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Marcos y la caja negra

Marcos jugaba en el patio de su casa habitualmente solo porque se aburría jugando con los niños del resto del vecindario. A él le gustaba jugar a investigar. Encontrar objetos sin dueño, descubrir quien cogía las manzanas del árbol, por qué faltaban las zapatillas de Luchi (la vecina) o quien había cogido los bolis brillantes del estuche de Julia. 

Para ello en ocasiones llegaba a mirar en las mochilas de los demás, a asomarse a la ventana y observar a los vecinos. Pensaba que todo se podía hacer siendo un detective. 

En invierno llevaba siempre puesta su gabardina favorita y en verano un sombrero y gafas de sol. Le gustaba copiar la imagen de los detectives que veía en la televisión.

Un buen día estaba caminando rastreando el suelo, sin encontrar más detalles que la suciedad propia de las calles, cuando detrás de una tubería encontró una caja. Era negra de cartón y no tenía ninguna etiqueta. ¡Guau, qué ilusión! Se sentó con rapidez en un banco y justo cuando iba a abrirla oyó un ruido: ras ras, ras ras…

Asustado, tiró la caja al suelo. ¿Qué podía ser eso? Pensó Marcos. ¿Una bomba? No, no podía ser. ¿Un teléfono? No, tampoco. La caja no pesaba tanto. 

Marcos decidió que no debía abrir la caja sin tomar ciertas precauciones. Así que se la colocó debajo del brazo para esconderla y decidió llevársela a su habitación.

Entró con ella por la puerta y en seguida su madre le preguntó:

- Hola hijo ¿Qué tal lo has pasado jugando en la calle? ¿Has resuelto hoy algún misterio?
- Hola mamá. Me lo he pasado bien. Hoy no he encontrado nada. Voy a la habitación a quitarme este abrigo que tengo mucho calor.

Subió a las carreras y abrió el armario para dejar la caja y de repente se oyó el ruido nuevamente: ras, ras, ras.

¡Qué susto! ¿Y si dentro había una serpiente? Le empezaban a temblar las piernas y los dedos pequeños de los pies. Abrió la puerta del armario y guardó la caja debajo de sus camisetas de verano. Pensaría un buen plan de investigador y la abriría esta tarde. 

Cuando fue a la cocina para comer su madre le dijo:

- Marcos, algo estás tramando que te conozco. ¿Sabes que la curiosidad te puede traer problemas?
- ¡No soy un curioso! ¡Soy un investigador! – Gritó enfadado nuestro amigo-.

Cuando acabó de comer le brillaron los ojos. Tenía una idea. Metería la caja en la bañera e introduciría la mano para coger rápido lo que hubiera dentro. Así que cogió la caja del armario y la llevó a la bañera. Antes de abrirla sintió un cosquilleo que le recorrió el cuerpo. Movió bien los dedos de la mano derecha para que se despertaran y fueran rápidos, abrió la caja poquito a poquito y cuando metió la mano...

- ¡Ahhh! – Gritó con todas sus fuerzas Marcos -.

La mamá de Marcos vino corriendo:

- ¿Qué te ha pasado? No si ya sabía yo….
- ¡Me pica mucho la mano! – Marcos señaló la caja con la mirada y su madre descubrió la tapa deprisa. 

- ¡¡¡Es una pulga!!! – la mamá cerró inmediatamente la caja. – Hijo, debes ser más precavido. Es muy peligroso ser tan curioso sin precaución. Espero que hayas aprendido la lección.

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