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Categoría: Misterios

La primera reunión

Conforme entrábamos en el despacho de la central, ubicada en un barrio olvidado y gris de la ciudad, me preocupó el rostro severo y grave del subdelegado, un hombre gordo y afectado por los años; había ascendido hasta ese puesto a lo largo de dos décadas de inclinaciones y concesiones. Los demás, incluido el gerente, parecían sumidos en sus pensamientos al igual que yo, que era la primera vez que pisaba ese suelo sagrado para mí.
El despacho era claustrofóbico. Predominaba la madera antigua impregnada del aroma de puros que evocaban solemnes acuerdos comerciales.
Las dos ventanas, que quedaban al lado norte y sur de la habitación, resultaban atemorizantes por su estrechez y altura, pareciendo paradójicamente, que se habían construido para no dejar entrar la luz.
Una gran mesa antigua, como todo lo que allí había, y ovalada presidía la estancia sobre una alfombra ajada y raída. Las sillas, ataviadas con reposa brazos pegadizos por la mugre, estaban dispuestas en obsesivo orden y ya algunos de los congregados las tocaban tímidamente con la punta de los dedos.
Cuando el botones, vestuario a la antigua usanza, cerró la puerta el ruido profundo y pesado de los goznes se extendió en un eco ensordecedor, como si el edificio, o la ciudad incluso, estuvieran vacíos. En ese momento me sobresaltó la imagen del subdelegado, que dejó escapar un suspiro de horror, mitad llanto, y dando un breve respingo nos miró con ojos desencajados. Este gesto pareció contagiar a otros; algunos ya luchaban por coger aire oprimidos por sus cerrados cuellos y asfixiantes corbatas. Alguien pasó cerca del subdelegado y apoyó la mano en su hombro. Hubo una mueca de resignación.
Algunos se sentaban ya y yo opté, desconcertado, por hacer lo mismo. Estaba deseoso de conocer porqué había sido llamado a la reunión y miraba ansioso a los demás. En ese instante alguien desde fuera, seguramente el botones, echó con llave la puerta, que tenía varios cerrojos exteriores como había podido comprobar al entrar sin darle más importancia a pesar de la extrañeza de su presencia. Estuvo un buen rato haciendo ruidos, que cada vez eran más estentoreos y tenebrosos.
Cuando volví a mirar al subdelegado desesperado y llorando como un niño, pataleando en el suelo, ya sabía que jamás saldría nadie de allí.
Pronto encontrarán nuestros esqueletos.
Datos del Cuento
  • Categoría: Misterios
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