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Categoría: Misterios

La paloma blanca

La primera vez que le vi se notaba que era muy especial. Era alto y delgado. Tez morena, con una larga barba y unos ojos negros como luceros. Vestía con un traje color crema. Tenía la imagen de lo que uno puede imaginarse como un santo. Creo que eso fue lo que me hizo seguirle hasta averiguar el lugar en donde vivía… Cuando lo escuché la primera vez, más que entender sentí que lo más importante en la vida era la tranquilidad, la paz…

Desde que tengo uso de razón, siempre tuve una gran inquietud acerca de la vida y la muerte. Tiempo atrás me veo llorando cuando niño, por el cumpleaños de uno de mis padres. Tenía una visión acerca de sus muertes, y la de todos los seres que conocía y amaba… Desde aquella fiesta de cumpleaños perdí la seguridad en todo, y también eso llamado motivación. Durante mucho tiempo me sentía como empujado por la inercia de lo que se debía hacer. Había veces en que faltaba a mis estudios, me gustaba contemplar el mundo que me rodeaba como las palomas colgadas de las cuerdas de un cable telefónico. Mucho después, cuando ya era hombre, hacía lo mismo, paraba un momento y dejaba que el mundo siguiera su inercia como si fuera un tren al cual yo me negaba a subir. Contemplaba la vida como si estuviera en un teatro al cual no se sabe ni cuando ha comenzado, ni cuando va a terminar.

Aun me veo siguiéndole a aquel personaje sin saber el por qué. Seguía algo así como un llamado interior, una palpitación, algo que este señor irradiaba al momento de caminar como una estela de la luna en el mar... Lo vi parar en la entrada de una casa grande de color blanco. Se sacó del bolsillo unas llaves y se dispuso a entrar. De pronto, todas las luces de aquella casa de encendieron y por todas las ventanas salieron muchos jóvenes con los rostros llenos de alegría. La puerta se abrió y de la casa salieron muchas mujeres, niños, muchachos y señores de edad. Se acercaron hasta estar a unos pasos de él y, juntando sus manos, pronunciaron unas palabras extrañas y llenas de júbilo: “Pranam”, una y otra vez, mientras observaba que a todos les brillaban los ojos como si estuvieran frente a un sol. Luego, este señor, con el rostro tranquilo y sin conmoverse ni fastidiarse, entró a la casa seguido por todo este grupo.

No supe por qué me sentí tan feliz de observar a esta gente. Decidí quedarme un rato más para ver que ocurría. No pasó mucho tiempo cuando me di cuenta que la puerta de aquella casa estaba abierta, y pude ver que todos estaban sentados en el suelo rodeando a este señor, escuchando algo que decía y que parecía encantarlos como si todos fueran palomas volando al ritmo de su voz.

Salí del lugar en que ocultamente les observaba y decidí entrar a escucharlo. Cuando crucé la puerta nadie se percató de mi persona por lo que, parado, me puse a auscultar sus palabras. En verdad, mas que entender, sentí como si una nube de pureza penetrara a través de mi respiración, limpiando todo mi ser y saboreando un “algo” especial, un sentimiento de que había algo mas en la vida, un “algo” que yo no podía entender pero si sentir a través de aquellas palabras… Habló por más de dos horas pero, mientras lo hacía, parecía que el tiempo y el espacio no existían. Todos estábamos encantados… Sentía que estaba frente a un ser de bondad y de paz. Sus ojos eran como la puesta de sol más simple pero la más profunda pues dilataba las cuerdas de mi apreciación por las cosas. Cuando me miraba había algo dentro de mí que se iluminaba, entonces supe que aquel personaje tenía una conexión conmigo, desde toda la vida… Parecía conocer muy bien las fibras de mi corazón, como si yo fuera su guitarra.

Cuando todo terminó, el maestro, pues así lo llamaban todas las personas que le rodeaban, se paró y pidiendo permiso subió al segundo piso de la casa. “El maestro me dejó tocarle sus pies” “El maestro dijo”, escuchaba por uno y otro lado. Lentamente todas las personas comenzaron a salir y sólo quedaron cinco personas. Yo me quedé hasta el final y antes de irme pregunté a uno de ellos si podía hablar un momento con su maestro. Me causo profundamente la atención cuando me dijeron que el Señor estaba esperando a una persona llamado tal como yo. “Es mi nombre”, alegremente les dije. Todos me miraron y me pidieron que les acompañase. Les seguí.

Llegamos a una de las puertas de la casa en donde había dos muchachas esperando pasar al cuarto. Tenían una serie de ollas de barro con comida que despedían deliciosos olores. De pronto, la puerta se abrió y un joven de rostro contento salió y preguntó si el hombre llamado como yo, había llegado. “Ya llegué”, le dije. Me hicieron pasar. Apenas entré en la pieza parecía que todo hubiera sido perfumado. Cuando la puerta se cerró quedé solo frente al maestro que estaba sentado en una silla, bebiendo una taza de té.

- Pasa, por favor, y siéntate frente a mi – me dijo.

Busque una silla, la puse a su frente y me senté. Parecía no inmutarse por mi presencia, no era que le molestara pero se le veía como si estuviera conciente de cada aliento que pasaba por su nariz, y ello lo hacía verse mas atado al presente que yo.

- ¿Crees que tus padres te recuerdan? – preguntó.

Me quedé sin saber qué responder y pude recordar a mis padres. Reviví sus trágicas muertes, el dolor que sentí, a todos mis parientes y amigos tratando de inútilmente de consolarme. Reviví mi soledad, mi rechazo a todo aquello que me atase a una responsabilidad y mi ciega búsqueda por “algo” más en la vida...

- No lo creo maestro… - respondí.

Me miró con gran dulzura y me dijo que es bueno recordar a los seres que uno ha amado, pues para amar solo hace falta recordar y sentir aquel sentimiento que nos hace tanto bien. Luego, nos quedamos en silencio. Se paró y me dijo si deseaba recibir la iniciación. No supe por qué le dije que si pues no tenía idea de lo que significaba aquello de la iniciación. “Quizás sea aquello que tanto busco”, me dije. El maestro se sentó. De pronto sentí que un sentimiento hermoso me ahogaba como si fuera un globo de agua que se infla e infla hasta sentirse que va a reventarse… Sentí que el mar de todo mi dolor rompía los diques de mi vergüenza… Y lloré y lloré como un perro, como si toda la hiel que hubiera guardado en mí ser durante toda la vida se chorreara por mis ojos… Lloré y lloré hasta que todo en mi ser quedó vacío, nada, sin sentimiento, ni recuerdo… vacío, nada…

De pronto, el maestro tocó mi hombro y me pidió que me echara en el suelo. Me sequé la cara de todas mis lágrimas y como un niño obediente me eché en el suelo. Luego, prendió una vela en el cuarto. Cerró los ojos y comenzó a decir algo en un idioma extraño. Entonces vi que el humo que despedía la vela comenzaba a tomar formas conocidas… Vi el rostro de mis padres mirándome con rostros bondadosos… como si siempre hubieran estado observándome, ocultos bajo la oscuridad del universo, pero siempre a mi lado, siempre…

- Cierra los ojos – me dijo el maestro.

Le obedecí y la emoción al sentir la presencia de mis padres comenzó a diluirse y todo comenzó a transformarse en silencio, total silencio... Me sentí como si estuviera navegando en mitad del universo. Todo parecía tener vida propia, aunque todo era oscuro. El silencio se traducía en infinitas palabras y con un solo significado: la paz.

De pronto, sentí una mano en mi frente… era tibia y lentamente parecía escudriñar algo que parecía oculto, como si buscara algo enterrado bajo tierra… Entonces vi una luz parecida a una estrella pequeña, o una mancha brillante ante mí, haciendo que todo lo que me rodeaba se disolviera como si infinitas chispas perdiéndose en el espacio, quedándome solo frente a esa luminosidad. No me cegaba mas bien le iluminaba y me hacía sentirme en paz… Supe que era lo más bello que había visto en mi vida… Supe que estaba frente a la fuente de todas las bellezas, de la paz… Lentamente todo se fue apagando, y aquella luminosidad comenzó a alejarse, no a apagarse sino a alejarse, como si fuera una paloma que va de un lugar a otro en total libertad, sabiéndose hermosa…

De pronto, abrí los ojos y me vi echado en el suelo. Vi al maestro sentado en una silla, escribiendo algo sobre un cuadernillo. Me paré y quise decir algo pero lo vi tan concentrado que sentí que debía irme…

- Ya sabes lo que existe dentro de ti - me dijo -. Ahora tienes que contemplarlo así como lo haces cada vez que miras un atardecer, pues, es la apreciación de tu mundo interior lo que te hará apreciar tu propia vida. Ve al mundo y no olvides aquella paloma que vuela libre en tu interior… Ve y sé feliz cada momento que sientas tu respiración, pues verás que es “esa” la esencia de toda vida que encuentres.

- Puedo quedarme a tu lado… por favor. – le dije.

Sonrió, fue la primera vez que le vi sonreír. Me dijo que no era necesario que estuviéramos viviendo bajo el mismo techo, que cuando me sintiera solo cerrara los ojos y buscara aquel lugar en donde la luminosa paloma va de un lugar a otro, pues es ello, aquello que nunca se alejará de mi lado…

Agradecido me despedí del maestro y, mientras salía de aquella casa y me dirigía hacia la mía, sentí que algo muy pesado quedaba tras de mí… Me di cuenta que mis pasos eran ligeros y mis ojos miraban con claridad… Sí. Me sentí libre. Libre de poder encontrar al fin un lugar en donde poder descansar y sentirme en paz conmigo mismo…

Apenas llegué a mi desolada casa, me pareció que fuera nueva, que brillaba como si el sol estuviera adentro. Me sentí tan contento que me puse a llorar de alegría… Subí hacia mi cuarto, apagué las luces y me puse a esperar a que la hermosa y luminosa paloma se pusiera frente a mi existencia…


Lima, 29/10/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 11493
  • Fecha: 30-10-2004
  • Categoría: Misterios
  • Media: 5.69
  • Votos: 62
  • Envios: 1
  • Lecturas: 2319
  • Valoración:
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