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Marieta

Marieta era una muñeca hermosa, no por su aspecto físico en general; no tenía grandes bucles dorados, ni tampoco ojos verde mar, pero tenía una sonrisa inmensa. Esa era su belleza.
Era como si al hacerla, alguien le hubiera puesto todo lo bueno que tiene un corazón humano. Cuando la mirabas se disipaban los malos aires, te invitaba a sonreír; por eso era la muñeca más querida en aquella casa y ocupaba un lugar de preferencia en la habitación de los niños. Había allí otras muñecas, algunas valiosísimas y también mil y un juegos, pero por más y más juguetes que les compraran, Marieta, siempre quedaba en el lugar donde todos podían verla.
Los niños de la casa ya no eran tan niños, o quizá nunca lo habían sido. Eran buenos chicos, estudiaban, obedecían, pero nunca jugaban. Quizá por ello, aquella habitación de juego donde vivía Marieta siempre estaba limpia y ordenada, aunque se echaran de menos las risas de unos niños que se divirtieran entre tantas muñecas.
Tan sólo Marieta, bajaba de su estante alguna que otra vez, aunque siempre era para empañar alguna lágrima para escuchar pacientemente cómo aquella carita triste le contaba su pesar. Marieta era fuerte y paciente y siempre sonreía. Cuando la volvían a colocar en su sitio la amargura había ya desaparecido, aunque a veces tardara horas y horas en pasar. Sin embargo la muñeca se sentía feliz y orgullosa; ninguno de los muñecos de aquella habitación, ni tan siquiera el más valioso, había dado tanto apoyo y cariño como ella. Ninguno era capaz de despertar una sonrisa como cuando ella miraba aquella carita triste y sonreía tan inmensa y plácidamente como sólo ella podía hacerlo.
Así pasaron muchos años, tantos que Marieta ya empezaba a sentir ese pasar del tiempo en sus cabellos rizados algo ya desteñidos, en su color rosado ya más blanquecino y en sus vestidos pasados de moda. Sin embargo había algo que continuaba inalterable; su sonrisa inmensa, esa sonrisa que la hacía la más bella de las muñecas.
Un día entró en la habitación un chico, entre niño y adulto, y cogió a Marieta. Le hizo gracia el aspecto de la muñeca, y buscó entre tanto trasto algo que sirviera para cambiarla de atuendo. Le colocó un gran lazo rojo entre sus rizos, y cambió su vestido y cuando a punto estaba de ver acabada su obra entró una niñita gritando.El chico le tendió la muñeca y la niña rió alborotada.Aquella tarde Marieta lo pasó en grande; subieron a los caballitos, hablaron con el payaso, tomaron la merienda, y rieron y rieron; fueron de compras, y Marieta quedó asombrada, perpleja:qué magnífico era el mundo que había fuera de aquella habitación y, qué grande era el sol y cuanto brillaban las estrellas.

Al anochecer exhaustas, Marieta y la niña regresaron a la casa.Allí estaban esperando los adultos que la compraron hacia ya tantos años y los niños que ya no lo eran pero que para Marieta siempre lo serían:De repente se armó un gran revuelo;la pobre muñeca ni siquiera se enteraba de qué era lo que pasaba.Tan sólo sintió un gran dolor cuando le arrancaron del brazo de la niña y destrozando el lazo rojo y su nuevo vestido volvieron a colocarla con sus trajes de siempre en aquel lugar privilegiado de la estantería .

Marieta quiso disculpar aquella actitud producida sin duda por la preocupación sí era preocupación, al menos eso es lo que la pobre muñeca se repitió una y otra vez a lo largo de toda la noche:era la muñeca más querida y sin duda la echaron en falta.

Así pasaron los días y Marieta quedó en su estantería.Eso sí cada día la bajaban y le quitaban el polvo con primor, le estiraban su traje y le agasajaban con algún hermoso cumplido.Sin embargo, Marieta echaba de menos a aquella niña que le había enseñado el mundo, que le había recordado que era una muñeca y que debía ser el centro de una vida de juegos y no estar en una oscura habitación, aún limpia y ordenada.

Sin darse cuenta, Marieta fue perdiendo poco a poco su sonrisa y cuando aquella tarde su pequeña dueña entró entre sollozos en la habitación para buscar consuelo en la muñeca, vió como de los ojos de Marieta brotaba una pequeña lágrima.La muñeca se esforzó en sonreír pero su sonrisa ya no era inmensa, era triste y resignada.Y sus lágrimas no eran fruto de su pesar por no poder jugar con aquella niña y salir a ver el mundo;no, sus lágrimas significaban impotencia, toda la impotencia que Marieta sentía porque ya no podria nunca volver hacer sonreír a nadie.
Y fue así, como aquella muñeca hermosa, dejó de serlo y sólo fue una muñeca más, eso sí, la muñeca con los ojos mas tristes de cuantos se habían visto.
Datos del Cuento
  • Categoría: Aventuras
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Navarro
invitado-Juan Navarro 18-01-2004 00:00:00

Es un relato hermoso y que muchas veces le sucede a las personas tambien, las botamos como objetos.

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