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Categoría: Románticos

Invernando

Esa fue la última vez que la vio. Él no lo supo hasta dos minutos exactos
antes de despedirla. La había estado aguardando, la conocía, sabía que vendría.
A las dos de la tarde debió irse.
El reloj revoloteaba cerca de las tres cuando ahí estaba.. Parada a su izquierda.Muda. Clavándose en él más que su mirada. Hizo mueca de sorpresa, y hasta simuló un tibio enojo por su presencia. Fingió que lo había encontrado aún allí por casualidad. Que hoy decidí hacer extras, bla bla. Termino con esto y vamos a algún lado a hablar. Te ves diferente, por un simple corte de cabello. Era cierto era otra, pero él ni sospechaba cuan cierto. Cuatro meses atrás se habían reunido cerca de allí, en ocasión de su cumpleaños, un hábito mantenido a lo largo y ancho de los años, Nunca para el de ella. Ese era otro hábito.
Ella paciente lo esperó fuera, hasta que el cruzó la puerta de salida, mudado de ropa.
El sol de mayo les caía en la espalda. Caminaron juntos. En las primeras cuadras se sucedieron simultáneamente reproches mutuos, mechados con humoradas.
En las siguientes, preguntas sin respuesta.
Preguntas con respuesta silenciosa. Respuestas sin preguntas. Y esas ganas de abrazarse que no prosperaban, que se dejaban morir antes de llevarse a cabo.
Él se sentó al pie de un arbolito en la vereda. Ella se arrodilló frente a él. Tan cerca. Tan lejos.
El creía que solo se huia cuando se usaban las piernas. Y él nunca huía se repetía, dejándose encontrar para afirmarlo, como si estar frente a frente bastara para encontrarlo. Para encontrarse. Ella había aprendido no sin dolor, como se aprende siempre, que la metáfora tenía vida propia. Carne, esqueleto, venas, nariz, ojos, excrementos. Despertaba sin hacer ruido a veces. Era dueña de un guardarropa infinito. Y de la necesidad imperiosa de probarse todos sus vestidos.
Ella sabia que no bastaba con ir a buscarlo, ni para hallarlo, ni para hallarse.
Que se podía seguir huyendo aunque las piernas se arrodillaran inmóviles en el mismo sitio. Y costara despegarlas del piso. Costara dejar de verse en las pupilas de él.
Que ni diez mil vocablos verdaderos, si se quería, y sin quererlo, podían desnudar ciertas verdades. Que ni el silencio más férreo podía ocultarlas tampoco.
Que iban a perderse.
Que a los ochenta años las piernas temblequean. Pero a veces, solo así caminan lento hacia el abrazo.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 6.05
  • Votos: 61
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