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Categoría: Ciencia Ficción

KAISER

Mi viaje comienza desde el primer momento en que salí de la tripita de mi madre.
Nací en el patio de una vieja casa, un lugar sucio y triste. Recuerdo que una vez que mi madre me expulsó a mi, sufrió mucho hasta que consiguió echar a mis cuatro hermanitos. Todos eran negros, con el pelo fino, como mi madre, en cambio, yo tenía el pelo áspero y era totalmente blanco. Nunca supe quien había sido mi padre, pero oía decir que me parecía a él.
Una vez que estuve fuera de la enorme barriga de mi madre luché contra mis hermanos para hacerme hueco hasta alcanzar una de sus tetillas y saborear esa rica leche. Mmmmmm…. Pero ese delicioso momento fue roto por el estallido de unas voces angustiosas. “¡Venir aquí chicos, la perra ha vuelto a parir!” Es ese momento sentí una mano que me agarraba por el pellejo levantándome en el aire mientras mis patitas se agitaban en busca de una superficie sólida. “¡Chicos, chicos, venir aquí!” Continuaba gritando “¡Ha tenido cinco chuchos!”. Era la voz de la dueña de la casa, una vieja fría y gorda, con nariz respingona. Dos chicos se acercaron hasta nosotros, ambos tan gordos como su madre, con cara rechoncha y sonrisa estúpida.
Me sentía incómodo en sus manos, quería continuar saboreando la leche de mi madre, pero esos chicos no tenían intención de dejarnos en paz, ni a mí, ni a mis hermanos, que tenían tantas ganas como yo de acurrucarse en el regazo de mi madre.
Entonces estalló todo. Los chicos gritaban: “¡ Nos los quedamos ¡”, La vieja decía: “De eso nada”, Mis hermanos lloraban, y mi madre ladraba escandalosamente para recuperarnos.
Entonces aproveché el momento y conseguí escaparme de las garras de la vieja, y me metí en el primer hueco que encontré, el más cercano, ya que mis patitas estaban débiles y no podía ir más allá. Era un pequeño agujero debajo de la pila de agua. Me acurruqué y cerré los ojos para poder dormir.
Mi descanso no duró mucho, porque enseguida me encontré rodeado por todos ellos. De nuevo las garras de la vieja me agarraron, y comenzaron a tirar de mí, pero mi trasero se había quedado atascado en el pequeño agujero. Creo que aquella noche fue la peor de mi vida, puesto que por mucho que intenté salir de allí no lo conseguí. “Clavadito a su padre” Oía decir a la vieja, “Tan tonto como él, mira que meterse en ese agujero…”. Me acercaron un platito con leche para que me alimentara, pero aquello no era lo mismo que la rica leche de mi madre, y se me quitaba el apetito al ver a todos mis hermanos acurrucados junto a ella.
A la mañana siguiente vino un hombre con una maquina que hacia mucho ruido, creo que lo llamaban algo así como taladro. El caso es que el agujero cada vez se hizo más grande, y por fin pude escapar de ese lugar. Pero mis patitas estaban mucho más débiles que el día anterior, así que esta vez agradecí que la mujer me sujetara en sus brazos para llevarme asta mi mamá. Y por fin pude descansar ¡
Por la tarde uno de los hijos trajo un amigo a casa, venía exclusivamente a verme a mí. Al parecer quería una mascota, y yo fui el elegido.
Sentí lastima en el primer momento al separarme de mis hermanos y de mi madre. Pero en realidad no había mucho que me uniera a ellos, así que me acurruqué en los brazos de mi nuevo dueño, y comencé mi viaje.
Aquel chico me llevo a una casa grande y bonita, con un enorme jardín. Me atiborraban de comida, me llevaban al médico, me mimaban, me construyeron una casita…. Todo eran mimos para mi, y yo era feliz. Crecí y me convertí en un perro grande, fuerte y educado. “Káiser” me llamaban, y yo atendía entusiasmado a la llamada de mi dueño.
Pero por mi desgracia, no todo lo hacia bien, de vez en cuando tenía la necesidad de escarbar en el jardín en busca de algún hueso que hubiera escondido anteriormente, también mordía zapatillas y todo lo que encontraba a mi alcance, y aunque yo sabía que eso no estaba bien, el cuerpo me lo pedía.
Pero lo peor no fue eso, lo peor fue cuando me enamore de “Blanca”, una perra linda e inteligente, por la cual me escape de casa cientos de veces. A mi regreso siempre recibía broncas, “¿Dónde has estado?, No vuelvas ha hacerlo, hemos estado preocupados “. Pero aún así merecía la pena ir a verla, era tan dulce…
Sufrí muchos castigos por hacer estas cosas que yo, no podía evitar. Me dejaban sin comer, o me ataban a una cadena para que no me escapara. “Así aprenderá” decían.
Pero llego el día en que mi amo me montó en el coche para darme un paseo. Oía decir que ya estaban artos de mí, que no podían seguir aguantando mis destrozos, y mis idas y venidas, así que, sin mas, me llevó a un camino, y me abandonó.
Lloré como no había llorado en toda mi vida, corrí detrás del coche de mi dueño, no quería separarme de ellos, no lo entendía, ¿tan mal lo había hecho?
Pase el día llorando buscando el camino de vuelta a casa, pero no lo encontré. Por mi mente paseaban recuerdos junto a mis dueños, los que consideraba mi familia, ellos me habían criado y educado, después de tres años junto a ellos, no podía creérmelo. Yo, que había sido tan fiel a mi dueño, un silbido suyo era una canción para mis oídos. Los paseos que el chico me daba junto a sus amigos, presumiendo de perro. Las caricias de la dueña cada mañana cuando se levantaba a regar las plantas. Esos recuerdos me nublaban la mente, intentaba buscar una respuesta, una solución a aquel abandono.
Mi olfato no encontraba rastro de mi familia, y mis patitas, doloridas, no tenían fuerza para continuar.
Llegó la noche, y mi cuerpo comenzó a temblar de frío. Así que decidí acurrucarme debajo de un árbol, junto a la carretera, con la esperanza de que alguien me recogiera.
Me desperté en la triste noche sobresaltado por un silbido, ¿un silbido? No ¡ Era una canción ¡ Mi dueño, mi amado compañero había vuelto a por mi ¡
Me puso una manta y me metió en el coche. Todo eran explicaciones, disculpas. “Lo siento, estábamos tan artos de tus trastadas que pensamos que esta era la única solución, pero cuando llegué a casa, y no estabas para recibirme, se me vino el mundo a bajo, el chico lloraba, y la mujer me pidió que viniera a buscarte, te queremos tanto... ¿nos perdonarás?”
¿Cómo no iba a perdonarles? Eran mi familia, y habían vuelto a por mi ¡
Pero por desgracia, mientras mi dueño me acariciaba, angustiado y alterado por lo que había hecho, el volante se le fue de las manos y caímos a un río.
No me podía creer lo que veía, mi amo había perdido el conocimiento y no se movía. Aún no se como lo hice, pero conseguí coger fuerzas de donde no las tenía, y sacar a mi amo por la ventanilla. Pensé que me ahogaba, que no lograría llegar a la superficie. Pero una y otra vez venían a mi mente imágenes de esa familia que me había querido tanto, y cuando me quise dar cuenta una mano me había agarrado a mí, y a mi dueño, asta llevarnos a la orilla.
Eran una pareja de jóvenes que trataban de auxiliarnos. Por fin descansaba, pero no me encontraba con ganas para abrir los ojos, ni tenía fuerza para respirar, tan solo oía las voces de esos jóvenes que auxiliaban a mi amo, “Ya respira” “Ha vuelto en si”
No recuerdo nada más. Ahora observo el mundo desde mi nube. Me hace gracia, debí de convertirme en algo así como en un héroe. ¿Un héroe? ¿Después de todo lo que esa familia me había dado? Yo no era un héroe, ellos eran los que merecían esa medalla que pusieron sobre mi tumba.
Así finalizó mi viaje por la vida, bonito, e intenso.
Datos del Cuento
  • Autor: Azucena
  • Código: 9072
  • Fecha: 18-05-2004
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
alicia rodriguez
invitado-alicia rodriguez 28-11-2004 00:00:00

Muchas felicidades ala escritora, me encanto el cuento, deja un mensaje a todas las personas que se dedican a matar a los animales, y a hacerles cualquier daño. Muchas Gracias.

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