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Categoría: Infantiles

La Gallina Blanca.

La gallina blanca estaba enojada. Otra vez venia su dueño a quitarle los huevos que había acabado de poner. Eso a ella no le gustaba, le molestaba. Ella amaba mucho a los huevos que ponía, porque quería tener sus pollitos. Habló con su mejor amigo, el gallo, y este le dijo: "Viniste aquí a trabajar, tu trabajo es poner huevos, para que el dueño los venda. Tus huevos son la comida de muchos humanos". La pobre gallina blanca se puso a llorar. "Yo no quiero que mis huevos se vendan! Yo quiero quedarme con ellos. Quiero tener muchos pollitos." Otro gallo pasó por donde estaba la gallina blanca, y le preguntó: "¿Porque lloras así gallina blanca?" La gallina se le acerco, sollozando comentó: "¡No quiero quedarme aquí, quiero huir con mis huevos, que son mis pollitos! Me están quitando a mis hijitos para venderlos".

El gallo comenzó a reírse a carcajadas. "No seas ignorante. Estas aquí para poner huevos. Tú también perteneces al dueño. Él tiene el derecho de vender todos los huevos que tú pongas. Los humanos necesitan comer huevos. Son muy saludables." La gallina blanca siguió llorando, mientras decía: "¿Porqué a mí me quitan los huevos que pongo? ¿Porqué las otras gallinas tienen pollitos y yo no?" Caminaba por allí una perra. Le dio mucha pena ver la gallina llorar. "¿Qué te han hecho gallinita blanca? Estás muy triste."

"Si perrita, quiero tener pollitos, pero mi dueño me quita todos mis huevos y los vende. No es justo, yo quiero tener pollitos como todas las demás gallinas." La perra entendía muy bien a la gallina blanca. Ella también era madre y tenia tres hermosos perritos. "Es tu trabajo gallina blanca. Yo tengo tres perritos, y ya me vendieron uno. Yo sé que va a vivir muy bien con esa familia que lo compró. Aquí hay muchos animales, todos tienen un propósito. Mi trabajo es proteger a los demás animales y a mis dueños. Tu trabajo es poner lindos huevos para venderlos. Las otras gallinas tienen pollitos para que se multipliquen los pollos y las gallinas. Cuando crecen se venden para hacer un caldo de pollo o para comer pollo frito. Para eso naciste gallina, es tu deber alimentar a los humanos." La gallina más tranquila comentó: "Entiendo amiga. Pero yo quiero ser madre, quiero tener pollitos para quererlos mucho. Pero si me los van a comer, eso no me gusta. Seguiré poniendo huevos para que se los vendan a los humanos."

"¿Pero que harán conmigo cuando este vieja y no pueda poner más huevos?" La perra sonrió. "Gallina vieja da buen caldo. De seguro te cocinan o te dejan para adorno." Todos los días venían a recoger los huevos que ponía la gallina blanca. Pero un día el dueño vino sin cargar aquella canasta donde ponía todos los huevos. La gallina se quedo asombrada. Había puesto más de diez huevos ese día. El dueño la mira, parece estar muy contento. "Gallinita blanca, llevas mucho tiempo conmigo y me has puesto muchos huevos. Todos los he vendido muy bien. Ahora lo que quiero es que me des muchos pollitos. He comprado dos gallinas nuevas, su trabajo será poner muchos huevos como hiciste tú. Estoy muy orgulloso de tu trabajo."

La gallina blanca se puso contenta. Por fin tendría pollitos. Los tendría con ella hasta que el dueño quisiera o hasta que fueran adultos. El tiempo se fue volando. La gallina blanca estaba muy feliz. Tenía quince pollitos que la perseguían por todas partes. Caminaba por el patio y los pollitos hacían una fila y la seguían. Así era todos los días, desde que amanecía. Ella los cuidaba mucho, cuando caminaba contaba sus pollitos. Era la gallina más feliz de aquella casa. El dueño la miraba con orgullo. Le tiraba maíz y ella volaba y corría, cogía el maíz y se los daba a sus pollitos. Después lo que sobraba la gallina blanca se los comía. Ella les contó su historia a las demás gallinas.

Entendía que todas le pertenecían a los humanos. Tenían que ser conforme con lo que eran y para que habían nacido. Pero la suerte por todos lados se pasea, y a cualquiera le toca. La gallina blanca tuvo mucha suerte y tuvo a sus pollitos, y estaría con ellos hasta que el dueño quisiera, o hasta que ellos crecieran y se fueran con otro dueño para poner muchos huevos. Al rato pasó por su lado el dueño. Iba muy feliz, llevaba cargando un pavo hermoso y grande. La gallina blanca se acordó que era el día de dar gracias. Esta vez le tocaba al pavo alimentar a los humanos. Ese era su trabajo.

Fin.
Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
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