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Greta y Ruth

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Greta trabajaba en ese lugar desde hacía mucho tiempo: vendiendo libros, conversando con la gente, informando. Un trabajo sumamente desgastante que no le gustaba ni un poquito.

Todo había ido sobre rieles; es decir, sin sobresaltos, que no es lo mismo que de maravilla. Hasta que el cansancio y su inmensa imaginación se aliaron y comenzaron a distanciarla de sus tareas. Su rendimiento laboral comenzó a disminuir tanto que sus jefes no tuvieron más remedio que enviarla al depósito. Lo que para otra persona habría significado la peor noticia, el confinamiento en el más oscuro y anodino de los lugares, para Greta fue la salvación.

Desde el primer día que pisó el subsuelo del edificio la enorme sonrisa regresó a sus ojos. En ese almacén que albergaba los libros más escalofriantes y olvidados, la joven recuperó el deseo de vivir, de sentir y de disfrutar.

Así, durante meses, se encargó de ordenar y catalogar mientras disfrutaba de interesantes lecturas. Todo iba sobre rieles, esta vez sí de maravilla, hasta que conoció a Ruth, su nueva compañera de trabajo. No fueron grandes amigas de entrada, las cosas como son.

La entrada de Ruth en el subsuelo significó para Greta la invasión de su espacio íntimo. Pero todo cambió cuando Ruth comenzó a hablarle de todos los libros que había vivido en toda la vida que había leído. Así, entre charla y charla surgió entre ellas una bonita misión: recuperar del olvido a aquellos libros que, de otra forma, tendrían que pasarse la vida en ese depósito.

Comenzaron llevando algunos libros a la superficie. Los escondían entre las estanterías, colocándoles marcapáginas de colores (esto siempre resulta sumamente atractivo cuando estás observando títulos en una librería). Los libros desaparecían a las pocas horas por eso las jóvenes comenzaron a llevar más. En poco tiempo, casi todos los olvidados del depósito habían salido a la luz.

Fue entonces cuando las jóvenes descubrieron que cuantos más libros sacaban a la luz más aparecían en los rincones oscuros del almacén. Aunque intentaron creer que se trataba de los mismos libros; sabían que no era así. Era como si la voz de aquella salvación se hubiera corrido entre las librerías y todos los olvidados acudieran a ese depósito en busca de una oportunidad.

Continuaron trabajando, olvidándose de las tareas que les habían encomendado sus jefes para dedicarse exclusivamente a salvar libros. Hasta que pasó lo inevitable: ambas se vieron frente a la hoja de despido por no desempeñar una buena labor que beneficiara la línea de la librería. En otra circunstancia, ambas se habrían puesto a suplicar por otra oportunidad, pero ahora eran diferentes: se fueron juntas, tomadas de la mano pensando en qué hacer desde ese día.

Al poco tiempo habían fundado la librería Greta & Ruth; la primera en la ciudad que se encargara exclusivamente de la venta de libros insólitos e imprescindibles, que eran, por supuesto, todos recuperados de la perdición y el olvido.

 

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