la luz de la mañana como un cálido refugio a nuestra amargura.

En una oda sempiterna a la impotencia del humano, mientras tintados la fugacidad de la felicidad de plañideras notas de un violoncello triste que entona una melodía estremecedora, todo parece vibrar en una violenta sacudida. El llanto del violoncello puede sumirnos en la desesperación, en el miedo ancestral de vernos perdidos en el océano de la soledad. Oigo el violoncello que se lamenta eternamente en ecos que resuenan en mi mente, como palpitaciones extrañas que recorren cada rincón de mis cavernosas estancias y que se apagan en un lugar ignoto. Pero vuelven a emerger sin cesar. Oigo el violoncello llorar. Sentado, esperando el ineludible destino, dándole vueltas a todo aquello que parece tener importancia, pero en realidad sumido en el relato amargo de mis días que indefectiblemente acabarán donde empezaron. La tierra me engullirá y mi paso por la vida será olvidado. Efímeros los humanos que nos consideramos inmortales, con la esperanza de podernos labrar el camino a la vida eterna, luchamos contra fuerzas que desconocemos e invencibles. Y ni todo nuestro presunto ingenio sería capaz de remediar el sentido último. Una fuerza que producto del azar apareció sin previo aviso, y que, como todo lo que empieza, acaba por terminar y dejar apenas un rastro, un epítafe, una referencia en el enorme sueño de la historia universal. Y el violoncello no deja de plañir.

Aún así puedo escuchar las voces de aquellos que lucharon por tan altos designios, ilustres soñadores, ínclitos sabios que reducían su visión a un mero discurso plagado de conjeturas, un pantano de vicisitudes que se perdieron en los anales del olvido. Por una vez dejé de pensar en la insoportable levedad de la vida. E hice míos los sueños e ilusiones del colectivo social, que tanta importancia les otorga. Y en esta pseudo-hipocresía consciente, uno puede incluso abandonar la idea de las ciénagas innombrables que engullen vidas sin distinciones. Y perderse en esta trivialidad latente puede que incluso me suma en un logro personal que difícilmente podría alcanzar de otro modo. Quizás todo no tenga porqué tener sentido. Quizás todo sea en suma una serie de acontecimientos, y que, en nuestra inevitable cura de humildad, logremos por saber cuál es nuestro sitio, no intentar abarcar la inmensidad de lo inescrutable, y seguir nuestro camino de humanos, dejando a los dioses lo demás.

Y el violloncello sigue entonando su patética melodía.
Datos del Cuento
  • Autor: Sophisma
  • Código: 871
  • Fecha: 24-12-2002
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 5.92
  • Votos: 111
  • Envios: 8
  • Lecturas: 5310
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 14-03-2003 00:00:00

Según mi modesta opinión, el relato, excelentemente escrito y con un uso envidiable del vocabulario, debe calar hondo en quienes gustan de la literatura profunda, de sentimientos profundos. Saludos.

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