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Enrique, el miedica

Enrique era un niño muy miedica. Era tan miedica que por las noches no era capaz de dormir con la luz apagada ni de oír historias de fantasmas.

Una noche, su hermano Juan quiso gastarle una broma, así que cogió una sábana, le hizo dos agujeritos para los ojos y se disfrazó de fantasma para asustar a su hermano.

-¡Enriiiiiiqueeeee!!!! ¡Soy el fantaaasma de la noooooche!!! ¡Veeeengo a por tiiii!!! -dijo Juan, con voz tétrica y fantasmal.

Enrique pegó un salto de la cama y salió corriendo a la habitación de sus padres muerto de miedo, como era costumbre.

-¡Enrique! ¡Los fantasmas no existen! ¡Es tu hermano Juan gastándote una broma! -le dijeron sus padres.

Y Juan, que a veces se pasaba de graciosillo asustando a su hermano, recibía su castigo como era habitual.

-Juan, ¡estás castigado! ¡Ya está bien de fastidiar! -dijeron sus padres, muy enfadados.

Pero a Juan le daba igual y siempre volvía a hacerlo. Enrique lo pasaba fatal.

Enrique estaba tan harto de que su hermano Juan le gastase esas bromas que quiso darle una lección. Con la ayuda de unos amigos preparó un plan.

Entre todos, grabaron un montón de voces y vídeos de miedo y, cuando Juan estuviera tranquilo en casa, le gastarían una broma para que supiera lo mal que se pasa.

Y así fue. Cuando Juan creía estar solo en casa, Enrique y sus amigos estaban escondidos por toda la casa. Aunque Juan no solía tenerle miedo a nada, ese día le dieron un susto horrible.

Empezaron a sonar unas voces por toda la casa y, de repente, todas las televisiones se encendían y apagaban solas. Eran Enrique y sus amigos lo manejando todo con mandos a distancia.

-¡¡¡¡Juaaaaaaan!!! Los fantaaaaasmas sí existen! ¡Y estamos en tu casa para llevarte al mundo de los fantasmaaaaas! -dijeron las voces mientras todas las luces y aparatos de la casa se encendían y apagaban.

Juan no había pasado tanto miedo en su vida, así que se puso a llorar como un niño pequeño, hasta que por fin, su hermano Enrique acabó con la broma.

-¿Has sido tu? ¿Tienes idea del miedo que he pasado? -le gritó Juan a su hermano.

En ese momento, Juan se dio cuenta de que el miedo que él había pasado ese día era el mismo miedo que pasaba Enrique cuando le gastaba esas bromas de fantasmas. Desde entonces, Juan entendió que bromear es divertido, pero que no hay que pasarse tanto ni fastidiar de esa manera a los demás.

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