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La princesa y la muñeca

Había una vez un rey y una reina que sólo tenían una hija, a la que llamaron Rosa Verde.



La niña era muy linda y desde pequeña demostró tener una astucia inusitada, razones por las que sus padres, a pesar de las obligaciones reales, buscaban siempre pasar la mayor parte del tiempo con ella.



En tal sentido, todas las tardes paseaban con la pequeña por los terrenos exteriores del castillo, hasta que un día se tropezaron con una gitana que propuso leerles la fortuna. Curiosos por escuchar qué podía decirles, los tres accedieron gustosos.



Llegado el turno de Rosa Verde la gitana predijo que siempre sería bonita, pero que su vida podría ser bastante corta.



Cuando tuviera 18 años pasaría algo de mucho riesgo para su vida que, si no se tomaban todas las precauciones debidas, acabaría con su muerte.



Alarmados por el pronóstico, el rey y la reina decidieron entonces alojar a su hija en un palacio auxiliar que poseían intrincado en el bosque, bajo la tutela de un ama de llaves que la educaría.





Los años fueron pasando y Rosa Verde fue ganando en belleza, inteligencia y cultura. Sin embargo, tenía un atributo que podría caracterizarse en ocasiones como un defecto: era muy curiosa y pícara.



En no pocas ocasiones se las agenciaba para burlar el control del ama de llaves y escapar hacia otros parajes del bosque y sus inmediaciones.



Un día se halló frente a una cueva en la que previamente había visto varios hombres entrando y sacando grandes cofres, presumiblemente con dinero y riquezas.



Ávida por desentrañar el misterio, esperó a que la cueva estuviese desierta y entró.



Para su sorpresa, encontró un sitio bastante acomodado para la convivencia, con mesa, sillas, y otros enseres y mobiliario como para alojar a una decena de hombres.



Descubrió que en un caldero grande se estaba cocinando un sopón, por lo que calculó que los moradores, seguramente ladrones dado el cuidado con el que estaba sellado un habitáculo en el que sin dudas había más cofres como los que habían entrado y salido, estaban por llegar.



Pícara y aficionada a las bromas de mal gusto, Rosa Verde vertió el contenido del caldero en el suelo y armó un verdadero reguero en la cueva. Hecho esto, salió con sigilo y regreso a las cercanías del palacio, no sin cerciorarse de que pudiera comprobar la reacción de los ladrones a su travesura.



Para su deleite, vio que a estos no les agradó ni un pelín la broma. Se enfadaron sobremanera y juraron venganza por la osadía del intruso, al cual prometieron capturar de cualquier forma posible.



Lejos de asustarla, esto impulsó más a Rosa Verde a seguir con sus travesuras.



Al día siguiente decidió regresar a la cueva, pero se llevó una gran sorpresa.



Pensaba que estaba desierta, pero el capitán de la banda de pillos, un joven de singular belleza, se había quedado para sorprenderla.



De primera intención, el capitán no mostró su propósito de hacerle daño. No obstante, Rosa Verde no era una chica tonta, de esas a las que cualquiera podría engañar fácilmente.



Accedió a la invitación del capitán para conocer todo el interior de la cueva, pero mientras iba recorriendo el recinto con él, se aseguró de pedirle cosas que le ocuparan algún que otro tiempo, de forma que a la mínima oportunidad ella pudiese escapar.



Así, cuando terminaron el recorrido, le dijo al capitán que se quedaría a comer como le había pedido, pero que revolviera bien el puchero, pues a ella le gustaba bien cuajado. El capitán se entretuvo revolviéndolo y este fue el resquicio en el cerco, que Rosa Verde aprovechó para escapar de la cueva y huir.



El muchacho, tan astuto como ella, aunque confundido por las ansias de venganza y el gusto que le despertaba estar a su lado, se percató tardíamente del plan de Rosa Verde.



No obstante, salió corriendo a buscarla y su rapidez le permitió casi que alcanzarla. Llegó al palacio y vio como la joven trepaba por una cuerda hasta la planta superior.



El ladrón esperó tras una roca para luego subir él, pero por supuesto, como ya hemos dicho, Rosa Verde era muy astuta y pudo percatarse que su rival la había seguido.



Así, se agazapó en lo alto, donde terminaba la cuerda, y esperó a que el joven escalara por la misma.



Una vez este lo hizo, liberó la cuerda y provocó su caída, que hizo que el ladrón terminara bastante herido, sin fuerza apenas para regresar a la cueva.



Rosa Verde supo que había escapado del cerco de los ladrones, pero que el estado en el que había dejado a su jefe incrementaría la sed de sangre que sobre ella pesaba.



Debido a esto, decidió que debía tomar el desarrollo de los acontecimientos por su cuenta, y no esperar a que la muerte la sorprendiera.





Su decisión de actuar la llevó a disfrazarse de médico e ir al día siguiente de la caída del capitán a la cueva, supuestamente para sanarlo de sus dolencias.



Engañados, los ladrones dejaron pasar al médico, quien propinó tales friegas con ortigas al hombre, que casi lo dejan peor de lo que estaba.



Lleno de dolor, el joven comprendió quién era realmente aquel médico y su sed de venganza aumentó aún más. No obstante, estaba incapacitado para hablar coherentemente y ordenar la captura de la muchacha.



A Rosa Verde no le bastó con esto y regresó al cabo de tres días más a la cueva, esta vez disfrazada de barbero, para afeitar al líder de los pillos, cuya barba había crecido enormemente en los días de dolor.



Los ladrones volvieron a ser engañados, y Rosa Verde pudo acceder así a afeitar al muchacho, algo que hizo con esmero, pero para dejar su cara llena de cortaduras.



El capitán no dudó que aquel barbero era la muchacha que había destruido toda su rutina de ladrón y la armonía de la banda. Por ello, juró que pasase lo que pasase, y por mucho que pudiera resultarle misteriosa y hasta atractiva, la mataría.





Pasaron los días y Rosa Verde creyó que había eliminado la idea de venganza de los ladrones.



Llegó el día de su cumpleaños 18 y los reyes, de acuerdo a la que habían pactado con el ama, asistieron al palacio del bosque para llevar a su hija a la corte nuevamente y desposarla.



El capitán de los ladrones, ya recuperado, visualizó toda la escena desde la misma roca en la días atrás vio trepar a Rosa Verde por la fatídica cuerda.



Decidió que se haría pasar por príncipe y pediría a los reyes la mano de la muchacha, algo a lo que accederían dada las riquezas reales de las que él, buen ladrón, disponía.





Todo sucedió muy rápido, pero no lo suficiente como para burlar a Rosa Verde.



Esta accedió al casamiento porque de verdad, e inexplicablemente, se había enamorado del capitán, cuyos disfraces no la engañaban.



En la noche de bodas, Rosa Verde sabía que querría matarla, razón por la que ordenó hacer una réplica suya en dulce y la puso en la cama.



Cuando el ladrón, actual esposo, llegó a la alcoba, no perdió segundo alguno y se abalanzó sobre la muñeca de dulce, a la que apuñaleó en el corazón.



Un chorro de almíbar salió desprendido y embarró su cara y al comprobar que no era sangre, sino un líquido realmente dulce (almíbar), lamentó haber matado a la bella muchacha.



Rompió en llanto y sollozos, arrepintiéndose de haberlo hecho, pero Rosa Verde salió de su escondite, lo consoló y le pidió hacer las paces y amarse con todas sus fuerzas, algo a lo que el capitán accedió gustoso.



Así, Rosa Verde y su esposo, antiguo ladró y desde ahí noble caballero, vivieron felices hasta el fin de sus días, mucho después de lo que había predicho la gitana, aunque esto solo gracias a la astucia de Rosa Verde y el amor que logró despertar en el capitán.


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