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Categoría: Ciencia Ficción

Furthur.

Para comenzar unas leves risillas, una especie de espera. Esperábamos algo pero no sabíamos muy bien qué.

Tomando posiciones sin precaución, comenzamos a sentir como se hinchaba y deshinchaba, subía y bajaba. Se hinchaban brazos y piernas, manos y pies, los ojos. Para entonces ya sabíamos que no habíamos llegado, pero ya estábamos comenzando a atravesar la fina pero densa cortina que nos separaba del otro lado de toda la verdad. Pero aún no, ni siquiera formábamos parte de todo aún, solo éramos dos. En una de las ocasiones, al hinchar, notamos como una delgada retícula invisible para los vivos, comenzaba a crecer bajo nuestros párpados y cómo unos diminutos seres muertos, curtían las pieles con las que amplificar nuestros oídos.

La música nos acompañó todo el camino, como una especie de ancla con la realidad habitual, un volver, un retazo de cordura y de recuerdo de que un día fuiste “tú”. Sólo al cruzar con la punta de los dedos dejas el tú, eres nosotros o en todo caso, todo. La decisión está tomada y no hay marcha atrás, puede que se clavasen pequeñas esquirlas de miedo superficial al empezar a meter la cara y que innumerables flashes absolutamente cegadores, del azul más intenso, cruzasen nuestros cerebros a velocidad de blanco y negro. Pero no había por qué temer. Un brusco lanzamiento nos catapultó como una exhalación hacia allí.

Para cuando llegamos, la música se había solidificado y pudimos esculpirla a nuestro antojo. Jugamos con el ruido y lo pintamos de negro vacío con pinceles auditivos y cabezas de viejas estatuas Aztecas. Cuando éstas dejaban de brotar, podíamos ver a lo lejos, muy a lo lejos, el pánico danzante que nos rondaba desde lo alto y amenazaba con atraparnos para siempre. Justo entonces la escultura volvía a música y llorábamos por todo, pero no por cualquier cosa.

No estuvimos días o semanas, cuando formamos parte de todo, no teníamos tiempo para contar, ni tiempo que medir, nada mide, nada es, nadie existe, todo y todos somos todo. Yo quería estar en México, y lo estuve aunque no fuese yo o tú. Vislumbramos todas las respuestas, la verdad, pero no nos interesó. Conversamos con los Dioses en los que no creemos, y sí, los desafiamos. Reímos, lloramos, sentimos todo lo que no se puede sentir y volvimos de repente con las manos vacías. No recordamos la vuelta, o quizás no la queremos recordar. Pasa siempre en los buenos viajes, cuando los recuerdas en la distancia, no te acuerdas del interminable y tedioso camino de vuelta a casa, sino de lo que paso allí.

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