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La persecución del Tío Chapuzas

Había una vez un ladrón tan chapucero que todo el mundo lo llamaba el Tío Chapuzas. A pesar de lo desastroso que era, a este ladrón no había manera de atraparlo. Y es que, como era tan poco cuidadoso, perseguirlo era todo un reto, porque por el camino la policía se iba topando con todo tipo de increíbles obstáculos. Eso si no se encontraban las puertas tan deformadas que era imposible salir, las cerraduras tan rotas que no había manera de abrir o la calle con tantos boquetes como para impedir la circulación en vehículo o a pie.

-Acompáñenos a comisaría para hacer la denuncia, señor -decía la policía a las víctimas-. Tendrá que hacer un informe detallado de lo que le han robado.

-¿Robado? Si llego a saber esto le llevo la mercancía hasta su casa. ¡Ha visto esto! ¡El destrozo que ha provocado es peor que el robo! 

La policía no sabía muy bien qué hacer. Era necesario atrapar al Tío Chapuzas cuanto antes. ¡Sus robos estaban dejando la ciudad patas arriba!

-Tendremos que ponerle una trampa -dijo el capitán de policía, una mañana que se levantó inspirado. 

-La cuestión es cómo proceder para que no destroce lo poco que queda de la ciudad. A este paso nos vamos a tener que ir de aquí -dijo uno de los agentes.

-Esa será la trampa -dijo el capitán-. Abandonaremos la ciudad, nos llevaremos los vehículos y dejaremos todo abierto. Así el Tío Chapuzas podrá robar tranquilo y, con un poco de suerte, solo encontraremos algunos cristales rotos.

-¡Vaya plan! -dijo otro agente.

-No he acabado -dijo el capitán-. Instalaremos dispositivos GPS en los objetos más interesantes para que, cuando el ladrón los robe, dichos dispositivos nos indiquen dónde está la guarida del ladrón.

-Para eso no es necesario abandonar la ciudad -dijo uno de los sargentos.

-Pero si no abandonamos la ciudad no quedará nada de ella en unas semanas -dijo el capitán-. Así, al menos, conservaremos algo. Solo serán unos días. 

La polícía evacuó la ciudad bajo la excusa que era necesario para hacer las reparaciones que eran pertinentes para volver a la normalidad. Como había previsto el capitán, el Tío Chapuzas no tardó en empezar a hacer de las suyas. 

Tras el primer robo, la policía localizó la guarida del ladrón, pero esperaron para rodearle justo en el momento en el que regresaba con el botín. El Tío Chapuzas no tuvo nada que hacer y fue apresado.

El juez pensaba condenarlo a reparar los desperfectos, pero como era tan chapucero la condena fue mucho más ejemplar. Durante los años que pasó en la cárcel, el Tío Chapuzas fue el encargado de ordenar los libros de la biblioteca, la sala de juegos, la ropa de la lavandería y, por supuesto, su cuarto y sus cosas. Y no le daban de comer hasta que no estaba recogido. Así, aunque pasó bastante hambre los primeros días, el Tío Chapuzas aprendió a ser ordenado y respetuoso con las cosas propias y ajenas.

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