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La Libertad de Joaquin

Aunque no lo sabía, Joaquín había nacido libre, en algún lugar donde el único límite que tienen los ojos, es la lejana línea que traza el horizonte sobre la profundidad de las pampas argentinas.
Un lugar, donde la brisa corre libre, fresca, pura. Donde los amaneceres y los atardeceres, son acompañados por infinidad de sonidos campestres, plagados de cantos y colores. Un lugar donde las noches son oscuras, cerradas, aletargadas por los grillos e iluminadas solo por la luna y las luciérnagas.
Pero Joaquín vivía allí, en la ciudad, en esa casa espaciosa, rodeado de atenciones, aunque -a diferencia del lugar al que pertenecía- con las naturales y lógicas limitaciones que tienen las casas de la ciudad.
Su cuerpo era pequeño y de frágil apariencia, aunque a veces se podía adivinar en él una gran vitalidad. Su cabeza chata, cuadrada, mostraba con ostentación un rebelde y agresivo penacho en la nuca y un par de ojos pequeños, inquisidores, de extraño color rojizo. Sus extremidades eran largas e infinitamente delgadas. Su figura, de proporciones exageradamente asimétricas, aparecía ridícula a la vista de todo el que lo miraba.
Vivía allí desde pequeño y por algún motivo que ignoraba, gozaba de ciertos privilegios que no todos los habitantes de la casa podían disfrutar. Tenía todo servido, recibía todo lo necesario para vivir cómodamente, sin tener la necesidad de esforzarse para ello.
En realidad, todo lo que hacía era pasar el tiempo, a veces tirado al sol, recreando su imaginación o hurgando, recorriendo y curioseando en cada rincón como amo y señor de aquella finca. La amplitud de la casa, le proporcionaba extensos lugares por donde andar, ejercitarse en todo tipo de experiencias y el dueño de casa, que lo había traído a la ciudad, le brindaba todas las afectuosas atenciones y menesteres como si fuera de la familia.
Aunque no se encontraba realmente preso allí, en su ignorante inocencia, solía sentir inexplicables impulsos por escapar. Aunque no sabría muy bien a donde ir, ya que no conocía más que ese lugar. Tal vez, fuera la monotonía.
De tanto estar allí, conocía todos los movimientos de los habitantes de la casa y, aunque no los viera, adivinaba por sus voces la presencia de cada uno. Aunque mayormente no les prestaba atención y se desentendía de alternar con ellos. Pero siempre estaba atento, respondía y se presentaba prontamente, cada vez que alguien, especialmente el dueño de casa, tan solo pronunciaba su nombre.
Esa mañana, lo descubrí agachado detrás de unas plantas, como meditando sobre sí mismo y aunque mi aparición había sido sorpresiva y silenciosa, no se dio por enterado. Como si nada le importara mi presencia allí. Resultaba llamativa su actitud, ya que siempre se alteraba ostensiblemente, huyendo, gritando y ocultándose frente a la presencia de cualquier extraño. "Tal vez, se haya acostumbrado a mi presencia en el lugar" -pensé-.
Me quedé un momento observándolo y él siguió allí, inmutable. Solo me miró por un momento con sus ojos enrojecidos y desvió rápidamente su atención, como volviendo a sus cavilaciones. Y allí se quedó, tan quieto como lo había encontrado. Yo seguí entonces con mis cosas y por un rato me olvidé de él.
Por la tarde, me sorprendió con la algarabía de sus gritos y lo vi corretear por todo el predio, como si necesitara ejercitar sus músculos. Cuando se detenía, parecía desperezarse elongando sus extremidades, como si fuera un atleta preparándose para un evento.
Más tarde, apareció en el lugar el dueño de casa y lo llamó por su nombre, tal como solía hacerlo todos los días. Joaquín, contestó con un grito y acudió prestamente a su llamado. El hombre se le acercó, le habló afectuosamente y luego se retiró, causando algún desconcierto en Joaquín, que lo observaba irse con cierta extrañeza.
El dueño de casa se sentía orgulloso, satisfecho por la atenta disposición de Joaquín hacia él. Se regocijaba y se jactaba por el afectuoso entendimiento que existía entre ellos. Siempre comentaba sobre las atenciones que le brindaba y las prevenciones que tomaba para que Joaquín, estuviera a salvo de cualquier peligro que lo pudiera acechar.
Caía el sol cuando el dueño de casa lo volvió a llamar. Fue entonces cuando sumé una más a las tantas escenas tétricas, brutales y tenebrosas que en mi vida me han tocado presenciar.
Cuando se acercó, Joaquín, sorpresivamente trató de escapar, comenzó a gritar estridentemente, con desesperación, mientras corría haciendo rápidos esquives, evitando los manotazos del dueño de casa, que se afanaba por atraparlo.
Lyza, la perra de la casa, comenzó a ladrar observando a su amo correr detrás de Joaquín, acorralándolo y atrapando finalmente, al pequeño, frágil e indefenso Joaquín con sus fuertes manos.
El hombre sacó luego unas tijeras y con hábil destreza, cortó, impiadosamente, las puntas de las extremidades superiores de Joaquín, que gritaba y hacía desesperados esfuerzos por zafar de las manos que atenazaban su pequeño cuerpo.
Cuando terminó esa tarea, el hombre guardó las tijeras en un bolsillo y procedió a encerrar a Joaquín en una jaula. De pronto, se volvió hacia mí y me sorprendió observándolo atónito, impotente.
Tal vez incomodado por mi expresión de sorpresa y desagrado, con serena naturalidad me dijo, explicándose: -“Si no se las corto un día de éstos sale volando, ya lo vi practicar hoy temprano, las tenía muy largas. Lo encierro por las noches porque si nó, se lo van a comer los gatos. Acá está bien, anda suelto durante todo el día, está cuidado y bien alimentado...” Después se dedicó a tranquilizar a la perra, que seguía ladrando, alterada por la desesperación de Joaquín que, sin dejar de gritar, se estrellaba insistentemente contra los barrotes de la jaula.
Cuando me retiré del lugar, angustiado, me fui pensando en la vida de aquel Tero (porque eso es lo que era Joaquín, solamente un tero) y en su infructuosa -e inexplicable para él- búsqueda incesante de libertad.
Comparé entonces, esa búsqueda, con la de tantos otros que -víctimas del despropósito, la injusticia, la brutal incomprensión, la vanidad o la ignorancia-, luchan infructuosamente -hasta sin saberlo- por alcanzar una libertad que naturalmente les pertenece, pero que por diversas y burdamente explicadas razones, se les ha negado.
Privación ésta que se realiza, con el único beneficio de colmar la satisfacción, de quienes consideran estar haciendo lo correcto, sin comprender, que tronchan un sagrado derecho que se nos da naturalmente a los seres vivos, en el mismísimo momento en el que arribamos a este mundo. ¡La Libertad!
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Donato Díaz
invitado-Donato Díaz 27-06-2003 00:00:00

Estimados lectores y administradores de Buscacuentos. Equivocadamente, por razones de distracción, en un principio se había insertado con este título, la copia de un viejo borrador, correspondiente a esta misma pequeña historia. Al advertir el error, he procedido a insertar el texto definitivo. Espero sepan disculpar esa distracción y que añadan sus críticas, tomando en cuenta a éste último. Un saludo afectuoso para todos.

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