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La casa gris

Martino había sido una ciudad muy rica y habitada en la época romana, pero con el paso de las décadas había perdido muchos habitantes y a día de hoy era prácticamente una villa con pocos vecinos. Lo que si se podía observar es que había muchas casas enormes. Casas que parecían pequeños castillos con muchas puertas y ventanas, con jardines y garajes. Esas casas eran las más presumidas de Martino. Cada vez que caía la noche y la luz de la luna inundaba el espacio empezaban las conversaciones:

-Hola vecinas, ¿Habéis visto que de flores me han salido en el jardín? Le gustó mucho a la primavera -decía la casa roja que tenía diez habitaciones y una enorme puerta de madera en su entrada.

-Bueno, eso no es nada querida casa roja, mira que tejado me ha quedado en mi cabeza. Parezco una casa nueva, qué digo casa, al final con mis quince habitaciones, mis garajes, mis baños yo ya soy digna de llamarme mansión -dijo la mansión marrón.

-Por favor, chicas, yo tengo un porche para que la familia que convive pueda salir a cenar y a tomar el sol por las mañanas, yo creo que soy la más bonita ya solo por eso -respondió la casa verde.

Y así las casas de Martino pasaban la mayoría de las noches. Casi todas estaban contentas de sí mismas menos una. La casa gris. Todo el mundo la llamaba así porque desde que sufrió un pequeño incendio nadie había vuelto a cuidarla y visitarla. Sus dueños se fueron a vivir a otro sitio y nadie volvió a cambiarla.

La casa gris se sentía sola y fea. Cada vez que alguien visitaba Martino admiraba lo grande que era, pero también la ignoraban por estar vacía y en ruinas. ¿Quién va a querer vivir ahí? Al final lo que más nos hace estar felices es ser útiles y la casa no era útil para nadie. Por eso dejaba que las enredaderas malas ocuparan sus paredes, que la lluvia pasará por el techo y no evitaba nada ponerse fea y descuidada. Total ¿para quién?


Todas las casas le decían que por qué no dejaba de esperar e intentaba tirar sus piedras y así dejar de ser una casa que, al fin y al cabo, nadie la iba a querer… Pero la casa gris decía que había sido muy feliz cuando tenía su espacio ocupado y que iba a esperar. 

Esperó y esperó hasta que un buen día un hombre llegó a Martino. Venía con una maleta gris y un abrigo gris. Llamaba la atención porque el verano había llegado y todo el mundo se ponía sus trajes de colores para dar la bienvenida al sol. Cuando preguntó para comprar una casa todo el mundo le enseñó casas enormes de mil colores. Pero el misterioso hombre se fijó en la casa gris y fue la que quiso quedarse. La casa gris estaba muy sorprendida, había alguien que quería quedarse a vivir en ella.

Cuando fueron pasando los días la casa entendió por qué el hombre la había escogido a ella. Quería que iniciaran una nueva vida juntos. El hombre había perdido su trabajo y quería crear cosas nuevas y pensó que qué mejor viaje para crear cosas nuevas que empezando por crear un sitio nuevo donde vivir; y así lo hizo. Pasaron los meses y el hombre de gris trabajó tanto en la casa que cuando acabó con ella era una enorme casa de color blanco. Todas las casas la miraban con sorpresa, pues era una casa muy muy bonita. Aprendieron que la espera muchas veces merece la pena.

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