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Categoría: Sueños

Era una preciosa tarde de Mayo...

Fuimos a ver ese partido, a mí ni siquiera me apetecía pero a ella le hacía tanta ilusión que… al final me contagió y allí me ves, animando al equipo de su corazón como si la vida se estuviera jugando en ese partido. De repente algo pasó, no sabíamos porqué pero alguien entró en el campo, llamó al árbitro y éste suspendió el partido. Una gran confusión invadió el estadio. Nada había ocurrido ni en las gradas ni el campo para una interrupción así, era una preciosa tarde de Mayo…
¿nada?
Policías y servicios de urgencia de todo tipo empezaron a desalojar las instalaciones. Los comentaristas, en un tono agrio y contenido, comunicaban algo por megafonía, pero nada se entendía. De repente, un señor que escuchaba el partido por la radio daba la noticia a los más cercanos: había una bomba en el estadio, los artificieros la estaban desactivando y no descartaban que hubieran más!!
Comenzamos a salir lo más ordenadamente posible teniendo en cuenta las circunstancias, pero si la cosa no pintaba bien, empeoró. Mi amiga y yo ya estábamos en el aparcamiento (junto a otro grupo de chicas que debían de tener nuestra edad) camino del autobús y entonces ocurrió. No se cómo fue, no sé que coño hicimos, o vimos, o qué; se oyeron disparos, una explosión, gritos, recibí un golpe y cuando desperté estaba en una furgoneta con mi amiga y aquellas chicas, ¡atada!

Después de un tiempo impreciso (sólo sé que ya era de noche) la furgoneta paró y abrieron la puerta de atrás. Una rubia de bote de no más de 25 años con una pistola en la mano y muy mala leche fue desatándonos una a una y llevándonos al interior de lo que parecía ser una casa de campo. Cuando me tocó a mí me sorprendió comprobar que se trataba de la huerta de un amigo de mi hermano (increíble). Eso casi me convenció de que se trataba de una broma de cámara oculta. Pero no, cuando llegué a la habitación observé como una de esas chicas recibía la paliza más brutal que hasta entonces viera, de manos de un hijo puta de unos 30 años.
Después de entrar todas y demostrar que nuestras vidas estaban completamente en sus manos y que les importaba una mierda matarnos o no (de todas formas acababan de volar medio estadio, siete chicas más que menos…) el hijo puta nos explicó “las normas” que debíamos seguir para que existiera una pequeñiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiísima oportunidad de volver a casa: no hablar, no gritar, no llorar, no intentar escapar, ni pedir ayuda, ni mirarles a la cara, ni… - ¿pero alguien podría creerse eso?, ¿de verdad existía alguna?, la verdadera pregunta era ¿porqué estábamos allí? y aún con vida-. A continuación pretendían separarnos de una en una y que pasáramos la noche así. En ese momento, una de las que estábamos allí se levantó, miró a ese cabronazo directamente a los ojos y con una frialdad escalofriante se negó, tachando esa medida de innecesaria, y cruel dadas las circunstancias. Para sorpresa mía y de mi amiga aquella chica fui yo. Y él no me disparó, ni me pegó ni nada. Sólo me devolvió la mirada para seguidamente recorrerme con sus ojos y después de examinar que no me echaba atrás, soltar una pequeña sonrisa en plan “que par de huevos más bien puestos tienes nena” y accedió a mi demanda. Todas estaban presenciando esta situación como quien espera que suene el despertador para volver a encontrarse entre las sábanas, todas menos yo que aún me pregunto quién me poseyó en aquellos momentos…

Nos dieron de cenar, apagaron la luz y nos dejaron solas, amarradas al mobiliario de la habitación. Ellos supongo que se marcharon a dormir.
No nos permitieron ver la televisión para enterarnos de qué estaba sucediendo en aquellos momentos. ¿Habían muertos, heridos?, ¿los habían identificado, los buscaban?, ¿NOS buscaban? A mi amiga y a mí no, desde luego. Nadie sabía que estábamos en el partido.
No podíamos dormir, estábamos aterrorizadas. Serían eso de las 5 de la madrugada cuando un coche aparcó y entraron, borrachos como ellos solos, mi hermano y su amigo. Quizás venían a dormir la mona, no se. Me desaté como pude y salí a avisarles o a saber a qué. Llegué y conseguí tirar detrás del sofá a mi hermano antes de que él entrase. Les pegó un tiro a su amigo y a otro que entraba por la puerta en ese momento. Iba a ver si había alguien más pero lo distraje aún no se cómo y me llevó con él para esconder el coche. Yo conducía (aunque era mi primera vez) y él me apuntaba con el arma mientras me indicaba donde debía esconder el coche. Parecía que iba con un amigo por la forma de hablarle, un amigo de esos bordes y pesados pero amigo al fin y al cabo. Por el camino vi el coche de mi hermano apartado en la cuneta. Cuando volvimos, el cadáver de mi hermano yacía con los otros y la rubia de bote le explicó que lo encontró intentando escapar. Me volvió a encerrar (esta vez sola, en el cuarto de baño) y tornó la calma.

Una eternidad después se escuchó un disparo y nada más. Otra eternidad más tarde oí pasos, los gritos aterrorizados de las otras y sobre ellos, los de mi amiga; otra vez pasos (esta vez acompañados de quejidos silenciados) y la puerta del baño en el que me encontraba.
- Vamos niña, tengo faena para ti y tu amiga. Será especialmente agradable para ti, no lo dudes.
Nos condujo a la salita donde el cuerpo de la rubia se sumaba a la pila de cadáveres que se estaba formando sobre la alfombra, separó a dos de ellos (uno el de mi hermano) y nos ordenó descuartizarlos. – el morenito para ti, niña, y trátalo bien que es de la familia. Y así, bajo su atenta supervisión empezamos a cortarles, empezando por los dedos. No veía nada, no era consciente de mis actos, solo sentía una furia en mi interior que no paraba de crecer. Las otras chicas empezaron a armar alboroto en la habitación y fue a ver qué ocurría, con previo aviso de que las mataría a todas si intentábamos hacer “algo”. En ese momento busqué en los pantalones de mi hermano, saqué las llaves del coche, le indiqué donde se encontraba y le pedí a mi amiga que en cuanto tuviera una pequeña posibilidad, sacara a las otras de allí y pidiera ayuda lo más rápido posible. Mi mirada no daba lugar a réplica. En ese momento volvió, me miró y la volvió a llevar al cuarto, con las otras. Después intentó llevarme al baño para amarrarme de nuevo pero me revolví e intenté clavarle el cuchillo con el que había mutilado el brazo de aquel trozo de carne tan familiar. Ese jaleo fue la señal para Miriam (que ya había desatado a las otras con un cúter que había encontrado debajo de la cama) salieron por la ventana, llegaron hasta el coche y huyeron en busca de ayuda. Entre tanto me desarmó y se volvió a reír. Me ató a su cama y fue a comprobar cómo andaban las cosas en el ala sur. Al darse cuenta de la fuga, me golpeó dejándome inconsciente y ...
Datos del Cuento
  • Autor: lilu
  • Código: 10436
  • Fecha: 12-08-2004
  • Categoría: Sueños
  • Media: 5.52
  • Votos: 71
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1436
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