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El último ruido

—María, tranquilízate por favor.

—Ya estoy harta, me paso el día sola, acompaño a los niños arriba y abajo, te lavo los calzoncillos, te plancho las camisas, te llevo los pantalones a la tintorería, recojo el baño cuando te duchas y lo dejas lleno de pelos, de ropa sucia, la toalla en el suelo, ¡y tú sólo sabes decirme mentiras y ponerme cuernos! —dijo ella con un tono amenazador.

—Te juro que nunca te he engañado, pero, ya sabes, el trabajo me obliga a estar muchas horas fuera de casa, he de llevar a los clientes a cenar para tenerlos contentos… —murmuró él.

—No quiero oírte más. Esta cantinela ya la he oído demasiadas veces. Ya hace demasiado tiempo que ni siquiera hacemos el amor, ya ni recuerdo la última vez que me diste un beso. Además, cuando llegas por la noche tengo que soportar el olor del perfume de tu amante… ¡No soporto más esta situación, basta de mentiras, quiero que te vayas de casa, que nos dejes tranquilos! Si no lo haces tú, cualquier día te encuentras las maletas en la calle —dijo ella, entre gritos y lágrimas.

—María no me amenaces, no pienso irme a ninguna parte. Si me echas soy capaz de hacer un disparate —le respondió chillando.

Entonces se oyó un golpe muy fuerte, después otro, y una especie de estrépito, los niños que lloraban y una voz que no supe identificar que les calmaba. Después silencio, quietud, demasiada quietud, casi me producía escalofríos. Me levanté de la cama y acerqué el oído a la pared. Llegaban pequeños ruidos, como si arrastrasen algo; los ruidos poco a poco fueron alejándose y volvió el silencio.
Miré el reloj, eran las tres de la madrugada. Volví a la cama, tenía que levantarme a las siete y estaba agotada. Comencé a analizar la situación, ya hacía demasiado tiempo que duraba; cada noche gritos, lloros, reproches. Este último año había sido un infierno, había intentado ponerme tapones en los oídos, pero no funcionaba, porque inconscientemente quería oír lo que decían. También había intentado ir a su casa y pedirles que no hiciesen tanto jaleo, pero no había servido de nada. La situación se estaba haciendo insoportable, si continuaba este tormento avisaría a la policía.
Cuando casi me había dormido, unas sirenas persistentes me hicieron abrir unos ojos como platos. Fui al balcón. Abajo había dos coches de policía y una ambulancia. Me vestí y bajé a curiosear.
De la escalera de al lado se llevaban a una mujer esposada; cerca de ella había una litera con un cuerpo tapado de pies a cabeza. Alguien se llevaba dos niños que lloriqueaban.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Empecé a atar cabos, ¡que experiencia más horrorosa! ¿Qué puede provocar que una mujer enloquezca de tal forma que acabe matando a su marido?
Subí a mi casa, me tomé una infusión bien caliente y me fui a la cama. De pronto percibí que mi boca dibujaba una media sonrisa y me descubrí pensando: “¡Ya no habrá más ruidos, por fin podré dormir!”
Datos del Cuento
  • Categoría: Sin Clasificar
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