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ITINERIS

I



Me parecía mentira estar de nuevo en esta ciudad después de tanto tiempo. Verla así, cuadrada, gris, chata, uniforme desde este balcón de un octavo piso.

¡Qué diferente era de París, vista desde mi departamento de la Rue Clavel! Extrañaba las siluetas disímiles de los edificios, los techos de pizarra, los reflejos rojizos en las cubiertas de cobre, el sol brillando en la cúpula de oro de los Inválidos. El sol escondiéndose detrás de la Tour Eiffel. Lugares tal vez comunes, pero no menos exentos de nostalgia.

Ahora estaba en esta Buenos Aires, loca, frenética, cholula, vacía en enero, con un calor insoportable. En este departamento de Almagro que me habían prestado hasta que encontrara otra cosa o decidiera si volvía a Francia.

15 años afuera marcan. Pero más allá de los signos exteriores, de los neones, de la cáscara, Buenos Aires no había cambiado mucho. En realidad estro era mi primera impresión. Tenía que redescubrir “mi” ciudad, en la cual después de todo había vivido pocos años : algunos de la infancia y parte de mi adolescencia.

Ahora estaba acá. No sabía muy bien porqué, pero estaba de vuelta acá, mirando por este balcón y recordando.

__________________________ 0 ________________________
























Diciembre de 1975, llego a París, buscando los pasos de mi abuelo que peleó y murió hace casi 31 años en la resistencia contra los nazis en ésta ciudad. La abuela siempre nos contaba que había una placa en el lugar donde él había caído. Quería encontrarla y tratar de reconstruir la historia de ese hombre que un día de 1940 se vino a Francia por que no soportaba la idea de la barbarie.

Así que un día me subí a un barco y después de 22 días de viaje llegué a Le Havre, de allí en tren hasta París. Cuando bajé en la estación Saint-Lazare estaba perdido, hacía frío, mucho frío y no conocía a nadie. Mi francés se reducía a lo aprendido en la escuela, es decir bastante limitado. No sabía muy bien donde ir. Me metí en el primer hotel más o menos aceptable que encontré.

No era nada del otro mundo, pero tampoco parecía estar mucho en este... refugio de viajeros de todos lados que van hacia ninguno, pero están de paso por París, una fauna extraña e interesante. Al menos no me iba a aburrir durante mi estadía.

La abuela nos había dicho que esa placa estaba en la Rue du Jour, cerca de Les Halles, el mercado central de París. Compré una guía y cuando lo encontré fui hacia allá. Por suerte no era una calle muy larga, no más de trescientos metros y me fue fácil encontrar la placa en cuestión : “ Ici est tombé Léon Dalmaian, tué par les nazis le 23 Août 1944 pour la Libération de Paris. Mort pour la France “. (Aquí cayó León Dalmaian, muerto por los nazis el 23 de agosto de 1944 por la liberación de París . Muerto por Francia.“) .

Una emoción muy grande me invadió en ese momento. Ahora tenía que seguir buscando, indagando, encontrar las huellas y rearmar el itinerario de ese hombre que se vino para aquí hace casi 35 años. Pavada de laburo.

Lo primero que se me ocurrió, fue ir a preguntar a la municipalidad de París, donde tomé contacto con el sistema burocrático, recorrí varias oficinas y por fin me dirigieron hacia el Ministerio de Veteranos y Víctimas de Guerra. Allí lo primero que me preguntaron era si quería iniciar un trámite de indemnización !!!. Cuando dije que no, que solo quería retrazar la historia de mi abuelo me miraron como a un extraterrestre y me mandaron a los archivos.

Estuve dos días buscando hasta que encontré el legajo de mi abuelo : En 1941 había ingresado en la organización de resistencia “ Combat”, donde había realizado sobre todo








tareas de inteligencia y comunicación. Viajó dos veces a Londres y dos veces volvió a Francia. La Liberación de París fue su batalla final. Tenía además una dirección en donde el había vivido : 66, Rue de Crimée, París 19, 4º piso, departamento 36.
Con la guía en la mano fu allí. Era una locura. Cuando llegué la portera me atajó en la puerta y en mi medio francés le dije que era lo que buscaba. Hizo una mueca diciéndome que subiera. Cuando llegué delante de esa puerta no sabía muy bien que hacer. Estaba bastante nervioso. Pero no me esperaba lo que me encontré.

Golpeé, una mujer de unos 65 años me abrió y al verme se quedó muda, se puso pálida y en un susurro me pidió que entrara. Ni siquiera tuve necesidad de presentarme : - “ Tu es la grand fils de Léon, n’est pas ? Tu as ses mêmes yeux et son même regard. Je savais qu’un jour tu viendrais. Comment t’apelles-tu ?“ (¿ Eres el nieto de Léon, no?. Tienes los mismos ojos y la misma mirada. Sabía que un día vendrías. ¿ Cómo te llamas?”). El departamento era amplio, la recepción tenía al fondo una chimenea y las paredes estaban tapizadas de libros. Sobre un escritorio de madera, simple, pero de buen gusto, había una lámpara Napoleón y una máquina de escribir, un cenicero y una caja de cigarros. Un juego de sillones de cuero y una amplia mesa ratona completaban el mobiliario. Lo único que decoraba la habitación era un mapamundi antiguo enmarcado en dorado.

Me hizo sentar y fue a buscar una caja de cartón que puso delante mío.“Esto era de tu abuelo... abrilo”. Había allí toda una serie de cosas...lapicera, reloj, cuchillo, tabaquera, papeles, una medalla, fotos... fotos de mi abuela y de mi padre cuando era chico, 14 ó 15 años.

- “ De hecho, mi nombre el Miguel Dalmaian.”

La mujer empezó a hablarme : -“ Conocí a tu abuelo en diciembre de 1941, aquí en París, hacía un frío terrible, yo no tenía donde ir. Estaba en el parque de Buttes Chaumont, aquí cerca, sentada en un banco. El pasó y se me quedó mirando. Tenía tus mismos ojos, tu misma mirada. Eso es increíble! Me preguntó que me pasaba. Le dije que no tenía donde ir, que venía de Orléans, que mi casa había sido destruida hacía un año y medio en los bombardeos y que desde entonces no tenía un lugar fijo. Había comenzado a nevar. El me tomó de la mano y sin decir nada me trajo aquí. Me aclaró que no buscaba nada, que no quería nada de mi, pero que me podía quedar el tiempo que quisiera. ¿Quieres café ?”.

Esa declaración me dejó estupefacto, estaba descubriendo la vida de mi abuelo
junto a esa mujer... a quien sentía casi como “mi” otra abuela, era una sensación muy extraña, pues ella me hablaba y me trataba como si me conociera e hiciera solamente unos meses que no me veía.

Me preguntó donde estaba parando, y cuando le dije que estaba en un hotel se puso furiosa, me dijo que no tenía que andar tirando el dinero por ahí, y que como ese era el departamento mi abuelo León, ella “ había decidido” que me mudara allí. Traté de protestar, pero fue inútil, me tomó del brazo y llevándome por un pasillo me introdujo en un dormitorio amplio, con techo alto, impecablemente arreglado, pintado. Una cama de dos plazas, una mesa de luz, un ropero, un escritorio y una cómoda eran el mobiliario. las paredes blancas hacían resaltar los dos cuadros, dos reproducciones : un Modigliani, con sus típicos rostros alargados y un Degas.

Me acerqué a la ventana. El parque donde ésta mujer, de la cual no conocía el nombre, había visto a mi abuelo por primera vez se abría debajo mío. Cubierto por la nieve. Traté de imaginarme la escena. De pronto me sentí muy cansado. Como si todo el peso de esta historia se me hubiera venido encima. Quería salir de allí, tratar de aclarar y ordenar mis ideas. Necesitaba estar en otro lugar para hacerlo, en cualquier otro lugar, menos allí.

La mujer estaba detrás mío, en silencio. Se acercó, me tomó el hombro y me dijo: - “A propósito, mi nombre es Madeleine, Madeleine Charbut”. Temblé.

- “ ¿Qué sucede ?.¿ Te sientes bien? Estás un poco pálido”

- No es nada, la emoción, todo esto es muy raro para mí. Bueno Madeleine, me tengo que ir ...

- No, no, no ! protestó, Tu te quedas aquí. No es cuestión de que te vayas de vuelta a ese hotel !

- Pero Madeleine, tengo que ir a buscar mis cosas al menos, además debo encontrarme con alguien y ...

- Rien du tout ! estalló. Llama a tu hotel para avisar que no irás ésta noche y a esa persona que debes ver le dirás lo que quieras, pero hoy te quedas aquí !.El tono era inapelable.

Traté una vez más de convencerla y cedió. No sin antes hacerme prometer que mañana por la mañana estaría allí para instalarme durante mi estadía en París. Mi sentimiento era bastante ambiguo. Por un lado deseaba conservar la independencia que me otorgaba estar en el hotel, para poder disponer de mi tiempo como se me diera la gana, y por otro lado la tentación de estar al lado de Madeleine quien podría contarme la historia de mi abuelo, y de primera mano.

Salí del departamento, no sin antes prometerle a Madeleine que mañana a las 9 estaría allí. Ya era de noche, había empezado a nevar de nuevo. Hacía frío. Paré el primer taxi y me fui al hotel. Mañana tendría la cabeza más despejada y podría ver las cosas mas claras. Sabía que me iba a costar dormir.
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II

No había dormido bien. Esta historia me había dado vueltas en la cabeza durante toda la noche. Eran las ocho de la mañana y el sol empezaba a aparecer. Afuera todo estaba blanco por la nieve. Se adivinaba que hacía frío. Me tapé un poco más con la colcha, pero al poco tiempo decidí levantarme. Madeleine me esperaba a las nueve y no era cuestión de defraudarla.

Bajé a desayunar, ni me acuerdo que tomé ese día, creo que solamente un café a las apuradas y luego salí casi corriendo para zambullirme en una boca de metro. Compré unos croissants en una panadería. Al fin llegué al departamento de Madeleine.

- “ Alors tes affaires ?”. Madeleine tenía una mirada inquisidora cuando abrió la puerta y me vio solamente con una bolsita de papel en las manos. Al preguntarme por mis cosas se notaba un fondo de inquietud en la mirada .

- “Madeleine, te prometo que esta tarde traigo las cosas, ahora vamos a desayunar.
¿ Hay café ? “

- “ ¡Por supuesto que hay café !. Ven, siéntate.”

Fue hacia la cocina, puso el agua a calentar. La observé bien. No parecía tener la edad que tenía. Era mucho mas fuerte y sólida de lo que me había parecido ayer. Como si de pronto hubiese rejuvenecido diez año

No era muy alta, pero conservaba el porte que seguramente había tenido durante toda su vida. Se la veía erguida, espigada. Sus cabellos cuidadosamente peinados .

Mientras hacía el café fui hacia el balcón. Allí admiré por primera vez los techos de París. Totalmente distintos a los de Buenos Aires. El eclectismo era tal que me mareaba. Techos de pizarra, de tejas rojas, uno de tejas de colores, cúpulas de cobre, la variedad era inmensa.

Madeleine se acercó con una bandeja con las tazas de café, el azúcar y los croissants. Cuando vio que no le ponía azúcar al café exclamó :

-” ¡ Igual que tu abuelo ! ¡León jamás endulzaba su café ! “

- “ Madeleine, cuénteme.¿ Cómo lo conoció a mi abuelo?”

- “ Pues verás... el hacía un tiempo que había llegado de la Argentina, yo estaba sola, como ya te conté ayer. Al principio éramos amigos... el iba y venía. Yo no sabía muy bien adonde. Hasta que un día me dijo que estaba en la Resistencia, que si quería seguir con él tenía que saberlo y elegir. Que la vida esa no era fácil, en fin, tu sabes.”

- No justamente no sé, quiero que me cuente, hábleme, dígame todo...

- Han pasado muchos años. Trataré . Susurró

Y comenzó.

El abuelo León pertenecía a un grupo de resistencia llamado “Combat”, cuya principal misión hasta ese momento era la de brindar informaciones sobre los movimientos alemanes a los aliados en Londres. Aun no participaban de la acción directa contra los nazis. Se trataba de tejer redes de inteligencia en todas las ciudades, pueblos, aldeas de Francia.

La tarea de él era particularmente arriesgada, porque coordinaba, junto con otras tres personas más la información proveniente de toda la parte ocupada de Francia. Pero además debía viajar seguido a la zona sur, sobre todo a Lyon y a Marsella, lo cual lo exponía constantemente, por varias razones. La primera de ellas era su acento. Si bien hablaba bien francés no había podido deshacerse de el. La segunda era que tenía papeles falsos : Tarjeta de identidad, de racionamiento y hasta un “ausweiss” falso !

Por supuesto que vivía de lo que le otorgaba la Resistencia, lo cual a decir verdad no era mucho. Pero siempre se la rebuscaba haciendo algún trabajo para los vecinos. El abuelo se daba maña para muchas cosas. Se la pasaba arreglando canillas, destapando chimeneas, pintando o cambiando cables de electricidad a los vecinos.

Todo esto le permitía a su vez tener una cobertura eficaz. No solamente los alemanes no lo molestaban en lo absoluto, sino que hasta tenían algunas consideraciones con él, sobre todo un mayor, que había estado en la Argentina hacía unos años y tenía buenos recuerdos. ¡El pobre ni siquiera imaginaba que era lo que había motivado a León a estar en Francia !. Con el tiempo, ese mayor, de apellido Maester, se convertiría en una de las principales fuentes de información de la Resistencia Parisina y desertaría de la Wermacht.

A veces, cuando podían, iban con Madeleine a pasear por el bosque de Boulogne, Tomaban el metro, que increíblemente funcionaba, llevaban unos sandwichs y pasaban el día. Por un acuerdo tácito, al menos al principio, eran una pareja que hacía una vida normal

Sin embargo la actividad de León era intensa. Su trabajo consistía en llevar y traer mensajes, en contactar y reclutar gente para la Resistencia, en armar, pacientemente redes de infiltración, que luego jugarían un papel importante durante la Liberación.

Su principal contacto era el profesor Huet, del Museo del Hombre. Un hombrecito vivaz, de ojos negros inquietos, con una barba recortada y sombrero calado hasta las orejas.

Este antropólogo había creado un sistema criptográfico que fue usado durante toda la ocupación, hasta que los aliados llegaron a París.

Un día un hombre en la calle, cerca de su casa le puso un papel en el bolsillo. Le daban cita en el Jardín de Luxemburgo, esa misma tarde a las cinco. León desconfió y contactó a Henri, su superior dentro del movimiento. Un discreto operativo de seguridad se montó alrededor de él para esa entrevista.

Cuando llegó al parque, León comenzó a caminar lentamente por el pasillo central, hasta la fuente . El lugar estaba bien elegido. Lleno de gente, niños jugando en la fuente con sus barcos de vela, niñeras paseando cochecitos, alguna que otra pareja de enamorados, soldados sacándose fotos y como fondo el Palacio de Catalina de Médici, donde funcionaba habitualmente el senado, pero que ahora estaba ocupado por la Luftwaffe.

Se sentó en una de las sillas que rodean la fuente y comenzó a esperar. A su alrededor podía ver a sus compañeros discretamente ubicados vigilándolo, cuidándolo. Miraba distraído de un lado al otro del parque, encendió un cigarrillo.

De pronto un hombre se acercó, un hombre común, parecía un oficinista con su traje un poco gastado y sus lentes de armazón de metal. Se sentó al lado suyo y lo llamó por el nombre:

- ” ¿ León ? “

Se hizo como que no escuchaba, pero sus músculos se tensaron, esperaba cualquier cosa. Todo podía ocurrir. El oficinista insistió :

- “ ¿ León ? . Te traigo saludos de Jacques Viroux.”

Al escuchar ese nombre no pudo evitar sobresaltarse. Sabía que Jacques había sido arrestado hacía unos días cerca de Lyon. Era una trampa. Se levantó sin decir nada y comenzó a caminar hacia uno de sus compañeros, quien parecía estar esperándolo. El hombre se levantó y fue tras él. Pero otros dos hombres le cerraron el paso. León apuro el paso y llegó a la verja de hierro del parque. Se zambulló en el metro junto con su camarada. Solamente después supo, cuando Henri le dijo que lo habían interrogado y que lo habían enviado a Londres para sacarle más información, que aquel hombre era un agente de la Awber, el servicio secreto alemán del almirante Canaris. Lo habían descubierto. Ahora sí debería pasar a la clandestinidad total. Y Madeleine estaba con él.


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III

Sintió una presencia detrás suyo. Era Nadine con un mate en la mano. Nadine, su mujer, a quien había conocido hacía doce años en Francia y desde hace diez su mujer. Luego de tanto tratar de comprender que placer podía encontrar en tomar mate ( “ Une boisson de sauvages “ ), “Una bebida de salvajes “ según ella, al final, por cansancio se había acostumbrado y ahora hasta cebaba. Le entregó el mate sin decir nada y permaneció en silencio junto a él, en la puerta del balcón.

Empezaba a atardecer. A veces le costaba comprender a ese hombre que quería, que la apasionaba. Le costaba comprender porqué había vuelto a la Argentina cuando allá tenían un buen trabajo, una casa, un buen pasar. Sin embargo, no había cuestionado su decisión. Habían pedido un año de vacaciones sin goce de sueldo, para poder ver con tiempo si se iban a quedar aquí o no. De todas formas ella ya había tomado una resolución. No se quedaría a vivir aquí. Pero respetaba la determinación de Miguel de querer venir a la Argentina para reencontrarse con él mismo.

Cuando se conocieron ella estaba estudiando Derecho en la Universidad de Nanterre y Miguel había comenzado su carrera de Historia en la misma. Se vieron por primera vez en el comedor universitario, o mejor dicho, se toparon. Una torpeza de él, que casi le vuelca un plato de spaghetti a la bolognesa. Luego vinieron las disculpas y la casi inevitable invitación a salir para “reparar” el mal rato. Lo cierto que ese hombre de acento pronunciado, ojos tristes e inquietos y dedos cuadrados le había llamado la atención.

Con el tiempo se frecuentaron cada vez más, empezaron a salir más seguido y terminaron, sin darse cuenta, sin planteárselo siquiera, viviendo juntos.

Cada uno dedicado a su carrera, ella con su estudio de abogada, profesión en la cual tenía algunos éxitos. El con sus trabajos en un instituto de investigaciones históricas, donde “hurgaba”, según sus términos, en el pasado reciente de Europa. Aunque su verdadera pasión era la Edad Media.

Hoy ella también estaba mirando por ese balcón del octavo piso a Buenos Aires, ciudad tan diferente a París, tan cuadrada, tan chata, tan gris. Lo que más la había impresionado sin embargo era la gente, la gran cantidad de gente. Habían salido a caminar por Corrientes y cuando llegaron a Florida se sintió apabullada, ahogada por la multitud que parecía que se le venía encima. Y los autos, la gran cantidad de autos que circulan por Buenos Aires la había sorprendido, amén de las piruetas de los conductores. Se acostumbró a evitar que la atropellen. Varias veces le había repetido a Miguel que eso había sido una “ experiencia inolvidable “.

Nadine había aprendido a hablar castellano bastante bien, por supuesto con acento argentino, lo cual le daba una gracia especial a su pronunciación, sobre todo cuando pronunciaba las “ll” y la “y”, “Sho te shamo a las siete para salir. Eso si no shueve” Por ejemplo. Tenía un aire canyengue cuando hablaba aquella mujer de ojos celestes, menuda y aparentemente frágil, que desarmaba a cualquiera. Sin embargo emanaba de ella una fuerza interior que se transmitía fácilmente y que era contagiosa. Reflexiva hasta lo insoportable, analítica hasta la exasperación, escondía una pasión que no mostraba fácilmente. ¡Pero cuando lo hacía había que agarrarse!.

Miguel le devolvió el mate con una sonrisa triste. Volvió a la cocina para seguir cebando . Dejó a Miguel mirando por el balcón. Miraba a aquel hombre que adivinaba atormentado por una decisión que debía tomar. No quería influir en ella. Tenía que tomarla solo. Aunque su futuro estuviera en juego.

El cielo empezaba a cubrirse. Quedó ensimismado en sus pensamientos. Tenía que tomar decisiones. ¿Qué haría ? ¿ Se quedaría aquí ? ¿Se iría nuevamente a Francia? . Se sentía tironeado entre las dos opciones. De todas formas que tenía casi un año para resolverlo.

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IV

León fue enviado a Bourg-en-Bresse, en zona sur, para comenzar su vida clandestina. Su contacto, Michel Robin, era un chacarero que tenía una pequeña explotación en las afueras de la ciudad y que tenía parientes en la Argentina, por lo que León podía perfectamente pasar por un primo lejano que estaba de visita.

Gracias al talento y las complicidades en la Prefectura y en la Municipalidad de Bourg, se le había hecho un nuevo juego de documentos falsos. Tarjeta de identidad, de racionamiento ¡ hasta un permiso de conducir !. Ahora se llamaba Ariel Robin, descendiente de campesinos de Saboya que habían emigrado a fines del siglo pasado.

Junto a él Madeleine, a quien le habían creado un personaje a medida, como la esposa que era. Ella había cambiado su nombre por el de Jeanette Ferré, quien se había casado hacía solamente unos meses con Ariel Robin. Por supuesto, los buenos oficios de los empleados de la Municipalidad de Bourg-en-Bresse habían jugado de nuevo.

Allí llevaban una vida tranquila y bastante monótona. León trabajaba con Michel en las tareas del campo. Aprendió a ordeñar, a hacer queso, a mimetizarse con los campesinos del lugar. A hacerse compinche de ellos y con el tiempo a parecer uno más.

Sin embargo León era prudente, no emitía comentarios sobre los alemanes o sobre el gobierno de Vichy y el Mariscal Pétain. Sabía que muchos de los que lo rodeaban eran partidarios del Estado Francés y del Mariscal y por su condición de extranjero era vulnerable. Se había ganado cierta simpatía y hasta respeto por parte de algunos de los más conspicuos seguidores del Mariscal, Monsieur Léroux, por ejemplo, que era el jefe de la Milicia local, debido al hecho de “ volver a buscar sus raíces en la tierra de sus antepasados, ahora que Francia reclamaba a sus mejores hijos para servirla“. Este respaldo le servía para vivir tranquilo, sin manifestar nada al respecto. El hacía su trabajo en la chacra. Por otro lado, estaba “dormido”, esperando que sus contactos de la Resistencia lo llamaran.

Madeleine por su lado colaboraba activamente con Ninette, la esposa de Michel Robin, ya sea en las tareas de la casa o cuidando las gallinas, conejos, gansos y otros animales que llevaban una vez por semana al mercado de Bourg a vender y que mejoraban sensiblemente la economía familiar.

Se hicieron amigas con Ninette, cómplices a decir verdad, pero nunca hablaron de las actividades de los hombres en la Resistencia. Ellas hacían su propia Resistencia, con el desprecio mostrado hacia los nazis cada vez que los veían. Ignorándolos, diciéndoles que los productos que tenían delante de ellos estaban reservados otros clientes, por mas que les ofrecieran no vendían a los alemanes. Recordaban a un sargento SS que varias veces había querido comprarles una docena de huevos y les había puesto sobre la mesa un fajo de billetes para tentarlas y amagado a llevarse los huevos. Ellas protestaban que estaban ya comprometidas para una hipotética Madame Dupont... cuando de pronto apareció Madame Dupont, una viejecita de aspecto frágil y voz dulce diciendo que esperaba que el recio sargento SS no cometería la indelicadeza de dejar sin comer a una pobre anciana. Y diciendo “Merci Madame Robin !” , depósito las monedas sobre la mesa y ante la mirada atónita del teutón tomó su docena de huevos y se fue caminando despacito.

El alemán no volvió nunca al mercado.

Otro día una patrulla alemana llegó hasta la chacra. Michel y León estaban trabajando en el campo, mientras que Madeleine y Ninette se encontraban en la quesería, acomodando las hormas para la afinación.

Cuando escucharon los motores salieron corriendo a ver que sucedía. Los alemanes querías requsisionar los caballos para el frente Este, donde los rusos los tenían a mal traer. Se generó una discusión acerca de la utilidad de los caballos para la chacra. Los alemanes eran intratables. No querían saber nada. Amenazaron, gritaron, trataron de convencer, de seducir a las dos mujeres. Esgrimieron las razones mas diversas. No hubo caso. La firmeza de esas dos mujeres los sorprendió primero y los desconcertó después. Por fin se fueron, no sin antes prometer volver. No lo hicieron nunca.

Estos son dos ejemplos de pequeñas victorias cotidianas sobre los invasores. Mil veces, mil cosas como estas, aparentemente sin importancia se repitieron a lo largo de toda la ocupación. A veces tenían consecuencias trágicas, como el arresto o en algunos casos el fusilamiento de los que se negaban a cooperar con el enemigo o a participar del esfuerzo de guerra. Pero en gran medida contribuyeron a minar la moral de las tropas alemanas y de sus colaboradores franceses.

Quienes resultaban mas molestos eran los milicianos. Emulos de las SS, que además contaban con la altanería de creer que estaban peleando por “La Francia Eterna” del Mariscal Pétain y eran de una soberbia insoportable. Crecían a la sombra de los alemanes y a veces los superaban en brutalidad hacia la población civil.

En más de una oportunidad quisieron aprovecharse de su condición de secuaces de los alemanes para propasarse con las mujeres del pueblo, que los gratificaban con un desprecio tal que siempre prometían vengarse. En algunas oportunidades lo hicieron, siempre con los más débiles.

A la Liberación muchos de ellos lo pagarían con la vida. Otros con el ostracismo y algunos con el eterno desdén de sus coterráneos.

Un día un extraño visitante llegó a la chacra preguntando por Ariel. El único que conocía la falsa identidad de León era Henri. Michel lo sometió a un discreto interrogatorio antes de franquearle el paso. Cuando estuvo seguro que era quien decía ser lo llevó hasta el establo. Michel no quería correr riesgos ni hacerlos correr a León y Madeleine.

Le pidió que esperara y salió. Al rato volvió con León, quien traía una escopeta cargada con munición para jabalí y amartillada, como para que no hubiera dudas de que si el extraño no tenía buenas intenciones su existencia sería muy corta. El hombre ni se inmutó. Puso cara de que comprendía la situación y las medidas de seguridad que estaban tomando y tomo asiento sobre un banco de ordeñar.

Corrió el talón de su zapato y extrajo un pequeño papel de seda que entregó a León. Este a su vez entregó el arma a Michel y sacó del forro de su saco un trozo de papel y se retiró unos minutos. Comparó los dos papeles. Su gesto se volvió aun más serio. Salió del galpón sin decir palabra. La primera que debía conocer la noticia era Madeleine.

Michel y el extraño lo siguieron a unos pasos de distancia.

León entró en la casa, se sentó en el comedor. Releyó el papel y lo comparó nuevamente con la clave. No había dudas. Apretó los dientes.

Michel y el desconocido estaban parados cerca de él, en un extremo de la habitación, sin decir palabra. Observaban a ese hombre que estaba tomando una decisión que le costaba. que seguramente era difícil.

- “ Madeleine ! “ llamó.

Inmediatamente ella apareció. Cuando lo vio no pudo evitar ahogar un grito. Su hombre estaba transfigurado. Se acercó lentamente hasta él. León le tendió el pequeño cuadradito de seda. Aunque ella no podía decifrarlo sabía lo que contenía. Su León había sido llamado a Londres. Y ella se iría con él. De eso no cabían dudas. Aunque no quisieran, ella iría con él.

Madeleine se limitó a un solo comentario. :

- “ ¿Cuando partimos ? “

-” En tres días” . Contestó León

Michel Robin tomó al extraño del brazo y lo llevó afuera. Hablaron en voz baja durante unos minutos y el hombre se fue tal cual había venido. Michel entró, y fiel a su estilo sacó dos vasos del armario, una botella de vino tinto y se sentó junto a León.

- “ ¿ Y León ? “

- “ Dentro de tres días partimos Michel. No será por turismo. Me llaman de Londres. “

- “ ¿ Sabes porqué ?

- “ No, pero lo imagino. Me ‘despiertan’. Tendré que ir a armar una red en algún otro lado. Madeleine viene conmigo “

- “ ¿ No crees que ella podría quedarse aquí “. Después de todo este es un lugar seguro” .

- “ Trata de convencerla...” le contestó León en un tono irónico. Michel Robin sabía que no valía la pena intentarlo. Pero de todos modos lo haría

Fue hasta la cocina, donde Madeleine estaba preparando algo de comer.

- “ Mado? ...”

- “ Oui ?”

- “ Dime, tu no crees que podrías quedarte aquí mientras...

Madeleine no lo dejó terminar. Se dio vuelta y miró a Michel con los ojos chispeantes :

- “ Escúchame Michel Robin, el día que yo me separe de ese hombre es por que o él o yo estamos muertos. “

Michel se quedó de una sola pieza. Madeleine lo había sorprendido una vez. Sus sentimientos hacia ésta mujer eran ambiguos. Por un lado no la quería mucho. Demasiado independiente, decía. Su concepto de mujer y aun más, de esposa pasaban por la sumisión. Y Madeleine era muchas cosas menos sumisa Por otro la admiraba por el coraje que ella demostraba a diario. No solamente había aprendido a realizar todas las tareas de la chacra, eso a Michel le parecía natural. Sino también se enfrentaba a los alemanes en el pueblo, no les perdonaba ni un transgresión a sus propios códigos, al punto que éstos la respetaban, que no era poco por parte de ellos.

Ahora tenían que prepararse para el viaje que les esperaba. En el mensaje estaba el código que escucharían en la BBC para confirmarles que los vendrían a buscar. El lugar ya lo sabían. Era el mismo campo de Michel, en donde los Lysander podían aterrizar sin dificultad. Todo era cuestión de estar atento a la radio durante esos tres días.

En realidad no necesitaban preparar mucho. Todo lo que tenían que llevar cabía en una pequeña valija que hacía tiempo ya estaba lista. El resto León lo tenía en la cabeza. Todos los detalles, los nombres, los lugares no estaban escritos en ningún lado. Estaban grabados en su cerebro.

Ahora debían estar atentos a la radio durante tres días. Para escuchar el mensaje en código que emitiría la BBC y que figuraba en el cuadrado de seda que León tenía. Las próximas 72 horas serían tensas.











V

Esa noche habían decidido salir. Miguel quería que Nadine probara “la mejor pizza del mundo, esa que no se encuentra ni en Italia”. Ella era un poco escéptica con respecto a eso, pero lo siguió sin protestar y a decir verdad se llevó una sorpresa, por cierto agradable.

Luego, siempre en visita turística, fueron a la Giralda, allí donde Miguel con un grupo de compañeros de colegio pasaba su tiempo, tomando café y discutiendo sobre el futuro del país. Jóvenes llenos de sueños de entusiasmos, de historias de amor eternas que duraban como mucho un par de meses. Habían desaparecido otros lugares que evocaban recuerdos. Ya sea porque se cerraron o por reformas que los habían vaciado de su substancia. Uno de ellos era La Paz. A Miguel casi “se le pianta un lagrimón” cuando vio como lo habían transformado.

Siguieron caminando por Buenos Aires. Comentando la ciudad. A Nadine le parecía un poco fría e impersonal. Miguel paró un taxi.

- ” A San Telmo “ indicó al chofer y no pronunció una sola palabra más dejando a Nadine sumida en un total desconcierto.

Cuando llegaron a Plaza Dorrego los ojos de Nadine se abrieron enormes. Totalmente iluminada, con mesas en la plaza misma, parecía la Place du Tertre, en la Colina de Montmartre, pero más grande. De los bolichitos que la rodean salía música, una sola música : Tango. Nadine se derretía escuchando tango. Hasta había insistido para que él aprendiera a bailar... en París. Ella le decía, bromeando que era un poco torpe pero aceptable.

En realidad Miguel tenía pensado llevarla al otro día, pero su observación sobre la ciudad precipitó la decisión. Miguel disfrutaba dándole ese tipo de sorpresas.

Entraron en uno. Eligieron una mesa y se quedaron toda la noche allí. Bailaron un poco, tomaron una botella de vino y volvieron al departamento.

Nadine propuso un café.

Se sentaron en la cocina y mientras el café se preparaba Nadine abrió la conversación.

-” ¿ Qué vas a hacer ?

-” Con respecto a qué ?

- “ Qué vas a hacer ? ¿ Te quieres queda r aquí o no ?

- “ No sé, en realidad no sé.

- “ ¿Pero tu que quieres ?”
- “ Y, por un lado es cierto que quedarme aquí me tienta. Por otro no tanto, cada día que pasa me doy cuenta que casi no tengo nada que ver con este país ,que lo único que me une a él es mi pasado, mis primeros años. Luego vinieron los viajes, el hecho de quedarme en París durante 20 años. Haber estudiado allá. Muchas cosas, mucha gente. Pero por sobre todo estás vos.

- “ Bueno, pero la decisión la tienes que tomar vos.

-“ En realidad creo que ya está tomada. O casi. Acá voy a ser como un inmigrante.
¿ Qué tengo yo en común con ésta gente ? . Algunas cosas nada más, pero que no llegan a hacer de mí un argentino a parte entera. Es más, me siento más francés que argentino. Es jodido el desarraigo Nadine. Así todo, creo nunca podré dejar el mate. Sonrió a medias, triste de haber hecho esa constatación.

Quedaron un momento en silencio. Nadine terminó de hacer el café y lo sirvió.

- “ Allá volveré a la Universidad, voy a postular para una cátedra y seguiré mis trabajos de investigación en el instituto” Al decir esto se le iluminaron los ojos. Era pasión lo que sentía por su trabajo. Bien que no era su especialidad, lo que estaba investigando ahora, los últimos 100 años de la historia europea lo llevaban de un lado al otro, visitando archivos, bibliotecas, museos, fondos históricos, pueblos, hablar con gente que había atravesado períodos claves en lugares claves. Lo que más lo motivaba era precisamente el ciclo 1930- 1945. Allí no solo tenía acceso a documentos sino también a personas, a testimonios vivientes de esa época.

Sin embargo quería quedarse un tiempo en la Argentina, seis meses como mínimo. Tenía ganas de viajar, de conocer lugares adonde nunca había ido y de ir a otros conocidos y redescubrirlos con Nadine.

No quería hacer nada que pudiera turbar ésta estadía en la Argentina.

Sonó el teléfono.

- “¿Si?”

- “ ¿Miguel Dalmaian? “. Una voz aguardentosa, rota, con fuerte acento preguntó.

- “ ¿ De parte de quién ? preguntó prudente Miguel.

-” Usted no me conoce. Pero yo conseguí su teléfono por un conocido común, Benjamín. Quisiera verlo.”

- “ Bien, pero quién es Usted ? “

- “ Mi nombre es Samuel Winkosvky. Mi nombre seguramente no le dice nada. Pero yo conocí a León, su abuelo... y Benjamín me habló de su llegada” La voz hizo silencio.

- “ Siga “ pidió Miguel, seco.

_ “ Bueno, yo conocí a León en 1942. El me escondió un tiempo. “

- “ ¿Cuando quiere que nos veamos Samuel ? “

- “ Cuando Usted quiera. Yo vivo cerca del Parque Centenario.”

- “ No sé, dígame Usted. Yo estoy libre.

- “ ¿ Mañana a la tarde le parece ? “

- “ Bueno, dígame donde y a que hora y allí estaré. “

- “ Anote “

Samuel Wincovsky le dio su dirección y quedaron en verse al otro día, a la cinco de la tarde.

Un nuevo elemento se agregaba a la historia del abuelo León.

Al otro día, Miguel fue a la casa de Wincovsky. No podía ponerle una cara a ese nombre. Trató de sobreponerse a la emoción que le producía encontrarse frente a alguien que le contara otro pedacito de la vida de su abuelo. Cuando llegó frente a la puerta tocó el timbre.

Esperó. Al cabo de unos minutos un hombre de unos 80 años, con el pelo increíblemente blanco le abrió la puerta. Los ojos claros de Samuel Wincovsky se llenaron de lágrimas al ver a Miguel Dalmaian.

-” Sos el vivo retrato de tu abuelo vos “

- “ Gracias “

- “ Pero pasá hombre, no te quedes ahí parado “

Miguel entró. Luego del pasillo se abría un patio amplio, con un juego de muebles de hierro. Se sentaron. Samuel ofreció algo para tomar y Miguel respondió casi automáticamente “Mate”.

Samuel se levantó y fue a prepararlo. Miguel se quedó mirando el patio, las plantas. Se levantó y empezó a caminar. Comenzó a preguntarse que sentido tenía todo esto. Buscar la historia del abuelo, haber ido a Europa, haberse quedado, seguir encontrando aquí retazos de la vida de aquel hombre que no conoció sino a través de fotos viejas y de relatos de su abuela Mirtha y de su padre, aunque estos últimos más difusos.

Al ratito volvió Samuel con una bandejita con el mate. Cebó, tomó uno y luego de cebar otro, comenzó a hablar. En un susurro.
VI



La noche estaba oscura, sin luna. El silencio era total. A la orilla del bosque que bordeaba el campo de pastoreo un grupo de hombres y una mujer esperaban ansiosos. Ya faltaba poco para la hora convenida y no había ninguna señal del avión que debía llegar.

Primero fue un zumbido tenue que poco a poco fue aumentando su volumen hasta distinguirse claramente el ruido clásico del motor de un avión que está dando vueltas. En ese momento dos hombres se dirigieron a uno de los extremos del campo y encendieron tres fuegos ya preparados. Casi inmediatamente el avión aterrizó, carreteó hasta el otro extremo del campo y todos fueron corriendo hacia él. Cuando llegaron dos hombres habían bajado y el piloto apuraba para que subiera el pasajero que había venido a buscar. Cuando vio que eran dos empezó a protestar.

-” ¡Tengo órdenes de Londres, uno solo !”

Madeleine lo fulminó con una mirada. Sus ojos encendidos le contestaron antes que su voz, tranquila y pausada :

- “ Bueno, pues ahora somos dos.

El piloto se limitó a gruñir un : - “ Bien madame” y se hundió en los controles. El Lysander despegó y desapreció en la noche como había llegado, como un fantasma.

El vuelo fue largo. Debían evitar las defensas antiaéreas y para eso eso tenían que dar una larga vuelta por el Atlántico, luego tomar otra vez rumbo hacia el Este y llegar así a Inglaterra.

Aterrizaron en una base cerca de Londres. Los estaban esperando. Un mayor de la Royal Air Force y un capitán del Ejército francés. Cuando vieron que primero bajaba una mujer tuvieron un sobresalto y no pudieron disimular su sorpresa.

El mayor inglés dejó estallar su furor :

- “¿ Qué es esto ?”. preguntó al oficial francés que solo pudo balbucear un “ no sé “ antes de correr encolerizado hacia León a hacerle la misma pregunta.

- “ ¿ Qué es qué ?” inquirió León.

- “ Eso “ dijo el oficial señalando con un dedo acusador a Madeleine.

Los ojos de León relampaguearon y sus puños se cerraron

- “ Eso, como Usted dice, es mi mujer. Y de aquí en adelante le recomiendo por su salud que la llame mi esposa, mi mujer o sencillamente por su nombre : Madeleine “

- “ ¡ Cómo se atreve ! “ ? explotó el francés

- “ ¡ Cómo se atreve Usted Monsieur! ¡ Usted es un maleducado! ¡Usted tendría que aprender modales ! ¿ Capitán cuánto ?.La voz de León era seca, cortante, parecía un coronel de caballería salido de Saint-Cyr.

Al escuchar su grado, el oficial se cuadró, más por reflejo que por respeto y espetó:

- “ Capitán Arnaud de la Rochelière, del Ejército de Francia Libre ! “

- “ Bien, escúcheme de la Rochelière, estamos cansados, hace horas que estamos volando arriba de ese avión, tenemos hambre, sed y sueño. Madeleine no se iba a quedar allá y aquí puede ser muy útil. Haga las cosas más fáciles, que para las difíciles ya estamos nosotros. “

- “ Tiene razón, discúlpeme. Pero las explicaciones a los ingleses se las da Usted“

- “ No se preocupe por eso. Ya se está haciendo “

Efectivamente, Madeleine estaba sosteniendo una acalorada discusión con el mayor británico, muy tieso y pálido. Los dos hombres se acercaron. El oficial británico y la francesa gritaban en inglés.

El militar francés rió por lo bajo y le dijo a León :

- “ Tenía Usted una vez más razón. No debo preocuparme. Los ingleses apenas nos toleran aquí y su esposa se está encargando de decirle a ese pingüino que se ocupe de cosas más importantes que de molestar a una mujer de la Resistencia . Venga, vamos a acomodarlos y mañana veremos que hacemos“

- “ Madeleine !- llamó León - El capitán de la Rochelière nos invita a cenar”
Ella dejó plantado al oficial inglés, quien quedó hablando solo.

De la Rochelière los llevó a un departamento que estaba cerca de Covent Garden, donde el General De Gaulle tenía sus oficinas. Luego de que se refrescaron fueron a un pequeño restaurant en las cercanías. Si bien la comida no era la mejor, el ambiente era excelente. No parecía que estuvieran en guerra. El capitán se reveló un hombre divertido y pedía constantemente disculpas a Madeleine por su actitud de hace una horas. Ella le decía que ya no tenía importancia y que los palos los había recibido Bradford, el oficial inglés.

El francés pidió una botella de champagne. Madeleine estaba feliz. Era la primera vez en un año que iba a restaurant, ni qué hablar del champagne !. Tomaron toda la botella.

Volvieron al departamento caminando por las calles de Londres y cantando.

El oficial les dijo que al otro día a las diez de la mañana pasaría a buscarlos.

Al otro día, a las diez en punto de la Rochelière hizo sonar el timbre del departamento. León abrió la puerta, una taza de té en la mano.

- “ Bonjour !” recibió al francés. “Madeleine aun duerme, no hay manera de despegarla de las sábanas ! ’’.

- “ Dígale que se apure, nos están esperando “

León fue hacia la habitación y cerró la puerta. cinco minutos después aparecía con una Madeleine todavía dormida.

- “ Mi cabeza... me da vueltas, mucho champagne de golpe. ¿ Hay café ?

- “ Si Madeleine, hay café. ¿ Capitán, tenemos cinco minutos ? .
¿ Quiere una taza ?“

- “ Si, pero no más “ Agregó parcamente.

Una vez que hubieron tomado el café salieron y subieron a un automóvil que los estaba esperando. Rápidamente llegaron a un edificio de ladrillos a la vista. En la puerta un soldado saludó cuando entraron.

Subieron al segundo piso. Entraron en una habitación donde solamente había una mesa y cuatro sillas. De la Rochelière les pidió que esperaran y salió. Se miraron y ninguno atinaba a pronunciar una palabra. Pero los dos pensaban lo mismo. “ ¿Y ahora qué ?”.

La puerta se abrió y entró otro oficial, un capitán también. León corrió hacia él. Lo abrazó sin decir palabra, mientras la emoción lo embargaba. El otro sonreía. Se separó lo tomó de los brazos y exclamo :

- “ ¡ Mariano !

- “ ¿ Vos te creías que eras el único argentino que se había venido ? “

- “ Yo imaginaba que no, pero en tu caso es mas comprensible... tus padres... “

- “ Si, mis padres, mis tíos... pero yo vine a Londres. No como vos que te metiste en la boca del lobo directamente...Cuando supe que estabas en París quise que vinieras ... ¿ Y ella ? dijo mirando a Madeleine.

- “ Ella es mi mujer, Madeleine Charbut. Hace un tiempo que estamos juntos. Madeleine, acercate, este es Mariano Lapeyre, cuyos padres emigraron a la Argentina hace muchos años, fuimos compañeros de escuela y amigos desde entonces. Hacía años que no nos veíamos.”

_ “ Encantada señor...”

- “ ¡ Ah no! ¡ Si vas a comenzar a tratarme de señor vamos mal, mi nombre es Mariano y podés tutearme”

- “ Bueno, encantada Mariano. Es un placer.

- “ Decime che - preguntó León - ¿ Tenés yerba ?

- “ Aunque te parezca mentira si... ahora tomamos unos mates. Te cuento que cuando me vieron chupando una bombilla creyeron que estaba tomando algún brebaje... vos me entendés “

Mariano Lapeyre era descendiente de vascos franceses que habían viajado a la Argentina en 1915. El había nacido en 1917 y había hecho toda la escuela primaria con León. Habían dejado de verse cuando este viajó a Francia. Al poco tiempo Lapeyre viajó a Londres vía Estados Unidos y apenas llegó se enroló en las Fuerzas Francesas Libres.

Ahora formaba parte del departamento de inteligencia y los datos que pasaba León, si bien llegaban con un seudónimo siempre le llamaban la atención por el estilo con el que estaban escritos. Siempre sospechó que eran de su amigo. Cuando lo confirmó le pidió a sus superiores que lo trajeran a Londres. Lo que no se esperaba era que lo acompañara a Madeleine.

- “ Ella nos ha dado algunos dolores de cabeza. El Coronel Rémy estaba bastante cabrero... pero ya hablé con el viejo y está todo arreglado. Ahora León viene la parte seria. Siéntense.

Lo que siguió fue una de las conversaciones que decidieron el destino de León Dalmaian.



________________________________________________________
















VII


Hacía unos días que Miguel se había por fin mudado al departamento de Madeleine, en la Rue de Crimée. Pero luego de que ésta hubiera insistido mucho.

En verdad era cómodo. Además le permitía ahorrar los gastos de hotel y prolongar su estadía en Francia. En el ministerio de Veteranos consiguió una autorización para consultar el legajo de su abuelo. En los archivos descubrió muchas cosas que ni imaginaba.

León Dalmaian era titular de la Legión de Honor, en el grado de Caballero, condecoración otorgada “Post mortem” por cierto. En los considerandos del decreto que se la otorgaba, el 14 de julio de 1948 se destacaba su valor durante la Liberación de París, pero también sus servicios a la Resistencia y el hecho de haber permitido que algunos hayan escapado al destino de los campos de concentración y a un final horrible. Entre éstos se encontraban judíos, intelectuales, comunistas, socialistas y por supuesto resistentes.

El había montado todo un sistema de evasión para ésta gente, que pasaba en un principio a zona sur y luego a España, Portugal y finalmente Londres o Estados Unidos. También había logrado que el cónsul brasilero en Lisboa extendiera pasaportes para algunos de ellos. Todo eso en silencio y en paralelo con sus actividades de inteligencia .

Un día, uno de los bibliotecarios le dijo que Monsieur Blanc, el director, quería verlo.

Fue hasta su despacho y mantuvieron una conversación. En ella el director le informó que él podía reclamar la Legión de Honor que pertenecía a su abuelo y que seguramente estaba depositada en la Cancillería de la Orden. Por supuesto él mismo facilitaría la gestión.

Miguel se mostró agradecido y le pidió que lo hiciera.

Volvió a los archivos. Había, además de documentos y del legajo de León una carpeta con fotografías ya amarillentas. Preguntó si le podías hacer una copia de algunas de ellas. Sobre todo de una en la que aparecía con Madeleine, rodeada de niños en lo que parecía una colonia de vacaciones.

Le dijeron que tardarían unos días, pero que era posible.

Salió de los archivos y como el día estaba lindo decidió ir a caminar por las orillas del Sena. En un kiosco vio “ La Nación” y lo compró. Se sentó en un café en el Boulevard Saint-Michel.

Abrió el diario. La situación en la Argentina no era brillante. Rumores de golpe de estado crecían a cada momento. Lo cierto es que los militares ocupaban cada vez más espacios de poder.

El general Videla había dado virtualmente un ultimátum al gobierno de Isabel Perón. Ultimátum que expiraba en 90 días. La que se venía sería brava. El no imaginaba que tanto.

Miguel empezó a preguntarse si París después de todo no era un buen lugar para vivir.

Veía venir lo que sucedería en poco tiempo más. Había sido testigo de más un acontecimiento desgraciado. Las tres A, la siniestra Alianza Anticomunista Argentina, formada por grupos paramilitares y algunos civiles de extracción fascista habían tenido un protagonismo macabro en los últimos meses. El mismo tenía amigos que habían desaparecido sin dejar rastro, secuestrados. Uno de ellos, Julián, había aparecido muerto, torturado salvajemente.

Cerró el diario y disfrutó del momento que estaba viviendo. Se encontraba en París, en un típico “bistró”, mirando por la ventana pasar a la gente enfundada en abrigos, sobretodos y todo cuanto pudiera protegerla del frío. Si, trataría de quedarse aquí. Ya encontraría los medios para hacerlo.

En esas cavilaciones se le fue el tiempo. Ya era de noche cuando emprendió el regreso al departamento de la Rue de Crimée.

Al llegar, Madeleine lo estaba esperando con un Boeuf Bourgignon. Ella lo trataba como si realmente fuera su nieto. Ella que luego de León no había vuelto a vivir con ningún hombre. Ella que no había tenido hijos ahora había adoptado a aquel muchacho que más de treinta años después le hacía revivir los momentos más felices de su vida, pero también los más trágicos.

- “ ¿ Y todo esto porqué Madeleine ? “

- “ Para celebrar, solo para celebrar “ contestó la mujer con picardía en los ojos.

- “ ¿ Para celebrar qué ?

- “ Pues verás? Hoy estuve con Maitre Favre, el notario que se ocupa de mis cosas, luego de analizar las cosas llegó a la conclusión de que tu eres el único heredero de los bienes de tu abuelo “

- “ ¿ Qué ? ¿ Heredero de qué bienes ?. Yo no sabía que mi abuelo poseía bienes aquí “

- “ Bueno, en verdad el era propietario de este departamento, y de unos títulos públicos que me entregaron a mí después de la guerra pero que nunca he tocado. No sé cuanto representará eso ahora, pero debe ser un lindo paquete ...”

- “ No Madeleine, yo no puedo...”

- “¡ Ah no ! Eso es tuyo ahora, luego de unas formalidades que Maitre Favre se encargará de llevar adelante. Espero que no te caiga mal que me haya tomado la libertad de...”

- “ Pero Madeleine... yo no puedo quedarme con todo eso, no es mío... es tuyo “

- “ Escucha Miguel, yo ya tengo mis años, tengo mi jubilación, mi pensión de guerra y algo que he ahorrado. Tu aprovecharás mejor que yo de todo eso. Lo que espero es que no me desalojes, ahora que este departamento es tuyo” . Esto último con una sonora carcajada.

- “ Pero Madeleine, ¿ Qué me decís?. No sé, esto me toma de sorpresa. No sé que decir.”

- “ Bien, entonces no digas nada y come que se enfría “

Miguel se quedó pensativo y sin pronunciar palabra comenzó a comer. El Bourgignon estaba delicioso. Pero no entendía por que le ocurría todo eso a él y ahora. Tenía un sentimiento compartido. Por un lado estaba contento, todo ésto le caía del cielo y alimentaba sus expectativas de quedarse en Francia. Por otro la nostalgia comenzaba a trabajarlo y a veces tenía ganas de estar en Buenos Aires.

Cuando terminaron de cenar Miguel ayudó a levantar la mesa y mientras lavaban los platos le contó sus dudas a Madeleine.

- “ Y bien muchacho, decide. Si te quedas aquí podrías estudiar algo. O conseguir un buen trabajo. Lo primero que debes de hacer es aprender bien francés...después...”. Madeleine estaba entusiasmada a la idea de que ese muchacho se quedara en París.

La verdad es que todo le caía a Miguel como un piano encima. Necesitaba unos días para aclarar sus ideas. Se le ocurrió que podría ir a conocer algunos lugares turísticos de Francia que no quedaran muy lejos.


Luego del café cada uno se fue a dormir. Madeleine aun alegre al pensar que ese joven tal vez pasaría con ella los últimos años de su vida. Miguel confundido con los acontecimientos.

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VIII

Samuel Wincovsky hablaba tan bajo que Miguel tenía que agudizar su oído para escucharlo. El era sastre en París y se habían conocido a raíz de esto. León le había encargado un par de trajes. Por supuesto Samuel portaba la infame estrella amarilla que los nazis habían impuesto y ejercía una de las pocas profesiones que los judíos estaban autorizados a practicar.

En ese entonces Miguel alquilaba, por seguridad, un departamento en Meudon, sobre la Route de Vaugirard. Vivía más en la Rue de Crimée, en Paris. Pero como tenía muchos contactos en las usinas Renault había tomado ese lugar para sus reuniones. Era lo que se llamaba una “Casa segura”.

Un día Samuel tocó a su puerta. Estaba con toda su familia : Su mujer, Bertha, su hijo Samuel y sus dos hijas, Fanny y Rebecca. Los Gestapo lo había venido a buscar y sospechando que León tenía algo que ver con la Resistencia lo fue a ver.

Lo primero que este le preguntó fue si le había hablado a alguien de sus impresiones sobre su nexo con la Resistencia. A lo que el sastre le respondió que no, que eso se lo había guardado para él y que ni su mujer sabía.

León les pidió que los siguiera y los llevó hasta el sótano del edificio. Los enceró en la bodega y les pidió que esperaran. Mas tarde Madeleine les alcanzó unos sandwichs y unas botellas con agua. La espera de los Wincovsky duraría algunas horas.

Al otro día, a la madrugada León fue a despertarlos. Junto a ellos estaba Madame Dupuy, que se encargaría de llevarlos a la casa de Meudon. Salieron del edificio y subieron a un camión de mudanzas que pertenecía al marido de Madame Dupuy. Era la primera vez que llevaban otra cosa que no fuera muebles en ese camión y además clandestinos. No sería la última.

En efecto, el camión de los Dupuy sirvió en varias oportunidades para transportar personas que debían esconderse, escapar, enviar armas, pertrechos, dinero y en general de todo lo que pudiera ser necesario para los resistentes.

Samuel Wincovsky y su familia vivieron durante seis meses en esa casa de Meudon, sin que nadie lo sospechara. León les consigue alimentos, ropa, abrigos hasta que por fin puede conseguir un medio para hacerlos pasar a la zona sur y de allí a España. En regla general luego seguían hacia los Estados Unidos, pero Samuel, por una de esas casualidades a las cuales el destino es tan afecto se embarcó hacia la Argentina.

Samuel contaba todo esto a Miguel de un tono monocorde. Sin embargo cierta emoción comenzó a aflorar en este anciano cuando concluyó su relato. Tenía frente a él al nieto del hombre que había salvado a su familia.

Miró fijamente a Miguel y soltó :

- “ Usted tiene la misma mirada y los mismos ojos que su abuelo “

Lo mismo que unos años antes le había dicho Madeleine.





______________________________________________










































IX


Madeleine Charbut no había querido despertarlo. Espero que se levantara y fue hacia la cocina. Abrió el armario, buscó una pequeña caja de madera que estaba en el fondo y la sacó. Era una vieja caja, en marquetería, de esas que no se hacen prácticamente más. La abrió cuidadosamente, con una infinita devoción.

Apareció una franela amarilla que envolvía un objeto. Tomó este dulcemente entre las manos y lo acarició. Las lágrimas brotaron y lloró en silencio un momento. Decidió que ya era tiempo de despertar a Miguel, no soportaba más esperar a que él lo hiciera por si mismo.

Fue hasta su dormitorio y abrió lentamente la puerta. Miguel dormía de costado. Estaba medio destapado y su cabeza reposaba directamente sobre el colchón. La almohada estaba tirada en el piso. Madeleine se acercó:

- “ Miguel... Miguel “ Llamó

Este apenas entreabrió los ojos. Era la primera vez que ella lo despertaba.

- “ Hmmm... Si ? “

“ Miguel, levántate, tengo que mostrarte algo “

-” Dentro de un rato Madeleine... ahora tengo sueño “

- “ Anda vago, dormilón... levántate, ven a la cocina a ver lo que tengo para ti “

Madeleine salió de la habitación y ya en la cocina empezó a hacer café mientras esperaba que Miguel llegara. Cuando este lo hizo venía despeinado, descalzo, con un jean y una remera negra. Los ojos embotados y la expresión de desubicación típica de quien ha sido arrancado de sus sueño más profundo. Y así era. Miguel estaba soñando profundamente.

Cuando se sentó, Madeleine puso delante de él un tazón de café negro, y luego la caja de madera. Se sentó a su vez y no pronunció una palabra más. Invitó al muchacho a abrir la caja.

Miguel sorbió un poco de café y tomó la caja en sus manos. Era el trabajo cuidado de un artesano. Podía ser francesa o italiana, no tenía marcas exteriores que denotaran su origen. Levantó el cierre de bronce y descubrió la franela. Los ojos se le llenaron de lágrimas. No podía creerlo. Allí estaba. Lo tomó entre sus manos y lo acarició largamente. El lo había visto en una vieja foto que su abuela conservaba y se le había grabado en la memoria. Era algo preciado, una reliquia... y ahora era suyo. Era el mate de su abuelo.

Ese mate acompañó a León durante su viaje a Europa, en sus primeros días en Francia y durante toda su vida en ese país. Ya tenía pues, cuando Miguel lo vio por primera vez más de cuarenta y cinco años.

Tenía ganas de usarlo, de llenarlo de yerba y de tomar mate en él. Por otro lado estaba tan admirado con el objeto, negro y lustroso por el uso, suave al tacto, que no se animaba a hacerlo. Lo dejó suavemente en la caja y la cerró. No quería que ese momento se acabara nunca. Había sido como tomar esa calabacita de la mano de su abuelo.

Madeleine lo miraba atentamente, siempre sin pronunciar palabra se levantó y fue nuevamente a la cocina. Cuando volvió traía en sus manos un paquete de yerba y una bombilla.

- “ Ayer fui a comprarlos. Hay un lugar detrás del Hotel de Ville donde se puede conseguir yerba... Me gustaría verte tomar mate en él.

- “ Madeleine, era de mi abuelo, es una reliquia...

- “ Seguramente si el viviera tu le estarías cebando mate” remató ella, haciéndole ceder las últimas defensas.

- “ Tal vez tengas razón.

- “ Bien, entonces voy a poner el agua “

-” Madeleine ... gracias “

Ella puso el agua a calentar y él tomó nuevamente el mate, lo acarició de nuevo y comenzó a llenarlo con yerba.

El se quedó pensando en todo lo que le estaba sucediendo. Por momentos le parecía increíble que todo eso le sucediera en tan poco tiempo. Se dijo que tal vez debería a empezar a considerar seriamente en quedarse en París.

Tenía donde vivir, con que vivir, y hasta podría empezar tal vez a trabajar, o mejor, a estudiar. Claro que debería resolver la cuestión de la residencia. Eso no sería fácil, pero quizás lo pudiera resolver con la ayuda de Maitre Favre y de Monsieur Blanc, el director de los archivos del Ministerio.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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1 comentarios. Página 1 de 1
Angy
invitado-Angy 13-03-2003 00:00:00

Esta historia me ha gustado bastante, pero supongo que aun no esta terminada, aunque leerla ha sido muy grato. Felicidades, pues esta historia, demuestra que por muy feas que se pongan las cosas siempre hay humanos dispuestos a ayudar a otros.

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