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El viejo en el sillón de madera

El anciano se mecía suavemente mientras escuchaba la dulce melodía de las gotas de lluvia que golpeaban el zinc de la antigua mansión. La luz de los rayos lamía el cielo con furor y el estruendo de los truenos de adueñaban de aquella noche de poesía.

A veces el viento soplaba con fuerza, golpeando los árboles sin misericordia, desgarrando algunas ramas y tummbando los frutos de aquella galería de árboles que adornaban el amplio patio.

El aroma del café nocturno invadía la casona. En la cocina la vieja Altagracia disfrutaba de su cotidiana taza de café prieto. Estaba un poco nerviosa. Esa noche la hacía recordar la tragedia de su hijo y de su esposo. Trataba de no pensar en aquella horrible experiencia, pero su cerebro insistía en volver a pasar aquella película por su mente.

El viento aumentaba su fuerza, se podía escuchar el zumbido ensordesedor, el viejo permanecía inmóvil, su vista se perdía en la lejanía. Podía escuchar el ruido endemoniado del río que estaba a punto de reventar. La luz de un rayo alumbró su rostro pálido, su barba blanca, su piel arrugada.

La anciana continuaba en la cocina. Estaba muy nerviosa. Rezaba en voz baja. Lamentaba no haber abandonado la casa a tiempo. Ahora debía pasar el temporal en la vieja casona. Rogaba a Dios y a la virgencita que la vieja estructura resistiera los vientos.

Un trueno entremecedor la asustó y corrió al cuarto dormitorio. Allí tomó la foto de su amado hijo y de su esposo. Diez años habian pasado desde que el río los arrastró durante el pasado huracán. Recordaba sus ruegos para que abandonaran la casa. Pero don Alfredo se negó, temía que los vándolos le robaran.

Recordaba cuando salieron bajo un fuerte aguacero, el viento comenzaba a incrementar su fuerza. Llegaron al río, era un río de poco cauce, pero cuando crecía se convertía en un brazo de mar.

Padre e hijo comenzaron a pasar. La mujer permanecía en la orilla esperando que su marido regresara a buscarla. Pero ese momento nunca llegó,
un golpe repentino del río los arrastró. Cuando los encontraron apenas se podían identificar.

Ahora besaba el retrato mientras que una hilera de lágrimas corría por sus mejillas. Un nudo se apoderó de su garganta.
Afuera seguí el viejo inmóvil. Vigilaba la noche, vigilaba los vientos. La lluvia penetraba al balcón, pero él permanecía seco. Ni los vientos, ni los truenos, ni los relámpagos, ni la lluvia lo inmutaba. Permanecía mirando fíjamente hacia el horizonte, escuchaba el ruido ensordesedor del río cuyas aguas ya habían cubierto la llanura.

La anciana moría del miedo. Aquella soledad la consumía. Era algo que no podía evitar. Se aferraba al cuadro de la virgen y a la foto de su familia. De vez en cuando moraba por la ventanilla de la sala. Estaba sola, pero sentía la presencia de alguien. Podía escuchar el ruido del sillón. No era la primera vez, pues siempre en las noches de lluvia percibía que alguien estaba en la casona.

Un trueno enorme la sacó de sus pensamientos. Pudo sentir el ruido de un árbol que cayó sobre la cocina. Sintió la presencia de la muerte y se desmayó.

El día devoró la noche y el temporal había calmado su furia. El sol salió victorioso y la vieja salió al balcón. Miró alrededor y pudo observar la destrucción, la cocina había sido destruida por un enorme árbol que cayó sobre ella.

Se movió al sillón de madera. Era curioso estaba en el mismo sitio en el que lo había colocado y estaba seco. Su mirada quedó fijada en él. Un sonrisa dibujó sus labios. Ella caminó hacia la puerta de entrada y cuando dio la espalda escuchó el ruido del sillón que se movía suavemente.
Datos del Cuento
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1 comentarios. Página 1 de 1
Serena
invitado-Serena 10-09-2007 00:00:00

Vaya, creí que ella moriría, aunque es un poco fantasioso ^^, pero es lindo

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