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La astucia del conejo

~~Una linda tarde de verano, un conejo descansaba tranquilamente tumbado sobre la hierba. Sigilosamente, un tigre se acercó a él y dando un rugido, le amenazó.

-¡Ya eres mío, conejo escurridizo! ¡Llevo días intentado atraparte y al fin te tengo!

¡No había escapatoria! Tenía las fauces del tigre a tan poca distancia que hasta podía sentir su fétido aliento sobre su rosada naricilla. La única posibilidad que le quedaba era sacar provecho de su propia astucia.

~~– ¡Un momento, un momento, señor tigre! Tengo algo muy importante que decirle.

– ¿Qué quieres? ¡No me apetece hablar, sino zamparte de un bocado!

El conejo tragó saliva y le plantó cara disimulando el miedo.

-¿Usted me ha visto bien? ¿No ve lo flaco y pequeño que soy?

– Sí, pero me da igual ¡Te voy a comer de todas formas, así que no te resistas!

– Pues se equivoca, porque aquí donde me ve, soy dueño de varias vacas que ahora mismo pacen tranquilamente en lo alto de la montaña que está justo detrás de usted. Su carne exquisita y si me perdona la vida, puedo regalarle una ¡Así tendrá comida para muchos días, se lo aseguro!

– ¿Es eso cierto? ¡No me estarás engañando!…

– ¡Pues claro que no! ¡Podemos ir ahora mismo a por ella! ¡Venga conmigo y se la mostraré!

El tigre no estaba muy convencido pero decidió seguir al conejo.  Cuando llegaron al pie de la montaña, el conejo siguió con su convincente actuación.

– ¿Ve aquellos bultos de color negro que se ven en la cima? ¡Son mis vacas! Ahora espere aquí abajo. Subiré yo sólo y cuando le avise, abra los brazos. Yo lanzaré la vaca y usted la recogerá.

– De acuerdo, pero date prisa que estoy muerto de hambre.

El conejo corrió hasta la cima de la montaña. Los bultos no eran vacas sino piedras, pero el tigre estaba tan lejos que sólo distinguía unas grandes moles de color parduzco. Desde arriba, el conejo le gritó.

– ¡Vaca va! ¡Extienda los brazos para agarrarla bien!

El conejo echó a rodar la piedra ladera abajo y el tigre, cegado por el sol, no se dio cuenta de lo que era  hasta que la tuvo muy cerca. Cuando se percató, echó a correr como un loco en dirección contraria a la falsa vaca que le pisaba los talones a toda velocidad. A duras penas se libró de ser aplastado y quedar fino como una hoja de papel; lo consiguió porque justo cuando estaba a punto de ser alcanzado por la roca, saltó hacia la izquierda y cayó de bruces sobre un charco que alivió su caída. Aun así, su cuerpo crujió y se estremeció de dolor.  Pensó en regresar para vengarse del conejo, pero tenía tal susto en el cuerpo que cuando se recuperó un poco del tortazo, se adentró en el bosque para no volver nunca más por allí.

Así fue cómo el conejo se demostró a sí mismo que la inteligencia es más importante que el aspecto físico. Muchas veces, las mentes grandes se esconden en cuerpos pequeñitos.

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