Lo encontraba cada mañana camino de la escuela. Me saludaba tocando el ala de su sombrero con un leve gesto y seguía su camino con paso lento. De vez en cuando el hombre se agachaba y recogía algo del suelo. Así un día tras otro.
Una mañana movida por la curiosidad me atreví a preguntarle.
-¿Qué recoge del suelo?-.
-Palabras, muchas palabras se pierden. Caen de las bocas como hojas secas, marchitas, ajadas, dichas sin ton ni son. Recojo las que merecen la pena antes de que las pisoteen. A algunas les faltan letras. Los perros callejeros las muerden sin saber que no es un alimento para ellos. Donde encuentro las palabras más hermosas es en el parque, las pierden los niños jugando o los enamorados entre beso y beso.-
Se alejó despacio y yo entré en la escuela, me esperaban mis alumnos, estabamos en época de exámenes.
Aquella noche me quedé dormida sobre los cuardenos que estaba corrigiendo. Cuando desperté el diccionario estaba caido en el suelo. Al recogerlo unas cuantas palabras escaparon de sus páginas, revoloteron unos instantes por la habitación como plumas de palomas hasta salir por la ventana.
Mañana tendrá más palabras para recoger, pensé acordándome de lo que me había dicho el hombre y me fui a la cama.
Estuve varios días sin encontrarme con el hombre hasta que un lunes apareció. Su andar era más lento y su rostro estaba demacrado. Se acercó a mí y saludándome con su gesto elegante me dijo:
- He estado enfermo. Los médicos no sabían cómo tratarme, decían que era una enfermedad rara. Yo creo que he tenido "palabritis" aguda-.
Que tal amiga Lebana, que de tiempos sin entrar en contacto con buscacuentos. Reciba mi felicitaciòn por este cuento; lo ingenioso y lo breve me conduce al camino de la reflexiòn... Cuantos de nuestros abuelos tendràn su baùl lleno de palabras que nadie pronuncia y que aquel señor de su cuento no tuvo tiempo de recoger. Salvemos y rescatemos esas a las amigas palabras del desuso y el olvido. Gracias por su creatividad. Alejandro