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Erik el Grande

Había una vez un hombre tan grande y tan fuerte que se creía el rey del mundo. Por dondequiera que pasara se presentaba como Erik el Grande, y todo el mundo se ponía a sus pies y le agasajaba con todo lo que podían.

Así, Erik el Grande recorrió casi medio mundo, como si fueran sus dominios, mientras se hacía con todo lo que la gente le regalaba.

Un día, Erik llegó a un pueblo en el que solo vivía un hombre mayor con su sobrino huérfano. 

-¿Por qué no sale nadie más a saludarme? Soy Erik el Grande y vengo a honraros con mi presencia.

-Señor, nadie más vive en este pueblo -dijo el anciano-. Solo estamos mi sobrino Fernando y yo.

Fernando, que era un niño muy avispado, miraba a Erik el Grande con curiosidad. No terminaba de entender qué tenía de especial aquel tipo, salvo que era el hombre más grande que otra gente. El visitante despertó sus ganas de hacer travesuras. Su gran tamaño no le intimidaba, sino que le motivaba. Sin embargo, el muchacho se controló, porque no quería que su anciano tío se disgustase.

-¡Eh, tú, muchacho! -llamó Erik-. Tráeme algo de comer y de beber. Llevo mucho tiempo caminando.

El anciano y su sobrino eran gente humilde, pero obsequiaron a Erik con lo mejor que tenían: una sopa de pan viejo que cocía en el puchero y un poco de cecina, todo ello acompañado por un vaso de leche de cabra recién ordeñada.

-¡Esto es todo lo que me ofreces, viejo! -gritó Erik.

A Fernando no le gustó nada la forma que Erik tuvo de hablar a su tío, al que quería con locura, y se le olvidó que había hecho el propósito de no hacer travesuras. 

-Quiero dormir, así que espero que me dejes la mejor cama -dijo Erik, muy enfadado.

El anciano le dejó dormir en su cuarto, en el que no había más que un colchón de lana sobre el suelo.

-Vaya birria de cama -dijo Erik mientras se quitaba las botas para tumbarse.

Fernando le pidió a su tío que durmiera en su cama, ofreciéndose para dormir en el pajar.

Pero Fernando no durmió. Se coló en la habitación donde dormía Erik y se dedicó a colocarle chinches, pulgas y piojos entre la ropa y el pelo. El hombre estaba tan dormido que ni se enteró. 

A la mañana siguiente, Erik despertó lleno de picores y saltando de acá para allá, quitándose la ropa para poder rascarse.

-¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué me habéis hecho?! -gritaba Erik mientras huía de allí despavorido. 

En su huida, Erik se dejó todo lo que había ido atesorando en sus viajes.

-Con esto compraremos un colchón nuevo para ti, querido tío -dijo Fernando.

-El resto lo guardaremos para el futuro, querido sobrino -dijo el anciano.

Y así fue como Erik el Grande recibió una lección. Dicen que todavía no ha sido capaz de eliminar todos los piojos, pulgas y chinches con los que le obsequió el pequeño Fernando, así que nadie más le quiso cerca, por muy grande y fuerte que fuera. Ahora le conocen como Erik el Pulgoso, aunque hay quien prefiere llamarle Erik el Piojoso.

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