La anciana estaba sentada en una mecedora de madera ubicada en el corredor de la inmensa casona, con extrema delicadeza se empujaba hacia atrás con ambos pies a efectos de balancease una y otra vez, mientras descansaba plácidamente. De manera sutil giro su cabeza al lado derecho para ver la hora que marcaba el reloj de pared que colgaba encima de una serigrafía elegantemente enmarcada. Eran las 03:00, faltaba una hora para tomar el medicamento que el doctor le había indicado para su problema cardíaco. Volvió la cabeza a su lado izquierdo donde estaba la ventana que daba hacía la avenida; contemplo la gente que pasaba, y recordó la época en que ella salía a la calle a primeras horas de la mañana a dictar sus cátedras como profesora universitaria. Vio palomas merodeando en los bancos de la plaza y recordó aquellos años en que ella las espantaba cuándo sus hijos jugaban en aquellas mañanas dominicales disfrutando todavía su época de niños. Parece que la anciana se había quedado extasiada, presa de los recuerdos que moldearon buena parte de su vida. De pronto volvió a la realidad, volvió su cabeza nuevamente a su lado derecho y dio un vistazo al reloj de pared, eran ahora las 03:00 levantó su cabeza mirando el techo para enfrentar un dilema momentáneo, o habían pasado doce horas, y eran ya las tres de la madrugada ó había logrado detener el tiempo mientras hilvanaba sus recuerdos; indudablemente la anciana ignoraba que el menor de sus nietos jugando con una pelota había tumbado el reloj el día anterior, el cual dejó de funcionar y se detuvo justamente cuándo sus agujas marcaban las tres de la tarde.