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Lorena y las abejas

A Lorena, los bichos ni le gustaban ni le disgustaban. Simplemente los veía caminar, volar o trepar sin inmutarse. 

Sí que es verdad que había unos que le agradaban más que otros. Por ejemplo, las libélulas. Su vuelo le parecía muy elegante y sus colores brillantes y cautivadores. No le llamaban tanto la atención los saltamontes. La verdad es que sus ojos saltones y sus largas patas brincadoras le daban algo de miedo. 

El ruido cantarín de los grillos le molestaba mucho y el zumbar de las abejas le ponía nerviosa. Lo cierto es que, aunque pueda parecer que no, esto era un problema para Lorena. Cuando iba al campo con sus padres, nunca quería salir a pasear por no encontrarse con los bichos. Lo único que le apetecía hacer era quedarse en casa con un libro y mirar de vez en cuando a través de la ventana por si veía a alguna libélula pasar, que eran de los pocos bichos que le gustaban a Lorena. 

Una tarde, mientras sus padres paseaban en busca de moras para hacer mermelada, Lorena se encontraba leyendo una de sus historias favoritas: El Principito. Lo había leído ya unas tres veces, pero nunca se cansaba de volver a las páginas de una historia tan maravillosa.

Cuando se disponía a cerrar el libro para merendar, oyó unos pequeños golpecitos en el cristal. Cuando dirigió la mirada hacia allí, vio unas diminutas patas golpeándolo. También, una pequeña boca tratando de decir algo que Lorena no llegaba a entender.

Era una libélula, una de tantas que volaban por los alrededores del pueblo. Lorena abrió la ventana y se acercó para tratar de escuchar lo que decía. Al principio se sintió algo desconcertada, pero pronto empezó a entenderlo todo. La libélula le lanzó una primera pregunta: 

-¿Por qué no te gustan mis amigas las abejas? 

-No me gusta su zumbido al volar y me dan miedo -respondió la niña. 

-No tienes por qué sentirte así, querida Lorena, es importante que las abejas estén entre nosotros por muchas razones. ¿No lo sabías?

Como Lorena no sabía a qué se refería la libélula, el insecto empezó a explicárselo todo con detalle. Le dijo que las abejas son muy importantes para que el polen de las flores se mueva de un sitio a otro. 

Le explicó que muchas de esas flores son las que luego se transforman en los tomates, los calabacines o los pimientos que nos comemos.

-¿No te gusta la ensalada? -le preguntó la libélula a Lorena. 

- Sí, muchísimo, sobre todo en verano cuando hace mucho calor -respondió intrigada la niña. 

La libélula siguió contándole a Lorena que las abejas, aunque a veces nos den miedo, son imprescindibles para la vida. Además de lo importantes que son por llevar el polen en sus pequeñas patas y trasladarlo de flor en flor, las abejas nos dan otras cosas importantes como la miel y la jalea real, que tanto nos ayudan cuando tenemos catarro. 

Lorena entendió entonces que, sin el polen, las plantas no podrían nacer ni tampoco crecer los vegetales que comemos. Por eso mismo, desde esa interesante conversación con la libélula, la niña empezó a ver a las abejas con otros ojos y a no huir de ellas.

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