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Madera y plata

Despuntaba una lágrima por su rostro, a lo lejos el Sol enrojecía de ira, la Luna se quedaba pálida con la noticia, las nubes, fieles a un sentimiento comenzaban a llorar y el Arco iris, no asomaba, no había intensidad de color en el cielo de su despertar, nada brillaba.

No va a parar, fue la voz que se oyó, en realidad, no va a parar nunca. No le basta mi distancia, no le basta mi soledad, no le bastan mis buenas maneras ni mis buenas miradas, mi forma cortés de tratar de calmarlo todo, de decirle, vale ya, no lo hagas... en el fondo... no va a parar, repetía la dolida voz de un pensamiento.

Yo estoy tan molesto que de ganas no salgo en un mes, dijo el Sol.
Pues yo, dijo la Luna, a su casa ni me acerco, no pienso alumbrarla. Y si lo que busca es protagonismo de brillo, que me imagine, porque no voy a poner un punto romántico a un corazón tan frío y duro como el suyo, vamos ni loca aparece mi reflejo en su cara.
Las nubes a su vez, dijeron, es tan fría, tan dura, tan calculadora, tan insensible y tan dolidamente certera, que solo nos queda rabiar por ella y llorar por ti, no queremos verte así, anímate, ya verás, ¡todo parece mucho ahora pero, con lo que tú eres, ya verás, no será nada!.
Finalmente el Arco iris dijo: la cosa es seria amigos porque yo no imagino con qué colores vestirme para aparecer, pues la tormenta no cesa, yo me fijo y apenas ve en tu rostro rayos de sol, de nueva ilusión y esperanza cuando atrae nuevas dentelladas para desestabilizar, no para, es increible, tanto tiempo y no descansa, quiere verte tan abajo... pero tú... tú no te dejes, ¿de acuerdo?. Tu herida sanará, mira, ya casi ni se aprecia, mintió el arco iris para ver si extraía una sonrisa de su dolida cara.

Entonces viendo que ante tan protesta podría llegar a provocar una revolución en la naturaleza de consecuencias incalculables, suavizando el rostro y volviéndole más calmado una voz dijo así:

No temáis, ¿no me véis?, fuerte como un roble añejo, de los que tienen buenas raíces desde la planta. No temáis, nada puede, sus golpes apenas me llegan, su afilada mirada no logra ni rozarme, sus embestidas de desesperanza, aún llevando rabia, no logran desestabilizarme, nada temáis, nada consigue, estoy fuerte, estoy firme, tengo mis raices de voluntad bien enraizadas.

Nos alivia que digas eso, no sé cómo puedes soportarlo tanto y durante tanto tiempo, pero nos alegra verte tan bien, tú sigue así, inmóvil, sin hacer nada, que te resbalen sus sombras cortantes, su vanidad de altura, no te llega, es que ni te alcanza.

Sí, sí, nada temáis, podéis ir tranquilos. Tú Sol, luce temprano mañana, tú Luna, aparece por la noche, muchos enamorados te esperan, no te escondas ni limites tus apariciones en el entorno de una mirada, vosotras Nubes grises, volveos mañana sedosas y blancas y tú Arco iris, aparece por encima de todos, riéganos con las luces de tu esperanza... yo os veré a todos. Hasta mañana.

Sol, Luna, Nubes y Arco Iris, se despidieron de igual forma y marcharon ya mucho más tranquilos hacia sus aposentos en el cielo azul.

Nadie lo vio pero un arbol milenario, exhausto, horadado en la parte posterior de dónde estaba dando la cara, se desplomó abatido, en ruidoso movimiento de vencido, víctima tan solo de una incisiva y penetrante hacha.

¿Qué ha pasado? gritaron los pájaros que escandalosamente, revolotearon escapando de sus ramas y, ya más tranquilos y a salvo, junto a él se acercaban.

Cayó, se oyó una voz desde una de las ramas de un árbol cercano; era un búho que desde lejos no había perdido momento de la conversación ni de nada de lo sucedido poco después.

¿Pero no estaba bien? ¿no decía que se sentía fuerte, que todo estaba en calma?, yo le he oido antes tranquilizando a los elementos, eso dijo, eso dijo, repitió un petirrojo.

¿Es que nadie ha visto que a su espalda, en la parte más cercana a la esencia de su corazón asomaba una brillante hacha? ¿nadie se fijó en la profunda herida que tenía? ¿nadie vio las gotas de sufrimiento que por entre sus anillos maltrechos y dolidos se derramaban?, pregunto con sorpresa un enorme búho, a punto de caérsele de sus grandes ojos las gafas, por la excitación de sus preguntas.

Nada vimos, nos dijo que estaba bien, se le veía tan fuerte, tan sereno que... no imaginábamos que... dejó en el aire un pájaro pintado en sus alas.

Que nada, dijo el búho enfadado, ¿es que nadie comprendió que cuando se hiere de forma profunda solo hay un camino para sanar la herida?:
¿Cúal?, gritaron a coro todos los animales que se encontraban en el bosque y que habían escuchado las palabras del búho.
Extraer de un movimiento certero esa cobarde hacha que ataca, y taponar con paños de suavidad hasta que todo cicatrice, la savia se regenere y la herida quede curada.

¡Pero eso hicimos!, protestó la voz de una tortuga que alarmada por el griterío había salido del agua, vimos las marcas delanteras del hacha y tratamos de que sus grietas fueran sanando poco a poco, una vez extraida la hoja del hacha, todo debía tener su tiempo, le pusimos paños templados con jugos de hojas mágicas y hemos dejado que reposara, se tendría que haber curado ya, ha pasado mucho tiempo, yo no lo entiendo, concluyó apoyándose en sus patas delanteras como si estuviera desorientada.

Lo que no sabéis es que existe un único motivo por el que una herida jamás sana, por el que algo tan grande puede verse vencido y caer exhausto, un único motivo capaz de traspasar el tiempo y la esperanza de revivir, dijo el búho.
¿Cúal? volvieron a gritar a un mismo tiempo todos los animales.
Que alguien, sentenció el búho, sin que nadie le vea, se situe en una espalda y golpee en el punto más débil, en la zona más alejada de cualquier noble mirada, cada día un poquito más, con el hacha de una venganza.

¿y porqué no protestó, porqué no nos lo contó así, abiertamente? tal vez hubiéramos podido frenar algo, ayudar en algo, es que nosotros... nosotros no sabíamos nada...

Nadie hay en este bosque tan ciego, atajó el búho, que tenía las ideas muy claras, cómo para no ver de qué forma os pedía ayuda, de qué forma le lastimaba que no lo vieráis, de que forma a cada poco os llamaba, que no queráis ver un daño porque así vivís sin tener que verle a un árbol su espalda no significa que realmente ese daño no se haga. Todos cuando queréis sobrevolar, ver algo de forma más completa y más amplia... utilizáis las alas.

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Moraleja:
El peor daño que se puede hacer, no es el que se ve de frente, el que todos observan claramente como el golpe certero de un hacha, es ese golpe escondido que cada día, poquito a poco, golpea una espalda.
Solo dos elementos lo saben, un árbol milenario, fortalecido en sus raices y talado en su esperanza y un pequeño hacha que afilando cada día su hoja de plata, sabe qué golpes certeros ha de dar para rematar su venganza.
Datos del Cuento
  • Categoría: Educativos
  • Media: 4.77
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