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Lorena y la pócima invernal

Lorena siempre tenía frío. No importaba que fuese verano o invierno. Que hiciese sol o que estuviese nublado. Ella siempre tenía que tener una chaqueta o un jersey a mano. Cuando estaba en casa leyendo o viendo la tele se tapaba con una manta. En invierno, cuando salía a la calle, antes de salir por la puerta de casa, se enfundaba su chaqueta de plumas y sus botas de agua. Si llovía, también se ponía un gorro y unas orejeras. La verdad es que era un poco rollo porque tardaba muchísimo en prepararse para salir de casa cada día. 

Un día, pensando y pensando en una solución para dejar de ser tan friolera, se le apareció un hada diminuta vestida con ropa de invierno.

-Soy el hada invernal y tu frío se va a acabar- le dijo a la niña con una voz chillona. 

El hada invernal le dio la fórmula de una pócima que no fallaba nunca. En un cubo de la playa echó diez litros de leche con miel. Era lo que sus padres le daban cuando, desde la cama, se quejaba de que hacía frío. Después, Lorena añadió una bufanda, dos calcetines, unas orejeras, un par de guantes y unos leotardos bien gordos y calentitos. Lo echó todo troceado y lo mezcló bien con la leche y la miel en el cubo de la playa. Después, siguiendo las instrucciones del hada invernal, lo dejó reposar a la luz de la luna durante toda la noche. 

Por la mañana, los trozos de tela se habían disuelto en la leche y habían formado un caldo multicolor. El hada le dijo a Lorena que debía beber aquel caldo: 

-Tienes que beber una taza todas las mañanas para dejar de ser tan friolera -le explicó. 

Lorena, muy obediente, se bebió una taza entera de aquella curiosa pócima. Al momento sintió como una agradable sensación de calor recorría todo su cuerpo, desde la cabeza a las piernas pasando por la barriga y la espalda.

Al salir a la calle, Lorena se dio cuenta de que con una bufanda le bastaba. Ya no le hacían falta las orejeras ni ponerse tres pares de calcetines. En el cole tampoco tuvo frío. Pudo seguir las clases del día siempre atenta y sin frotarse las manos para entrar en calor. Las cosas cambiaron tanto que, a la hora de la comida, incluso la sopa le pareció que estaba demasiado caliente. 

Al día siguiente a Lorena ya no le hizo falta tomar la pócima. Siguió abrigándose para no coger catarro, pero ya no lo hizo de forma tan exagerada. Lorena estaba contenta, aunque ya nunca más volvió a recibir la visita del hada invernal.

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