Jota y Ele... en la espada.

Ese guerrero vuelve de otra batalla. Cansado, sucio, transpirado y sediento se sienta bajo el roble.
Venció, pero su mirada no tiene la alegría del ganador... es por la fecha.

Desenvaina y mira su espada. Observa su brillo... la clava en el suelo.
Ahora está viendo su empuñadura. La espada fue forjada por un maestro herrero.

La empuñadura de aleación dorada tiene dos letras. De un lado se lee “J” y del otro “L”. Quién conozca al guerrero dirá de inmediato “Joaquín Ledo”... no es así.

La espada sí es de Joaquín y una de las letras sí es “Joaquín”... la otra es “Leandro”.
Cuando la espada fue forjada se pensó en el heredero... Él jamás la heredará... se fue a las tinieblas. La muerte lo secuestró.
Y este guerrero mira esa espada que ya nadie más empuñará después de él y la tristeza vestida de negro como la muerte se le para enfrente, mete la mano en su pecho y le aprieta el corazón... y aprieta... y aprieta.
Una niebla fría y espesa avanza lentamente y el día se hace noche. Nada tiene forma. Apenas se ve el guerrero, la espada y el roble.

Hoy 30 de junio hubiera sido su cumpleaños... pero ya dejó de cumplir.
Murió un 25 de enero...
Es por eso que dos veces al año este guerrero se aleja a esperar que el dolor pase... pero nunca pasa, nunca pasa, nunca.

Si alguien pudiera darme las coordenadas de ataque iría al campamento de la muerte y lo traería... pero nadie las sabe.
Ahí está la espada... y siempre tuve coraje pero dónde estás desgraciada, dónde... dime con quién debo pelear... estoy aquí , estoy dispuesto... dónde tienes a mi Leandro...

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ MALDITA... MALDITAAAAAA... DÓNDE LO TIENES !!!!!!!!!!!

Me lo arrebataste de un zarpazo pero me la vas a pagar. No importa el tiempo que pase, algún día vendrás por mí y esta será tierra de inmortales porque mi duelo contigo será por la eternidad...