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Ensayo sobre el amor

Ensayo sobre el amor

-El amor –dice ella-, es lo más grande que te puede pasar en la vida.
O algo así, tú ya me entiendes. Y yo pienso “Mierda, otra vez no”. Pero no hay nada que hacer. Es sábado por la noche y estamos sentados en un rincón, en un garito de rock, o que aspira a serlo, bebiendo unas cervezas, y, hasta hace un segundo, había más gente sentada en esta mesa, puedo jurarlo. Sin embargo, todos se han esfumado. Así que aquí estamos, Miss Ojos Azules y yo, hablando sobre el amor.
-El amor… -sigue ella-, es como… como… no se puede explicar.
-Ya… -digo yo, y trató de no pensar en nada, o sí, pero no en eso. Y me bebo un tercio de cerveza en tres minutos y cuarenta y cinco segundos. Y fumo dos paquetes de tabaco al día. Y no la miró a los ojos. No la miraría a los ojos ni aunque me encañonaran con una escopeta.
-¿Tú crees en el amor? –susurra ella, y entonces se me hace un poco más difícil no mirarla. Pero sé que sí lo hago estoy perdido, así que enciendo un cigarrillo, y miró las luces de colores en el techo del local, y me pregunto de quién será la canción que está sonando en este momento, y qué coño le ha pasado a la música en estos últimos veinte años, y si, sea lo que sea, de algún modo, no será culpa nuestra…
-Javi, ¿me estás escuchando? –dice ella, y frunce las cejas, porque no creo que este acostumbrada a que los tíos no la escuchen. No, no lo creo.
-Bueno… -digo yo.
-¿Qué? Venga, di. ¿Crees en el amor?
-No estoy seguro.
-¿No estás seguro? ¿Y eso que significa?
-Bueno, creo que existe alguna clase de amor. No tiene más remedio que existir. Hay amor en los anuncios de perfume y las portadas de las revistas y en el cine. Oyes a la gente hablar sobre él cada día: “El amor, oh, el amor…”. Mi casera pesa ciento cuarenta kilos y suda dos litros y medio de amor al día…
-¿Qué?
-Mira, lo que quiero decir es que hay amor hasta en la sopa, o eso se supone, pero yo no lo he visto. Así que he llegado a la conclusión de que no hay amor aquí, no para mí –y entonces, sin venir a cuento, digo-… y, seguramente, tampoco para ti.
Ella me mira muy seria durante un segundo. Luego, se recompone y sonríe.
-¿Y por qué crees eso?
-Mira –digo yo-, mejor olvídalo. No he dicho nada.
-No, quiero que me expliques porque no crees yo pueda encontrar el amor.
Hay que ver como es la gente, en serio. Mirad a esta chica. Ya no lo preocupa tanto el AMOR en general, ahora solo tiene oídos para su pequeño amor particular. Y así con todo.
-Mira, no se trata de ti, ni de mí, ni de nadie –suspiró yo-. A lo mejor, al final, no creo en el amor, solo eso, no estoy seguro.
-¿Ah, no?
-Mira, no estoy seguro, ¿vale? Sé que hay amores platónicos, amores frustrados (de esos hay muchos), hay amores propios y amor al arte. Y quizá sí, haya AMOR, pero solo para quienes lo merecen, solo para los elegidos que pueden pagarlo, para los dioses griegos, para las modelos de ropa interior, hay amor para los ojos azules y las sonrisas del millón de dólares, hay amor para los triunfadores, pero no hay amor aquí, no para mí. Eso es todo.
-Ni para mí, ¿no es eso?
-Mira, no sé porque he dicho eso. A veces habló sin pensar. Me caí de pequeño y me di contra un bordillo.
-Eso lo explica todo –dice ella levantándose.
-Oye, vamos a tomarnos otra cerveza…
-Adiós, Javi, ya nos veremos.
Y se va. Y yo pienso: Muy bien, Javi, muy bien. Sigue así, campeón, y muy pronto le pondrás nombre a tu mano derecha y podréis vivir felices y comer perdices hasta que te vuelvas completamente loco y todo esto deje de tener importancia.
Pero bueno, la vida sigue, así que al cabo de un rato yo también me levanto y me voy a casa y escribo esto y me sorprendo pensando que, al final, a lo mejor sí que hay amor. Cómo hay dolor. Como hay esta sensación de que la vida se te escapa, de que el cielo se hunde, como hay suspiros que parecen balas y mentiras que, a veces, nos gustaría creer.
Pero luego me digo que no, que todo esto no es más que palabrería vacía. El problema no es que yo no crea en el amor. El problema es que creo solo en una clase concreta de amor. Una clase determinada, que se ajusta a unas medidas especificas, no espirituales ni nada de eso, sino más bien del tipo 60-90-60. Porque esa es la única verdad que conozco sobre el amor, la única certeza que tengo: te enamoras de quien no puedes tener. Si esa chica del bar hubiera sido normalita, un poco gorda, simpática o lo que tú quieras, pero feucha, terrenal, una más, quizá hubiera podido haber algo entre nosotros, quién sabe. Pero entonces yo no le hubiera hecho mucho caso. Y seguramente a esa chica, con sus ojos azules y todo, le pase igual, sé de lo que hablo.
En conclusión, que soy idiota, superficial, un poco machista, y me quejó por gusto. Pero todo el mundo es así, le guste o no. Como escribió aquel “el perro sigue al perro al estuario…” y nadie consigue nunca lo que busca.
Y eso es todo.
Datos del Cuento
  • Autor: Bestia
  • Código: 22593
  • Fecha: 05-04-2010
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 5.07
  • Votos: 60
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3634
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