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Categoría: Misterios

La silla

La cara risueña de la Luna me miraba directa y perspicazmente, en medio de una madrugada tranquila y apacible. Como de costumbre, encontrábame sentado en mi vieja y burda silla de madera, espléndidamente estático y toda reflexión. Cada noche, al terminar con mis labores de leñador, me sumergía en interminables horas de lectura y escrutinio literario. Después de todo, por estos lugares boscosos y alejados de toda conciencia humana; esparcidos y plasmados en exquisitos valles montañosos, la lectura resultaba muy placentera después de andar por ahí descuartizando Gigantes de Madera. La edad, poco a poco, como un fuego impetuoso e insípido que se aproxima al contorno de un indefenso papel, me consumía. Hacía tiempo que Virginia, mi mujer, había dejado el mundo de los mortales enfrascándose en un viaje eterno y lejano. Quizá por eso me encantaba pasar horas nocturnas leyendo, sentado en mi vieja silla de madera. Probablemente, mera coincidencia ¿no creen? Si bien es cierto que hubo para mí un lapso temporal muy amargo, en el que la muerte de Virginia me atormentaba helándome las venas de una manera constante y atroz, también lo es el hecho de que pude, de alguna forma u otra, sobrellevar la tragedia. Siempre en mi vieja silla de madera…
La soledad por estos rumbos, en veces bajo la forma de siniestras siluetas, puede tornarse muy agradable. ¡Oh, bendita soledad! ¡Oh, magnífica esencia de luz, que penetras en mi corazón como fría brisa fantasmal! Tú, dichosa, bella y gloriosa soledad, portal hacia el reino de los cielos. Al reino de mi dulce Virginia. La soledad me entregaba a mi bella Virginia, colocándola frente a mi ventana, justo al frente de mi adorada silla de madera…
Allí estaba, en el exterior, filtrándose por el cristal de mi ventana; joven, muy joven, como si los años jamás la hubiesen tocado; y más aún, como si la horrible y egoísta muerte no se la hubiese llevado. Estaba lívida, brillante; como una figura de la más sutil porcelana. Un monumento angelical.
Y en medio de aquellas fantasías delirantes, fascinado, reía. Reía como si nunca en mi vida hubiese reído, gozoso. Me embriagaba de un sentimiento febril inhumano, indescriptible, hasta tal punto en que dudaba de que realmente Virginia estuviese exánime.
¡Pero de pronto! Todo se desvanecía y volvía a vislumbrar, en lugar de a mi querida Virginia, la fría luna proyectada en el cristal de mi ventana. Y yo, fatigado, despertaba de un letargo amodorrado, alucinante, encolerizado de volver a sentir la asquerosa realidad.
Lo comprendo, es muy probable que estén pensando que soy un pobre loco, pero les aseguro que no es así… Simple y sencillamente soy un ser muy imaginativo, demasiado acaso. ¿Me equivoco? ¿Es creíble, pues, que un demente tenga tanta y obstinada afición por la lectura? De ser un loco, vagabundearía por allí hablando con las rocas. Pero ese no es mi caso. Solamente soy un marido enamorado excesivamente de su mujer, ¿Acaso no es eso normal? ¿No es pues, regla inquebrantable de la humanidad?
Aunque en ocasiones, y para serles franco, tenía miedo. Cuando Virginia, cada noche se despedía de mí, me invadía de súbito un horrible sudor frío lunal, evidencia de mi visible cobardía. Y, ¿saben? Ahora estoy más tranquilo, justamente aquí, sentado en mi silla de madera…
Y así transcurrían los días, y yo los seguía casi rutinariamente. Hasta que, gracias al Todopoderoso, ¡A fe mía! ¡Los lapsos de amargura cesaron!
¿Cómo? Aún no lo sé…
Esta noche, al estar leyendo El extraño de H. P. Lovecraft, cuando por simple casualidad me levanté lentamente de mi silla, sujetando el manuscrito entre mis brazos, frente a esa Luna llena, fría y pálida como el ojo rasgado de un muerto, con su luz cadavérica pasando a través de mi ventana, que se me ocurrió observar mi propio reflejo en el cristal. La respuesta al ¿cómo? De mis frases anteriores fue aclarada…
Un libro tosco y de antaño, en medio de la nada, flotaba solitariamente como un pájaro herido en el gélido cristal… Frente a mi silla de madera.

Jesús M. Gamboa.
Datos del Cuento
  • Categoría: Misterios
  • Media: 5.07
  • Votos: 69
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1993
  • Valoración:
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