En medio de las altas montañas, en el preciso lugar en donde el hombre sueña estar alguna vez, un águila se desplaza suave, como dibujando grandes curvas en el aire. Imponente, con las alas extendidas al máximo, como acentuando la belleza del paisaje.
El ave sabiéndose el rey de los aires, de las montañas, de las alturas, baja la mirada y posa el brillo de sus ojos en un punto fijo. Ha divisado a su presa, y no importa la fragilidad, la belleza o la edad de la víctima, él ha decidido que ya no verá otro atardecer.
A lo lejos una golondrina observa el evento, como quien ve el arcoiris. No es nada nuevo para ella, es parte de su entorno y de su cotidiano vivir. Ella espera posada en la rama de un árbol, del mas alto a media montaña. Espera a sus compañeras que lleva día y medio de no ver. Se resiste a abandonar el árbol como si de ello dependiera encontrar el rumbo nuevamente. El viento mueve la rama, y ella se aferra más, hasta que decide echar a volar nuevamente.
Su vuelo es ligero, sin rumbo, se sabe perdida y sin embargo parece no desesperarse por ello.
Su mirada se vuelve a fijar en el águila, observa cada movimiento y queda fascinada con el porte y la arrogancia del animal.
Por fin se atreve a acercarse, con mas timidez que temor, con solo la idea de verlo de cerca y contemplarlo en toda su grandeza.
Se sintió pequeña, frágil, sola...y envidió la naturaleza de su admirado compañero.
Muchos días estuvo sobreviviendo a su soledad, procurándose alimento, pero siempre pendiente de la ubicación del águila, no entendía porque no podía alejarse de él.
Y lo absurdo sucedió, la golondrina se había enamorado del águila. El ya se había dado cuenta de que no importaba cuan lejos volara, siempre la golondrina estaría cerca, observándolo. A él le causaba ternura, y curiosidad. Se había convertido en su compañera silenciosa y eso le agradaba.
Un buen día, la golondrina creyó ver a sus compañeras y voló a toda prisa hacia ellas hasta agotarse y sin embargo no pudo alcanzarlas...estaba ya muy lejos, lo suficiente para perderse del águila. Se posó en el árbol mas alto que encontró para definir su ubicación, pero no lo logró. Quedó triste y desconsolada. Ahora sí sabía lo que era estar sola. Lejos de su familia lo pudo superar, pero lejos del águila, se sentía morir.
El águila por su parte andaba muy en su papel de rey de los aires, ocupado en el dominio de lo que consideraba su territorio, su reino. Pero no tardó en sentir la ausencia de la golondrina, a quien ya consideraba de su propiedad y dentro del paisaje que consideraba suyo. Dejó pasar unos días antes de preocuparse realmente por ella...Le costaba reconocer que no solo la extrañaba...
Se había acostumbrado a su presencia, y la necesitaba. Decidió hacer a un lado su pose, y la buscó durante 5 días con sus noches.
Cuando ya casi se daba por vencido, su potente mirada la divisó debajo de unos arbustos...y se acercó.
La golondrina estaba agotada y se había olvidado de comer en un tiempo, por lo que su debilidad le había hecho confundir sus deseos con la realidad mas de una vez.
Creyó que era un sueño mas, sin embargo al despertar...estaba en lo alto de la montaña en donde por vez primera había visto al águila. No podía creer que el rey de los aires le dedicara tanta atención.
Desde ese momento se hicieron compañeros inseparables, ella enamorada, él protegiéndola, cuidándola.
Al año siguiente el se propuso encontrar el rumbo de las golondrinas para devolverla a su lugar, pretendiendo con ello demostrarle cuánto le importaba.
Y así fue, sin embargo la golondrina sintió partirse en dos cuando pensó que ya no la quería tener a su lado. Se fue dejando el corazón en medio de aquellas montañas que la habían visto tantas veces volar rebosando de felicidad.
Reconoció que no podía aferrarse a un amor sin origen ni destino, que debía seguir el camino que la naturaleza le había marcado desde su nacimiento. Que no podía desafiar a la naturaleza.
Se resignó a aceptar su destino, pero no sobrevivió a él. A los pocos días y al atravesar un pueblo, cayó enferma a los pies de una estatua. Unos chiquillos trataron de reanimarla pero fue inútil.
Por su parte el águila siguió con su vida en soledad, sufriendo su ausencia pero apoyándose en la idea de que ella debía estar feliz en su ambiente natural y con los suyos. Muy triste, pero convencido de haber hecho lo correcto.

La golondrina y el águila tuvieron el amor en las manos, y lo dejaron ir...suponiendo hacer “lo correcto.”