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Los últimos minutos

Esta vida es una puta mierda, y el que no esté pensando en pegarse un tiro es que está loco de remate. Eso lo tengo clarísimo. Yo por mi parte lo tengo todo arreglado. Todos mis asuntos están en orden, para que mi muerte no le suponga un coñazo a nadie. Hasta he pagado mi funeral por adelantado. Como no tengo familia, ni amigos que merezcan la pena, no habrá discursos llenos de mentiras ni mujeres estallando en lágrimas.

Me he preparado a conciencia para este momento. Porque cuando quieres suicidarse, tienes que vencerte primero a sí mismo. Tu cuerpo siempre opone cierta resistencia a abandonar este mundo. Tienes que convencerlo, persuadirlo de que es lo más razonable. Tienes que abrirle los ojos, que sea él mismo el que reconozca que esta vida no merece la pena, de que carece de sentido, de que todo es sufrimiento y dolor continuo. Convencerlo de que la felicidad no existe, de que es una quimera, una jodida fantasía. Para mí, las únicas veces que he llegado a experimentar algo parecido a la felicidad han sido cuando me he puesto hasta el culo de drogas, y eso solo dura unas cuantas horas. Luego, vuelves a la consciencia, y con ella, a toda la basura que te rodea. También te cuentan que si el amor vale la pena, o que si hay gente por ahí que nos aprecia, o que nos aman sinceramente. Todo patrañas. Estoy seguro de que, a la semana de suicidarme, nadie se acordará de mí. Como mucho, seré comentario pasajero de alguna charla intrascendente, del tipo: “Eh Jimmy, ¿te acuerdas de Lorie? ¡Claro Tom! El capullo ese que se voló los sesos. ¡Menudo pedazo de mierda!, ¿verdad?, ¡Brindemos por sus jodidos sesos!”. No me llorarán ni las putas a las que frecuentaba, o como mucho llorarán el dinero que dejarán de ingresar. Aunque no tienen por qué apurarse. Pollas no les van a faltar.

Tengo perfectamente calculado el procedimiento. Sentado en el sofá, cuento los minutos que me restan de existencia. Son las 12 menos 10 minutos. Junto al sofá, en la mesita, reposa una pistola cargada y con el seguro quitado. A su lado está el móvil, con el que avisaré a la policía cuando falten un par de minutos para las 12. Y, junto al móvil y a la pistola, hay un pequeño cuaderno donde están apuntados todos los datos que pudieran ser relevantes. Como ya he dicho, no quiero que mi muerte suponga un problema para nadie. Tan sólo joderé a los de recogida de cadáveres, pero qué demonios, ese es su trabajo. A las 12 en punto apagaré el televisor, cogeré la pistola, me meteré el cañón en la boca, inclinándolo levemente hacia arriba, y dispararé. Y entonces, por fin, todo se habrá acabado.

Extrañamente, pienso en todo esto sin un ápice de nerviosismo, de miedo, o autocompasión. Parece como si ya estuviese muerto por dentro. Que lo que resta de mi es un ente que se mueve y que razona, pero que carece de cualquier sentimiento que pueda ligarle a los demás. Repaso lo que ha sido mi vida, pero soy incapaz de encontrar algo que me retenga. Recuerdo a los capullos que he conocido y tratado, a las putas que me he follado, a las drogas que me han acompañado y que me han aliviado la existencia. Todo pasajero, todo viene y va; y sólo quedo yo, aquí sentado, mirando la tele pero sin ver nada, tranquilo y relajado. Consulto el reloj. Parece que ya va siendo hora de llamar a la policía. Voy a decirles que me voy a pegar un tiro, pero que no tengan prisa, que para cuando lleguen al piso sólo tendrán que recoger un cadáver y los sesos desperdigados.

Ya los he llamado. Han intentado retenerme al teléfono, y me han dicho que lo que planeo hacer es una locura, que recapacite, que me tranquilice porque vienen enseguida. Les he dicho, con la mayor educación, que no se preocupen, que la sociedad no va a perder gran cosa conmigo, y he colgado. Bueno, ya son las 12. Ya no valen las tonterías. Apago la tele, le echo un último vistazo a la sala, y agarro la pistola. Lo siento, pero se me está haciendo tarde y tengo que despedirme. ¿Qué coño decir ahora? ¿Con qué pensamiento quedarme? La verdad es que no tengo ni idea, y resulta gracioso, he pensado en todo menos en eso. Lo único que sé es que ya tengo el cañón metido en la boca y que el dedo está a punto de apretar el gatillo.
Datos del Cuento
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