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Limonato el cascarrabias

Limonato fue un auténtico cascarrabias y un maleducado desde que era un niño muy pequeño. Y al hacerse mayor, lo fue cada vez más.

No le gustaba la simpatía de la joven que atendía en el pequeño quiosco de golosinas del parque. Ella solía regalar un globo a cada niño pequeño que pasaba por allí porque le gustaba ver sus caritas de alegría. Y el señor Limonato que era un agrio, tomó la costumbre de pincharlos con un alfiler. 

Tampoco le gustaba nada tener que compartir el banco del parque, así que si alguien se sentaba a su lado, se levantaba y se iba a otro banco en el que nadie le molestara. Ante cualquier muestra de buenos modales como un cortés "Buenos días" él refunfuñaba y torcía el gesto. Se metía en el ascensor sin esperar a los vecinos que estaban abriendo la puerta del portal, o entraba en la panadería sin haberse limpiado los zapatos de barro en el felpudo.

Martín era el hijo de uno de sus vecinos. Sus papás se esforzaban en tratar de explicarle que el comportamiento del señor Limonato no era el adecuado para que no lo tomara como ejemplo. 

- Martín, tienes que tratar bien a la gente y ser educado ahora, y cuando seas mayor.

Martín quería ser amable con todo el mundo y aunque el viejo Limonato era un cascarrabias, el pequeño se acercaba a él con una sonrisa todos los días para darle los buenos días. Y por las tardes, le ofrecía chocolate al igual que lo hacía con su abuela.

- Una onza de chocolate le endulzará el día – le decía el pequeño dejándole una chocolatina sobre el regazo.
- Anda vete de aquí, vete, que me quitas el sol – le respondía al niño de forma desagradable.

Cuando comenzaba a llover y Limonato no acertaba a abrir su paraguas, Martín se acercaba corriendo y le ofrecía el suyo.
- Vete de aquí mocoso. ¡No me hace falta tu paraguas!– y prefería quedarse empapado en la calle en vez de agradecer el gesto del niño.

Un día, Marín se encontró con Don Limonato sentado solo en el banco más apartado del parque. Y se acercó despacito a preguntarle qué le ocurría.
- ¿Qué le pasa? ¿Por qué llora?
- Me gustaría volver a ser joven, y en vez de ser tan cascarrabias, ser más educado y cortés con los demás – le dijo con tono melancólico al niño.
- ¿Sabe? Mamá dice que el tiempo que ha pasado no se puede recuperar, pero en cambio podemos disfrutar de cada una de las veinticuatro horas del día haciendo que se multipliquen por dos.

Aquellas palabras del pequeño Martín calaron hondo en el corazón de Limonato. Así, dejó de ser desde aquel mismo instante Limonato "el cascarrabias" y se convirtió en una persona sociable y encantadora que compartía su banco con quien quisiera sentarse a su lado y se apuntaba a cuanta partida de cartas, mus, petanca o dominó le invitasen. Se divertía como un niño ayudando a las mamás a balancear a los pequeños en los columpios y jugaba a la pelota con los perros del parque. Y es que el trato amable y siempre cariñoso del niño hacia Limonato logró llegar hasta el corazón de este, haciendo que realmente quisiera cambiar.

Datos del Cuento
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