- .... Psss... pss... grgrgrg.. te conozco, sé quién eres... grgrgbrg... y voy a ir a por tí... sufrirás... mucho... hasta que me supliques la muerte...
El móvil se me escurrió de las manos y se precipitó al suelo, desencajándose la carcasa de la caída. Nuevamente había recibido una llamada anónima con amenazas. Era la tercera vez que me ocurría en dos semanas. No tenía ni idea de quién podía ser la persona que me hablaba con semejante mala leche, y en la pantalla del teléfono únicamente aparecían extraños e ilegibles símbolos.
No me lo pensé más. Cogí el siguiente autobús que pasaba por mi pueblo a aquellas vespertinas horas del día y me planté en la ciudad en pocos minutos. No había tiempo que perder y entré en la tienda de telefonía móvil donde había adquirido mi terminal.
- No te preocupes, mujer -me dijo con cariño la dependienta-. Tu anterior número queda definitivamente anulado y a partir de ahora podrás disfrutar de uno nuevo. Pero de todas formas, hay un método para reconocer las llamadas anónimas que recibas. Mira, tecleas...
- Gracias, es usted muy amable. Ahora ya me quedo más tranquila.
Ciertamente, ya estaba más sosegada, ya volvía a ser una persona anónima en el mundo del anonimato. Nadie me volvería a incordiar porque a nadie le pensaba dar mi nuevo número telefónico. Al menos, no a desconocidos.
03:34 a.m. ¡¡¡RING, RING!!!... ¡¡¡RING, RING!!!
Medio adormilada y sin saber muy bien lo que hacía, atendí la llamada.
- ¿Si?
- .... grgrgrbr... no puedes burlar a la muerte... psspspsss... te vencerá... y lo lamentarás... brgrbrggrrg...
Mi corazón estaba a punto de salir disparado del pecho. No. Eso no era real, era una pesadilla, no me podía estar pasando a mí. ¿Cómo podía saber nadie mi nuevo número?. ¿Qué desalmado estaba jugando conmigo de esa manera tan atroz?.
¡¡La contraseña!!. Recordé la secuencia de teclas a pulsar que la dependienta me había dado para poder identificar a la persona que me llamaba y con la legaña aún pegada, fuí poco a poco marcándola.
Un reloj en la pantallita me indicaba que esperase. Esperé. De pronto, apareció un 6. Bien, la llamada estaba hecha desde otro móvil, al menos no era una cabina telefónica o algo por el estilo. Aunque identificar un teléfono prepago quizá sería imposible. A esperar.
El reloj seguía moviendo sus agujas. Otro número. Otro 6. Bien, empezaba como mi anterior número, por 66. ¿No me estarían llamando desde mi antiguo número?. No podía ser, me habían dicho que ese estaba cancelado. A esperar. El reloj seguía moviéndose en busca del resto de números. Pero qué lento era, ¡Dios mío!.
De pronto, un tercer número apareció en la pantalla y para mi sorpresa, el dichoso relojito desapareció. Era un nuevo 6. ¿Ya estaba?. ¿Y el reloj?. Faltaban aún otros seis números más para completar el teléfono.
Pero la operación ya estaba consumada. No había más números que buscar.
Entonces fue cuando sentí pánico de verdad, hasta ese momento no lo había pasado tan mal como cuando junté los tres números. No iba a poder luchar contra aquello, estaba realmente vencida, muerta en vida.
666. Tenía línea directa con el infierno.