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Categoría: Hechos Reales

Esto no es una poesía

Era una de esas noches, ya sabeís, y cuando llegó a casa, su mujer estaba en la cocina, preparando la cena. En la radio, un gilipollas le cantaba a la soledad.
-¿Cómo te ha ido? -dijo ella en cuanto le vio entrar, bajando el volúmen a la radio.
-Bien -contestó él.
-¿Has conseguido el trabajo?
-Sí. Bueno, es posible. Dijeron que llamarían.
Él la miró en silencio, aguantandole la mirada todo lo que pudo. Al final bajó la vista. Sobre la mesa había un cuenco con naranjas maduras. Una de ellas tenía un golpe y se veía la pulpa a través de la carne. Su mujer le miró y ladeó la cabeza.
-No -dijo él-, no me lo han dado.
Ella trató de sonréir.
-No pasa nada. Tendrás más suerte mañana.
Él asintió, se metió las manos en los bolsillos y miró a su alrededor, trantando de aparentar que todo iba bien. Su mujer volvió a subir la radio y puso una olla en el fuego. Él comenzó a tararear.
-¿Queda cerveza? -preguntó al cabo de un rato.
-Mira en la nevera -dijo ella, mientrás el agua rompía a hervir.
Miró y la nevera estaba vacía. La cerró de golpe y pegó un puñetazo sobre la puerta que resonó como un disparo. Ella cerró los ojos, apretándolos con fuerza durante un instante, luego cogió un cuchillo y una patata y comenzó pelar. Ya había un buen montón junto a la olla. Empezó a hablar muy deprisa.
-No te vas a creer lo que me ha pasado hoy, verás.
-¿Cuánto nos queda? -la interrumpió él-. ¿Cuánto dinero nos queda?
Ella soltó el cuchillo sobre la repisa.
-El suficiente -dijo sin mirarle.
Él se sentó en la mesa de la cocina y cogió una naranja del cuenco. Empezó a pelarla.
-Sabes que haría lo que fuera. Robaría si fuera necesario.
-Cariño, tú no eres un ladrón -dijo ella.
-¡Seré lo que tenga que ser! -dijo él mientrás pelaba la naranja con furía, hundiendo los dedos chorreantes en la pulpa.
-Cariño, por favor.
-Está bien, está bien.
Dejó la naranja a medio pelar sobre la mesa y abrió uno de los armarios. Sacó un cartón de vino blanco. Era el vino que ella usaba para cocinar. Cogió un vaso y lo llenó hasta la mitad. Volvió a sentatarse. Bebió en silencio. Toda la maldita cocina olía a naranjas.
-Mierda, tal vez vuelva a escribir -murmuró, maldiciendo por dentro.
-¿Escribir el qué? -dijo ella, acercandose a la mesa, cogiendo el vaso, dando un trago.
-No sé. Poesía.
-Cariño, tú no eres un poeta -dijo ella dejando el vaso sobre la mesa con un chasquido.
-Ya lo sé -dijo él. Miró a su alrededor, la diminuta habitación donde se encontraban, su diminuta vida apestando a naranjas podridas-. Sé que estó no es precisamente una poesía.
-No importa -dijo ella poniendole una mano en el hombro-. Todo se arreglara, ya lo verás. Nos tenemos el uno al otro.
El asintió y ella le besó en la frente, luego regresó junto al fuego. Él fue hasta la ventana. La abrió. Se asomó al exterior. Vistas a un patio de vecinos. Vistas a ropa interior colgando de una cuerda tendida de lado a lado. Se sentía como si le hubieran hechado encima todo el peso del podrido mundo. Se preguntó por qué seguía ella con él y cuánto duraría está vez. Pensó que tenía que decirle algo, lo que fuera, pero las patatas hervían en la olla, y sentía esa puta presión en el pecho, aplastandole el alma, y era como si nada tuviera mucho sentido.
Joder, sino era una de esas noches.
Datos del Cuento
  • Autor: Osobucoo
  • Código: 22223
  • Fecha: 28-01-2010
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 6.41
  • Votos: 32
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2544
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