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LLAMADO DE CORAZÓN

Su rostro se puso colorado cuando le llegó la carta de invitación... “Por fin, por fin”, se lo repetía, cogiendo la carta, y besándola una y otra vez; luego, la dejó sobre el escritorio, la guardo en su sobre, se secó las manos, cogió el teléfono y, emocionado, llamó Gabriel, su amigo.

- Gabriel, hola querido. Soy yo, Dagoberto… Si, si, por fin, me llegó… Si, si, es para mañana por la noche, ¡Claro que iré!... Tu sabes bien que aquello es algo que estuve esperando por mucho tiempo… ¡Claro!, Si, si, yo te contaré todo… dicen que irá toda la cuna literaria, si, … Mañana en el trabajo te cuento, adiós.

Frotándose las manos, olió a comida caliente y se dirigió hacia la cocina de la casa; se encontró con Teresa, su hermana, la abrazó emocionado y trató de contarle la noticia pero élla, sin darle oportunidad para decir nada le empezó a llamar la atención por haber dejado una ruma de sus papeles escritos con poemas y cuentos, encima de la mesa del comedor... justo a la hora de la cena...

- Pero Teresita, - le dijo - la literatura es mi arte, mi vida… Es lo que más amo en este mundo…, por supuesto menos que a ti, y a nuestros difuntos padres, y hoy, es un día hermoso pues...

El resoplido de su hermana como respuesta le cortó que compartiera su noticia. Era tan sensible que, con la cabeza gacha se retiró a su cuarto. Cuando la cena estaba por lista, Teresa lo llamó para que cenara, pero él, nada respondió… “Un artista es un ser incomprendido”; pensaba. Su hermana conociéndolo, empezó a hablar en voz alta quejándose de que escribiendo cuentos no le iba a dar de comer, que tenía que bajar de las nubes... y todo una sopa de amargura que, a Dagoberto le entristecía. Solo el hecho de pensar en lo que vendría al día siguiente lo hacía olvidar de su realidad... Pensaba en las conversaciones que tendría con los grandes escritores; en los autógrafos que ellos posarían en sus obras lo emocionaban... Miraba su carta de invitación y su alma se encendía como una vela de alegría... “Cierto, cierto, es un privilegió que se acuerden de uno que no es mas que un escritor desconocido… ”. Apagó la luz, y con una sonrisa y mirando el techo de su casa se durmió.

A la mañana siguiente, y antes de salir a la escuela, en donde trabajaba de vigilante, separó el traje que iba a usar para el evento, lo planchó todo, separó su mejor par de zapatos, limpió el frasco de perfume y, con gran deleite miraba su futuro… “Será hermoso, sí, sí…”. Luego, guardo sus textos en su maleta, guardó su comida en una canastilla y se encaminó a su trabajo.

Mientras viajaba en el tren rumbo al colegio, cogió sus textos y se puso a corregirlos con un lápiz; pensaba en dárselos a Gabriel para saber su opinión... Cuando llegó, lo primero que hizo fue buscar a su amigo, que era profesor en el colegio de Literatura. Lo encontró conversando con otros profesores, y, tímidamente, lo llamó.

- Hola Dagoberto, a ver... Qué maravilla ha escrito, hijo... - le dijo Gabriel con gran alegría.

- Gabriel, como está, aquí le dejo unos cuentos que escribí ayer, me gustaría saber que le parece, ¿si?...

Por un momento hasta antes que comenzaran las clases conversaron de ritmos, sintaxis, de autores, de los textos expuestos; del evento literario. “Que bueno, que bueno, felicitaciones”; repetía el profesor al sensible Dagoberto.

- No olvides llevar tu mejor texto, y, busca quien pueda apreciarlo Daboberto, en verdad es una bella oportunidad.

Una vez que terminaron las clases, y saliendo del colegio, pasó por el salón de profesores y escuchó entre murmullos: ”Que bien por él, es buen muchacho…”, hinchándose el pecho de gran contento y sano orgullo.

Cuando esperaba el tren que lo llevaría a su casa, parecía ver en todos los vecinos y en los compañeros de trabajo que lo miraban con genuino respeto. ”Dios, es maravilloso, me reconocen…”, se decía. Entró en una tienda, compró una rosa y se lo ofreció a una anciana mujer que pedía limosna... Una lágrima salió de los ojos de la mujer y, Dagoberto cogió su cuaderno y escribió un poema... abrazó a la anciana y se dirigió a su casa.

Ya en su hogar, no cabría más alegría en su cuerpo... Puso el reloj dos horas antes de la reunión, y se acostó. Cuando sonó el despertador, se bañó, se perfumó, se vistió, y fue a que su hermana le viera… Ella le dijo que estaba elegante, pero él creyó leer en sus labios: “Pareces un poeta, te admiro hermano…”

Tomó el tren que iba a la sala de conferencias, se sentó en la primera fila y alegremente sonreía a los demás pasajeros… De pronto, vio a una mujer con dos niños, uno de tres años lo llevaba cogido de su mano; y el otro lo cargaba en su regazo. No supo el por qué su alegría se le esfumó ante aquellas imágenes, por la tristeza. Cuando la mujer estaba por bajar, gracias a un mal movimiento del tren, cayó al piso junto con sus dos hijos. Dagoberto, conmovido se paró y ayudó a la pobre mujer a bajar, y se dio cuenta que élla estaba muy débil como para caminar con semejante carga y responsabilidad. Fue entonces en que sintió como un calor en su cuerpo que lo hizo bajar junto a la mujer y llevarla hasta su casa...

No lejos de la bajada del tren, esta mujer y sus dos hijos vivían en un cuartucho dentro de un callejón. Dagoberto, los llevó hasta dentro de su casucha, y fue testigo de su gran pobreza, de su miseria. Vio a un hombre echado en la única cama totalmente borracho, una mesa con tres bancas, una cocina de queroseno, una maleta con ropa vieja y sucia, y... nada más. No supo por qué, pero, se quedó cuidando a la mujer. Le cocinó, le dio de comer a sus hijos, y a ella también; y, luego, les contó varios de sus cuentos a los niños para que se durmieran.

Antes de irse, conversó por muchas horas con la mujer; y élla le contó toda su vida, su desgracia, su esperanza porque su esposo cambiara... y todo le contaba llena lágrimas, como si el hombre que la escuchaba fuera un dios, o un santo... Dagoberto la escuchaba y la comprendía, y entendió que la vida es así, algo que no es para entender, sino para sentir lo poco que sabemos de ella, de sus razones sin razón, en fin, de su justicia en su injusticia... Se paró, y antes de irse, le preguntó su nombre; "Corazón", le dijo. Se detuvo un momento, cogió su papel y una pluma, y le escribió un poema, la abrazó, y luego, se fue...

Ya estaba amaneciendo, cuando caminaba hacia su casa. Cuando llegó, vio a su hermana sentada, llorando sobre la mesa del comedor, y con el rostro lleno de preocupación al ver a su hermano que llegaba se le cambió por alegría… "Perdóname, hermano"; le dijo. Dagoberto, le dio un beso en la frente... Luego, le contó todo lo que le había pasado durante la noche, cuando el teléfono sonó. Era Gabriel que, sin saber nada, le preguntó acerca de la reunión… Fue entonces que recordó su invitación y su ausencia en el ansiado ambiente... Asustado, buscó la tarjeta, la sacó de su bolsillo, se la puso en el pecho, respiró profundo, y la besó…

- Fue hermoso, ya te contaré… Adiós - Colgó, y luego, echó la tarjeta a la basura.



Joe 23/04/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 8672
  • Fecha: 27-04-2004
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.92
  • Votos: 39
  • Envios: 1
  • Lecturas: 1193
  • Valoración:
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