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La Pasión de Cristo

Getsemaní estaba a oscuras, bajo las brillantes estrellas, y él oraba solo, lejos reposaban los suyos. Getsemaní dormía tranquilamente, en la plácida noche, pero en un halo su sueño fue muerto, sus olivos turbados. Romanos armados llegaron, delante iba el maldito, ¿quién de vosotros es Jesús de Nazareth?, los soldados preguntaron. Voces rasgadas buscáronle, también perdidas miradas, pero hubo de encontrarle un beso, más escupido que dado.
Atrapáronle pues los soldados, mientras aquél contaba su plata, furia y lamentos se oyeron, pero ya se lo llevaban.
Largo camino anduvieron, bajo las brillantes estrellas, camino de serpiente, desprecio y burla, hasta las grandes almenas. Entonces fue interrogado, grandes romanos le inquirían, pero al no hallar perdón en sus labios, a los sacerdotes lo arrastraron. Gran blasfemia para éstos pronunció Jesús, emparentándose con Dios divino, y mientras el maldito en alguna parte plata por horca cambiaba, fue empujado de nuevo al látigo y el suplicio. Toda esa noche y la siguiente mañana, Jesús padeció tortura, también escupitajos y risas, y una corona de espinas. Al mediodía llegó el juicio, un tal Pilatos lo presidía, hombre justo y razonable, al parecer lo perdonaría. Sin embargo dos opciones dio al pueblo, así La Pascua decía, salvar a Jesús Nazareno, o a Barrabás, de alma impía. Las gentes no lo dudaron, no soportaban a aquel blasfemo, y con un grito ensordecedor, al segundo reclamaron. Pilatos se lavó las manos, pues ya había cumplido, y luego dictó sentencia, Crucifixión en el Gólgota, para que aprendan.
Dicho esto partió Jesús, con la cruz sobre la espalda, atrás los soldados iban, apremiando su llegada. Las calles estaban repletas, ya no cabía un alma, todos los ojos atentos, mientras las lenguas insultaban. Sólo hubo piedad de unos pocos, como la mujer de la Sábana Santa, o un hombre que ayúdole a cargar la cruz, José de Arimatea se llamaba.
Ya en la cima del Gólgota, Jesús fue crucificado, clavos en lugar de cuerdas y un INRI que se burlaba. Una lanza en el costado, por haber pedido agua, Jesús se resignó sereno, qué poco faltaba. Poco antes de morir, a San Dimas prometió la gloria, y luego con su último aliento, ante su Padre solemne el gesto, hizo su último ruego en vida, perdonar a aquellos hombres impíos, que tanto daño habíanle hecho.
Datos del Cuento
  • Categoría: Religiosos
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