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La leyenda del lago de plástico

A Raúl llevaban años contándole la misma historia. En el colegio, en casa, en la consulta del dentista, en todos los cumpleaños de sus amigos… En todos lados le decían que, cerca del pueblo, a unos 10 kilómetros más o menos bosque adentro, había un lago muy extraño. Era un lago sin peces, sin árboles alrededor, un lago en el que la gente no se bañaba. Lo llamaban el lago de plástico.

Raúl pensaba que se trataba de algo inventado. No le parecía posible que hubiese un lago sin vida. En todos los libros que había leído en su vida los lagos eran de un color azul brillante y estaban rebosantes de peces de todo tipo y tamaño. Como no se lo terminaba de creer, un día decidió ir a investigar. 

Emprendió el camino a través de un bosque y, cuando llegó a la orilla de aquel misterioso lago, empezó a entender las cosas. No había peces porque el agua estaba sucísima. Plagada de bolsas de plástico, de otros elementos contaminantes y desprendiendo un olor nauseabundo. 

-¿Cómo van a poder vivir los peces aquí? -se dijo en voz alta. 

Casi al momento de pronunciar esas palabras, del centro del lago emergió una montaña de residuos. No era una montaña sin más ya que parecía tener ojos y una boca con la que hablar. Precisamente fue esa boca la que pronunció las siguientes palabras: 

-Hace años que ya no puedo acoger vida de ningún tipo. Ni flora ni fauna. Me han ensuciado tanto que me es imposible y eso me provoca estar tremendamente triste -dijo aquella montaña de plástico con voz cavernosa. 

Investigando ya de vuelta en casa, Raúl entendió cómo se había llegado a esa situación. Durante los años precedentes, nadie había tenido el más mínimo respeto por el entorno. La gente que iba de picnic al lago no recogía su basura y quedaba todo desperdigado por ahí: latas de refresco, bolsas de plástico, envoltorios y paquetes.

Además, la gente de los pueblos de alrededor usaba los inodoros y los fregaderos como papeleras. Arrojaban papeles, toallitas, jarabes, aceite de cocinar… Todo eso había ido a parar al agua del lago acabando con toda la vida que albergaba. 

Raúl sabía que en aquel sitio se bañaban sus abuelos de jóvenes y le daba mucha pena que ahora estuviese así. De ese modo, atendiendo a las palabras de aquel montón de residuos parlante, organizó una serie de turnos con la gente del pueblo para limpiarlo. Por supuesto, les convenció de que mantener el entorno limpio era una tarea común y que, no haciéndolo, estaban perdiendo todos. A algunas personas les costó entender la gravedad de la situación pero con paciencia acabaron sumándose al equipo de limpieza y cambiando sus hábitos de vida.

Poco a poco, el que todos habían llamado “el lago de plástico” volvió a ser un lago normal, lleno de luz y con olor a naturaleza y a vida. Con la ayuda de Raúl y del resto del pueblo.

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