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Categoría: Misterios

JAMÁS IRÁS

Solo faltaba un día para emprender mi viaje. Eso fue lo primero que me vino a la cabeza cuando sonó la melodía de mi despertador. Todo un año esperando día tras día, viviendo una cuenta atrás que parecía que nunca iba a llegar, tachando ininterrumpidamente los días en el calendario. Por fin taché el último: en menos de veinticuatro horas estaría volando hacia el destino que siempre había soñado, las Islas Samaj-Sari.
Estas cuatro pequeñas islas pertenecen al conjunto de las más de 700 Islas Filipinas, y su nombre viene en honor al aventurero y descubridor marroquí Samaj Sari Allben.
Islas prácticamente vírgenes sin apenas civilización, tribus completamente aisladas, volcanes, selvas tropicales y kilómetros de playas de ensueño que harían de mis quince días una experiencia, sin lugar a dudas, inolvidable.

Pero todavía me faltaba un día para partir y me tuve que enfrentar a la rutina diaria.
Como todos los días, acudí a mi curso de “instalador de placas nucleares Protocolo J-345”. Fue una mañana muy amena tanto por mi óptimo estado de ánimo como porque esa mañana dejamos la teoría de lado ciñéndonos solo a la práctica, en concreto a la instalación de placas V-345 (las mejores del mercado).
Ese día, miércoles, era el único de la semana que acabábamos la jornada del curso a mediodía y aprovechando la ausencia de clase por la tarde concerté, dos semanas antes, una cita para asistir a un “estudio de mercado”.

Siempre que me llaman y puedo, suelo acudir a “estudios de mercado”. Éstos se basan simplemente en reuniones en grupo en el que se exponen ideas y se opina sobre un determinado producto. Las personas que colaboran en este estudio son gratificadas con un incentivo económico. En este caso, el estudio fue en la calle Luchana de Madrid y trataba sobre el vermú y mi opinión como consumidor.

Soy un hombre dado a llegar con tiempo de sobra a mis citas. Llegué al lugar de la reunión a las 16:00h, media hora antes del inicio de ésta. Para hacer tiempo, decidí entrar en el Café-Bar Reina, que se situaba justo al lado del edificio donde tendría lugar la charla.
Tomaba mi café con leche en taza pequeña mientras leía un libro de Isaac Asimov. Entre hoja y hoja, no podía dejar de echar un vistazo a la camarera. Rubia, alta y exuberante, con un uniforme a lo moderno de blusa y falda ajustada., era esa clase de mujer que no pasaba desapercibida ni en el más tosco de sus movimientos.
Mientras leía apoyado en la barra del bar, me ocurrió algo tremendamente extraño. Empecé a notar que alguien me rascaba la espalda. Miré hacia atrás, y pude observar como la camarera me rascaba con toda la naturalidad del mundo mientras ordenaba a otra joven camarera que cobrara a los de la mesa siete. Me quedé totalmente mudo, no pude hacer nada, no sabía que decirle. Fue algo tan inesperado y tan incoherente que solo pude mirarla sin abrir la boca. Ella me rascaba colocándose su blusa y saludando simpáticamente a clientes que entraban en el bar. Era como si en lugar de rascarme, estuviera pasando la bayeta en la barra.
Pasados unos segundos, dejó de rascarme, se introdujo en el interior de la barra y siguió realizando su trabajo como si no hubiera pasado nada.
Me quedé totalmente alucinado. No sabía que pensar. Me encontraba leyendo un libro de fantasmas y de repente una mujer rubia de 1,75m, desconocida y tremendamente sexy me había rascado la espalda durante unos segundos. En este tiempo no fui capaz de reaccionar ante, me atrevo a decir, la situación más surrealista que había ocurrido, hasta ahora, en mis 23 años.
Me tomé lo poco que quedaba del café y salí del bar con cierta prisa para llegar a tiempo al estudio de mercado sin dejar de pensar en lo que me había ocurrido.

En la calle Luchana, todavía con un cuerpo un tanto intranquilo por lo que previamente había vivido, accedí a la quinta planta del Edificio Black.
De cara angelical y voz de radio, una joven y guapa recepcionista me dio las buenas tardes.
En los estudios de mercado, generalmente, todo transcurre de igual manera:
Se pregunta por una persona, la recepcionista te pide los datos o el dni para realizar una ficha y en cinco minutos te están interrogando sobre teléfonos móviles, coches, pistolines, cafeteras, tarjetas de crédito o, en este caso, vermú.
La joven y amabilísima recepcionista fue capaz de hacerme olvidar por completo lo que anteriormente había ocurrido en el Café-Bar Reina. Lo que la recepcionista hizo con mi dni me dejó boquiabierto y absolutamente paralizado sin la más mínima capacidad de reacción.
¿Una broma?¿Un sueño?¿Una alucinación?, ¿que me estaba pasando?. No podía ser, no podía ser posible lo que mis ojos estaban viendo. Sin poder decir una palabra, intentaba buscar una explicación a todo lo que estaba ocurriendo, pero era imposible. No tenía sentido, era una auténtica locura.
La dulce joven de tierna mirada se comió mi dni. Ayudándose de la guillotina que tenía a su derecha, partió mi documento de identidad en varios trozos en formas de lámina y los engulló como si se tratara de jamón de york.
Una vez que acabó de comer el último trozo y ante mi cara perpleja de alucinación total, me miró sonriente comunicándome alegremente que la Señorita Carmen Gutiérrez me esperaba en la sala cinco.
Me quedé mirándola sin pestañear, pálido, aturdido y conmocionado sin poder hacer ni decir nada. Ella me preguntó:
-¿Se encuentra usted bien?
Un hilo de voz entrecortado salió de mi interior:
-Mi dni.?
-Oh, no se preocupe. Concretamente no nos es necesario para este Estudio de Mercado.
Pensé en preguntar que porque se había comido mi dni pero no me atreví, no fui capaz, me sentía un idiota al imaginarme formular la pregunta. Era una situación tan irreal y surrealista que dudaba de mí mismo.

Un sueño, pensé. Pero no puede ser, estoy despierto, todo esto está ocurriendo. Dio mío, igual me estoy volviendo loco. Y si estoy viendo cosas que no están ocurriendo realmente.
Ante esta situación me sentía tan desequilibrado y confuso que sin despedir a la recepcionista, tomé el pasillo que me llevaba a los ascensores y abandoné el edificio Black sin realizar el estudio de mercado.

Quería llegar a mi casa cuanto antes, no me sentía nada bien. Tenía ganas de sentarme en mi salón y contar todo lo que me había ocurrido a Foog, mi compañero de piso y única persona de confianza de esta ciudad. Foog era un canadiense alto, delgadísimo que estudiaba filología hispánica. Me escucharía estupefacto cuando le contara todo. Era una persona muy comprensiva pero también muy racional. No se muy bien como reaccionaría cuando le explicara todo lo que me había pasado.

Me decidí por tomar un taxi. Llegar a casa lo antes posible era mi prioridad.
Vi uno estacionado a pocos metros y fui hacia él. Toqué la ventanilla para llamar la atención del taxista que se encontraba haciendo un sudoku. Éste me miró y pausadamente, arrancó el motor del coche sin dejar de mirarme con una sonrisa muy burlona y a la vez rara. De repente, las ruedas chillaron mientras el hombre reía y aceleraba con fuerza yendo de frente y dejándome en tierra sin entender nada. Que personaje, pensé.
Me quedé allí esperando a que pasara otro taxi que quisiera ofrecer sus servicios de una manera normal.
Pasó uno cerca de la acera donde me encontraba. Le levanté el brazo y él empezó a acercarse donde me encontraba lentamente. Sin parar el coche, vi de nuevo que el taxista se burlaba de mí, me miraba y se reía fuertemente mientras pasaba de largo.
Empecé a ponerme muy nervioso e incluso a temblar porque posteriormente pasaron más taxis y ocurría lo mismo con todos. Incluso algunos taxistas me señalaban maliciosamente con el dedo y me pitaban mientras reían exageradamente pasando de largo.
Algo estaba ocurriendo. No podía saberlo pero algo estaba pasando alrededor de mí.
Con un tembleque sobrehumano me dirigí a la boca del metro más cercana. Solo quería llegar a mi casa, estaba empezando a encontrarme realmente mal.

Al poco de introducirme en la estación de Metro “Bilbao”, me di cuenta de un detalle que me puso los pelos de punta: allí no había nadie más que yo.
Eran las 17:00h y en el metro de Madrid no encontraba ninguna persona excepto yo. A esa hora cualquier día de la semana, el metro estaba lleno de gente. ¿Qué me estaba pasando? ¿Me estaba volviendo loco?
Caminando por los largos y desiertos pasillos del metro, empecé a desesperarme por la impresión que me daba el ir solo por un lugar que normalmente estaba lleno de transeúntes.
Una mujer que no conocía de nada me rascó la espalda, una recepcionista se comió mi dni, taxistas se reían sospechosamente de mí.ahora la única persona que había en el metro era yo,¿qué estaba ocurriendo?. Era imposible entender algo de lo que me estaba sucediendo.
De repente, llegué al andén donde cogería el tren que me llevaría a mi casa y, al fin, allí había alguien. Estaba un poco lejos, no lo distinguía bien. Me fui acercando y vi como la persona que estaba a la otra punta del andén era un guardia de seguridad. Me dirigí hacia él a gran velocidad, corriendo, ansioso de una explicación lógica. Sin preámbulos y con muchos nervios le pregunté qué era lo que estaba ocurriendo, porqué no había gente en el metro.
No me lo podía creer. El guardia de seguridad empezó a hablar en un castellano antiguo, latín o una de esas lenguas muertas de las que es imposible entender nada por mucho que precedan a nuestro idioma. No me podía comunicar con él.

Una vez que empezó a hablar, no paró. Yo me quedaba mirándole intentando entender algo de lo que decía pero era imposible.
El tren llegó y paró en la estación con absoluta normalidad. Accedí al vagón mientras que el guardia de seguridad, mirándome a través de las ventanas del tren, continuaba con su sermón como si de un robot se tratara.
El interior de los vagones estaba totalmente vacío. ¿Dónde estaba la gente?
A pesar de que me daba la impresión de que el metro iba más deprisa de lo habitual, el viaje se me hizo interminable, parecía que nunca llegaría a mi casa.
Empecé a sentir miedo. Recapitulé todo lo que me estaba pasando. Todo era absurdo y sin sentido. No sabía que hacer, solo quería llegar a casa y contarle, no se de qué manera, todo a Foog.

En cuanto el metro paró en la estación de Valdezarza y abrió sus puertas, salí a toda prisa del suburbano y ya en el exterior me dirigí a la calle Ochagavía, donde se encontraba mi humilde piso.
Según llegaba a mi casa me sentí relativamente mejor. Mi corazón latía a un ritmo normal y el miedo que tenía disminuyó.
Entré en el portal y me dispuse a tomar el ascensor junto a una vieja monja que allí se encontraba. Ya dentro del ascensor, la hermana pulsó el botón del quinto piso mientras que yo pulsé para ir al cuarto.
Según ascendíamos, observé la vieja cara arrugada de la monja, me percaté de que ella me miraba seria y desafiante. Desvié mi mirada hacia el panel digital del ascensor mientras un escalofrío recorría mi cuerpo entero. De repente, ya en el cuarto piso, a la vez que se abría la puerta del ascensor, la monja, con una fuerza inesperada, me agarró el brazo, y me dijo con una voz que nunca olvidaré:
-Vas a morir cabrón.

Salí del ascensor con un miedo incapaz de describir. Me encontraba en el rellano buscando desesperadamente las llaves de casa mientras que la monja, todavía en el ascensor y con la puerta abierta, me insultaba con todo el odio del mundo.
Por fin encontré las llaves dentro de mi bolsillo interior. Abrí la puerta apresuradamente y accedí casi sin aliento cerrando de un portazo.

Me quedé apoyado en la puerta de mi casa con los ojos cerrados fatigado por el peor día me mi vida. Dejé de escuchar los bárbaros insultos de la religiosa y ahora escuchaba la música a todo volumen que salía del salón. En ese mismo instante una mujer mulata vestida con muy poca ropa me agarró y empezó a bailar a mi lado. No daba crédito.esto no me estaba ocurriendo a mí.
Me dirigí hacia el salón. La mulata me perseguía cantando e intentando agarrarme para bailar. Cuando entré en el salón y vi a más de 50 personas apiladas bailando una música que nunca pude recordar, mi corazón empezó a latir tan rápido que me llegué a sentir críticamente mal; no podía respirar con normalidad, me faltaba el oxígeno.
Entre la gente que bailaba eufóricamente pude reconocer a varios de los taxistas que había visto momentos antes. Seguían en su línea, no dejaban de bailar mientras me miraban y se reían con descaro.
Había gente que venía desde la cocina con vasos y cócteles, otros iban hacia allí formando congas arrítmicas. Todo el mundo me miraba sonriendo y me empujaba para que bailara. Yo me encontraba sin fuerzas para intentar hacer algo que cambiara la situación que estaba viviendo en mi propia casa.
Me dirigí hacia la cocina entre la masa de desconocidos que se divertían como locos. Chinos, travestís, gente disfrazada, jóvenes de color, varios policías.me crucé con todo tipo de personas. Ya no podía más, agobiado entre la multitud empecé a gritar llamando a Foog con las pocas fuerzas que me quedaban. No podía avanzar en el propio pasillo de mi casa. Se había formado un tapón humano y nos movíamos casi sin aire. Yo no podía más, estaba totalmente derrotado, gritaba llamando a Foog pero Foog no estaba allí. Cuando la corriente humana me dejó en la cocina me encontré con una barra de bar provisional que habían improvisado con las 2 mesas del salón. Esta fiesta me estaba volviendo loco, la vista se me nublaba y mi cuerpo amagaba con recaídas que me podían hacer desfallecer en cualquier momento.
Encima de la barra de la cocina, dos mujeres bailaban como locas y Foog apareció riendo y cantando amarrándome por detrás.

-Pero dios mío Foog, ¿qué es todo esto? ¿qué está pasando aquí?

-¿Pero no te has enterado? Hoy es el fin del mundo. Hoy se acaba la vida. ¿Pero en qué país vives? ¿Es que no ves la televisión?.Hoy cada uno hace lo que le plazca.

Ahora si que tenía todo más claro. Me estaba volviendo loco.
Miré hacia las dos chicas que estaban sobre la barra y me di cuenta de que eran la camarera que me rascó y la recepcionista que se comió mi dni. Ellas me miraban sonrientes e iniciaban prolongadas caricias y besos apasionados mientras que todos los asistentes, incluido Foog, las vitoreaban y gritaban de júbilo.

No sabía que hacer. Estaba totalmente saturado. Me rendía al barullo de la fiesta que aumentaba cada vez más. Me metí entre la masa festiva del pasillo con la idea de intentar cruzar hasta mi habitación. Quería saber si podía estar a gusto en algún lugar de mi propia casa, quería descansar solo. La única esperanza que tenía era mi cuarto, tuve la sensación de que allí estaría más tranquilo.
Sudando y con alguna lágrima en mi mejilla abrí la puerta de mi habitación con mucho miedo, deseando con todas mis fuerzas que allí dentro no hubiera nadie y pudiera descansar del agotamiento psicológico que tenía.
La oscuridad me produjo algo de paz. Una vez dentro, cuando di el interruptor de la luz y me vi metido a mí mismo en la cama durmiendo como un angelito, exploté y empecé a llorar. Me dio un ataque de ansiedad, no entendía porque todo esto me estaba pasando a mí. Era muy joven para perder la cabeza, era muy joven para volverme loco.
Llorando y gimiendo me dejé caer en la cama junto a mí mismo y en cuanto cerré los ojos, me quedé dormido junto a él., me quedé dormido junto a mí.

El despertador sonó más temprano que nunca. Ya había llegado el día. En tres horas estaría volando hacia las Islas Samaj-Sari. Vaya nochecita, pensé mientras me secaba un rostro todavía sudoroso. Sin duda había sido la pesadilla más rara y surrealista de mi vida.
Me espabilé en poco tiempo dejando el extraño sueño en el olvido y desayuné pensando en los siguientes quince días.
Tomé un taxi que me llevó al aeropuerto. Una vez allí junto a mi maleta, me encontraba más emocionado que nunca. ahora sí que estaba apunto de partir hacia las Islas Samaj-Sari.

Me situé en la larga cola de personas que iban a facturar. Me dio la impresión de que la cola nunca se iba a acabar, pero esta fue bastante deprisa. En unos instantes ya me encontraba de los primeros.
De cara angelical y voz de radio, una joven y guapa azafata me sonrió solicitándome mi Dni. En ese momento, en mi cabeza se materializó la pesadilla que esa misma noche tuve y mis manos fueron a la cartera en busca de un Dni que nunca encontré.
Mi desesperación era terrible pues era imposible volar sin dni. La azafata me ordenó que me retirara de allí puesto que había mucha gente todavía por facturar.
Pero ¿dónde estaba mi Dni? No puede ser, sólo fue un sueño, pensaba sin entender nada de lo que me había ocurrido. Mi dni siempre estaba en la cartera. Me sentía tan mal.
Empecé a pensar en todo lo que esa noche soñé mientras veía como cerraban el Stand de facturación.Dios mío, pensé, no iré a las Islas Samaj-Sari.
Se me cayó el mundo encima. Con todo preparado, pagado y organizado me quedaría en tierra por algo tan simple como no tener el dni para facturar.

Mis lágrimas empezaron a dejarse ver. No podía contener la rabia mientras miraba el billete de avión en mis manos, Destino: Islas Samaj-Sari.
Lloraba sin perder de vista el billete de avión y daba vueltas a todo lo que me había ocurrido. Mi mente giraba bruscamente de un lado a otro buscando explicaciones entre el mundo de la vigilia y un mundo real del que no estaba seguro que lo fuera.
Estaba hecho un lío. Leía una y otra vez en el billete del avión: Destino: Islas Samaj-Sari.Islas Samaj-Sari.Islas Samaj-Sari.Samaj-Sari.Samaj-Sari. de nuevo me estaba volviendo loco. Todo me daba vueltas.todo lo veía al revés.De repente el nombre de las Islas se dio la vuelta.
Jamás Irás, leí mientras me secaba las lágrimas.

Solo me pude consolar pensando en que todo lo ocurrido fuera un sueño. Me senté en un banco del aeropuerto con el billete de avión en la mano y con la esperanza de que sonara realmente mi despertador.
Datos del Cuento
  • Categoría: Misterios
  • Media: 5.57
  • Votos: 230
  • Envios: 1
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
zulma rojas
invitado-zulma rojas 21-05-2008 00:00:00

He comenzado a leer tus obras, felicidades!!! Vale la pena leer cosas interesantes como lo tuyo.

Joan
invitado-Joan 04-04-2008 00:00:00

Una historia muy buena. Enhorabuena por la creación.

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