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LOS ESCOGIDOS (Ensayo)

No entiendo por qué la gente hace usualmente las mismas cosas. Se levantan, bañan (no siempre), se visten, (el espejo les muestra escrupulosamente su única imagen), desayunan (lento o apurado), y salen (algunos se despiden, otros no) a la ciudad... Se cruzan con gente conocida, desconocida, o ven una que otra escena agradable o desagradable, o ven lo mismo de siempre. Llegan al trabajo y laboran con la cabeza esperando como escolares el timbre que les avise el final, y el principio de la ilusión del descanso. Luego, lentamente regresan a su hogar, o al espacio en donde encuentren gente con apreciaciones similares de la vida; y después de empacharse de la misma parodia, regresan a su hogar, sabiendo que encontrarán el mismo aire enrarecido de periodicidad familiar. Se inyectan a la televisión para respirar los aires de algún lugar paradisiaco, y ya con los ojos cargados de ensueños, caen tumbados por el cansancio del cuerpo.
Así transcurren los días matizados por algunas molestias, alegrías, tristezas, que provienen de los seres que más amamos u odiamos, pero, que exista alguna relación o calor del efecto de acción y reacción...
Dormimos, soñamos, o no soñamos, hacemos el amor o nos masturbamos, o leemos hasta que el libro se nos caiga sobre la cara... perdiendo la identidad. Y así, día tras día, excepto los feriados y domingos, en donde todo se hace tan corto que la ilusión de la libertad se escabulle como arena entre los dedos; aunque nos deja la huellas del mejor de los intentos, pensando en que la próxima vez encontraremos el rostro de la felicidad reflejados en los seres más próximos y queridos... Y recordaremos que cuando la sentimos, llegó como un adolescente embriagado de emociones, fantasías, conjuros,... y nunca más regresa, como la primera vez; y si vuelve, viene vestida con el traje viejo de la nostalgia, o algunas veces en nuestros sueños más alegres... Pero, nunca como la imaginamos, pues su apellido es Libertad.
En esta tribu que, se alimentan de la ilusión y el ensueño, muy de vez en cuando nacen unos seres de ojos brillantes y contagiosas sonrisas, destilando de sus labios la mentira estilizada con la gracia; su misión es observar su entorno, a su gente que come, caga, duerme, y vive en el ilusorio mundo, refugiándose en la oscuridad de los sueños... Ellos tienen el estigma por el amor a la verdad. Son los llamados a guiar al mundo hacia el propósito de la existencia... No lo saben, pero lo intuyen, tal como una madre que presiente el dolor de su hijo sin verlo... Ellos presienten el llamado a la verdad. En su naturaleza están marcadas sus aspiraciones y sus ilusiones que va más allá de la oscuridad, ignorancia, mediocridad... Intuyen un sendero luminoso que mora en ellos. Algo que es único, puro, perfecto... y lo más increíble es que lo presienten en cada ser humano. Ellos, de acuerdo a sus capacidades físicas, mentales, lo expresan a través del arte, la ciencia o la fe. Algunos sienten en su interior aquel llamado, siendo empujados en buscarlo en la ciencia, naciéndoles el don del servicio a la humanidad. Otros son tentados por una voz que les dice: Espera el tiempo en que las condiciones sean idóneas; usa tu don y disfruta de tus logros. Ellos son los que llegan a la puerta sonora del éxito, de la autorealización del poder.
Aquellos que reconocen la morada de la sabiduría, o son filósofos, o nihilistas; pues saben que de ese don recibirán algo brillante y cálido, pero pasajero y aburrido, que es el reconocimiento, los aplausos, la envidia, y la admiración de la humanidad... Y luego, hay aquellos que se estancan, como si un ancla les impidiera navegar por las olas de los sentimientos y anhelos, y se quedan en el intermedio o la admiración del sin sentido de la existencia... Aquellos son los que buscan la única respuesta, a la sublime pregunta; y no la buscan en el mundo, pues saben que en él no está, por ello, piden y ruegan, sin saber a quién. Y por su autentico anhelo, florece en la naturaleza, y en conjuro con la inmensidad de lo absoluto, el hijo o la encarnación de la verdad; un extranjero, un astronauta, que cuando llega experimenta lo que es un ser humano, y lo trasciende, hasta llegar a la expresión máxima de la verdad... A este ser le llaman: El Maestro.
Y cual imán atrae aquellos seres confusos que nunca optaron por realizar los caminos sonoros del arte, la ciencia y la fe... Aquellos que aprendieron que la espera fue su más ensangrentado grito, el clamor del amor, pues intuyeron que sólo amando lo eterno, lo sublime encontrarían el libro abierto del amor... Y como guijarros de metal se dejan arrastrar por el magnetismo del amor hecho carne, el maestro... Aquellos, son los seres más benditos de la creación, y quedan en la historia como los devotos del maestro... Caminando por el sendero más oscuro y peligroso, pues tienen el poder de conocer el paso diario a dar, en su largo y profundo andar, que es como cruzar por el filo de una navaja...
Yo soy de este último grupo. Mi historia es aburrida, por lo cual me abstengo de narrarla; sólo empezaré a contar desde mi encuentro con el maestro.
Después de cada dolor viene la reflexión y el entendimiento, y también, cuando no aceptamos el destino trazado, bebemos la sangre de la angustia... y la depresión. Allí estaba yo, encadenado a mi oscuridad, maldiciendo mi suerte... Pues en la estupidez de la mente, siempre se desea lo que no se alcanza. Allí, en la soledad, oscuridad, angustia de mente y cuerpo, la verdad me acarició y secó mis lágrimas, y mandó cruzando lo etéreo, el mensaje de la gracia...
Inconscientemente me paré y caminé, buscando a través de lo ilusorio, la luz de la verdad... Llegué como un sonámbulo a una casa en donde todos los que la habitaban sonreían y bailaban sin sentido... Aquello me entusiasmó, entré y vi cara a cara, a un ser con el cuello orlado de guirnaldas, vestido de una túnica blanca, de rostro juvenil, rollizo y pequeño, pero... con unos ojos y una sonrisa que pude reconocer muy familiares...
- Siéntate y escúchalo – me dijeron las personas.
Le escuché y aunque no entendí nada, mi corazón sintió aquella ducha etérea de lo sublime y perfecto... Pasaron muchas horas, y sentí que aquel espacio era mi lugar, y que al fin había encontrado mi hogar.
Pedí una entrevista con el maestro, y luego de esperar un momento me hicieron pasar a un sencillo cuarto, tenuemente iluminado, con flores y cálidos adornos, sentí como el perfume de algo sublime, de algo que podría llamarse el paraíso.
- ¿Qué es lo que quieres? – Me preguntó.
No lo sabía, pero me sentía tan bien a su lado que le dije que anhelaba estar con él para siempre... Me sonrió, y me pidió que cerrara los ojos. Me sentí como un niño, y los cerré, sentí su mano rolliza posándose en mi frente; y como si tratara de escarbarme, una luz plateada como la luna se prendió en mi oscuridad, no era brillante, no, era hermosa, como si fuera la esencia de todas las bellezas... Entendí que aquella luz era lo que más había amado, y esperado en toda mi existencia...
Salí de aquella iniciación, y por primera vez me sentí libre caminando por las calles, libre de todas las miradas, no me importaba nada, pues, cuando uno está enamorado de la verdad, del amor, no importa lo que sucede en el valle de las sombras...
Con los años me volví en devoto, diariamente salía a cantar la perfección del mundo interior; que a través del maestro, cada ser podría encontrar la belleza en su ser... Con los años entendí el valor de los fracasos, los éxitos; aprendí que lo importante era hacer la voluntad del maestro... Cuanta alegría sentía al verlo, servirlo, amarlo, cuidarlo... Aprendí que el secreto de la felicidad estaba en él.
El tiempo siguió avanzando, y en aquellos días, el maestro con una hermosa sonrisa, nos habló:
- Dejo este Conocimiento en sus manos. Hablen de su gloria y espárzanlo a todo el que esté sediento de sus frutos...
Con esas palabras el maestro entró en meditación, y dejo su cuerpo en completa paz y armonía... Pero su conocimiento siguió latiendo en mi corazón, y entendí el camino hacia la eternidad. Nos dejó un mensaje en donde me encargaba continuar su labor... Y ser el siguiente maestro vivo.
“Este aliento que baila en el presente, es tu más leal amigo; sé su más atento, y sirviente esclavo, pues él cargará tus cadenas y te enseñara a volar hacia el valle de la eternidad... Vuela con las alas de tu libertad”
Seguí dedicando mi cuerpo, mi mente y mi alma a esparcir el conocimiento de mi maestro, tal como él me lo enseñó... Y vi cosas tan hermosas que no podía compartir, pues sabía que los seres humanos, no lo apreciarían...
Como decir que yo era el amor, que las aves y los cielos vibraban al ritmo de mi aliento, que había una armonía que sonaba como las teclas del piano en todo el Universo, y que la entrada al paraíso estaba en el umbral de cada ser humano... esperando, su nuevo despertar... Como decirles...
Como explicarles que todo tiene sentido, que todo iba y venía, que la vida misma era este aliento, que iba y venía, como una diosa a través todo el Universo, haciéndonos amantes y amados al mismo tiempo... Como explicarles...
Hice a lo largo de toda mi existencia la voluntad de mi maestro. Les cantaba desde mi corazón a su corazón esta dulce verdad, esparciendo sus semillas en aquellas almas que anhelaban encontrarse con la luz de la verdad...
Ahora tengo más de cien años, y estoy muy agotado... Y siento escribir un mensaje para el próximo hijo de la luz que adore dedicar su alma, vida y corazón a servir a toda la humanidad... Esparciendo este regalo del Conocimiento de uno mismo.
Ahora que medito, veo como los cielos, el Universo, los mundos, las estrellas,... Bailan la danza más hermosa...
La danza del Santo Aliento...



Joe 25/08/03
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 4509
  • Fecha: 25-09-2003
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.02
  • Votos: 47
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3123
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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 25-09-2003 00:00:00

Creo que venimos medio bajoneados, JOE. Pero que es verdad, es verdad. Saludos de nuevo.

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