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El último baile

Pasó ya mucho tiempo y no recuerdo lo que me llevó a estar aquella noche, en aquel mágico bar de esta inmunda Buenos Aires. Debo aclarar que digo inmunda en honor a la verdad, pero no en concordancia con mis sentimientos, que, siendo profundos (al menos hacia esta, mi ciudad natal), no me impiden mirar con objetividad....o al menos eso es lo que siempre creí.
De cualquier forma, yo estaba allí. La noche había extendido sus brazos hacía unas horas, o quizás unos años. Ahora no importa porque igual, que yo sepa, no los volvió a retirar aún.
Recuerdo que tomé un café porque siempre tomo café en los bares. No así en mi casa, donde elijo prepararme un te. Cosa extraña: mientras escribo estas líneas, movida por quién sabe qué propósitos, tomo café. Ahora que lo pienso....no, no importa.
Recuerdo, también (y cómo olvidarlo), que una chica cantaba canciones melosas, de moda, luciendo una voz destacada. Me gustaba sorber mi café mientras la escuchaba y me dedicaba sencillamente a pensar en nada.
Pero ese no es el punto de este relato (si puede llamarse así). El punto, es que en determinado momento...no, no fue un "momento determinado", fue exactamente cuando la cantante comenzaba a entonar los primeros acordes de una canción de no se quién, titulada "Killing me softly". Me gustaba mucho esa canción...y en ese momento, una pareja se adelantó entre las mesas para bailar. Las incontables primaveras que habían vivido se quedaron en las sillas de donde se habían levantado, y, como si fuera lo más natural, se abrazaron y bailaron.
Aunque parezca trivial, esta actitud no es común de apreciar en cualquier bar de Buenos Aires, sólo se presencia en lugares destinados a tal fin, y este no era uno de ellos. Y me pareció bellísimamente raro. Bello porque la muerte inminente de sus cuerpos no había alcanzado sus miradas. Raro porque los argentinos solemos detenernos a pensar diferentes cosas que podría decir la gente respecto de nuestros actos, y tememos a las miradas que los demás puedan propinarnos. Pero claro, en realidad ahora no me parece raro: un último baile, se baila y punto. El mundo debe apreciarlo y callar. No tengo razones para pensar que ellos ignoraban esta verdad.
Como ya lo dije, la muerte acechaba sus cuerpos, pero no sus miradas. Estas reflejaban un brillo que, aunque opaco, estaba cargado de vida. La vida pasada. Se me presentó entonces como escenas desconexas....
...la lluvia se deslizaba por los aires de Buenos Aires, y ella corría. No podía sentirla. En su mente y en su vientre joven danzaban razones más que importantes como para prestar atención al frío o al agua que le estiraba los cabellos. No había nadie en la calle, quizás era domingo, o quizás era yo quien la veía sólo a ella. De pronto se encuentra con él. Ríen. Se miran. Se encienden con la sensualidad de los jóvenes cuerpos empapados, con la ropa pegada. Hablan y se abrazan. Saltan, bailan...
...el living se oscurecía lentamente con el correr de las horas. Una mujer madura ya, sentada en un viejo silloncito, retorcía las manos en el delantal que llevaba puesto. En su rostro, la ansiedad. En el cenicero, un cigarrillo consumiéndose, vocero y compañero eficaz del reloj de péndulo, que enloquecía con su eterno tic, tac, tic, tac. El marido llega, al fin, cansado, abatido, con su impermeable gris (llovía ese día). No dice nada...pero no hay mucho que decir. Su mujer lo mira suplicante sin dejar de retorcerse las manos en el delantal. Él no la mira, y ella, que ahora comprende, baja la mirada. No dice nada. No hay mucho que decir...
...la radio anuncia a viva voz la asunción al gobierno de los radicales, y con ellos la democracia. Y en el living oscurecido, la señora, un poco más vieja (y más callada), teje y desteje, ausente, al compás del tic, tac, tic, tac. Su marido lee el diario en un sillón próximo, o hace que lee...o quisiera leer y no puede, no quiere, qué le importa...a quién le importa. Ya pasó, todo pasó...
Bailan y se abrazan, despacio, con dificultad. No se miran ni se detienen. La torpeza de sus cuerpos envejecidos, cansados, abrumados, no los detienen. Y se abrazan, y dan una vuelta. En un momento él sonríe y le dice algo a un músico. Éste también sonríe.
La luz tenue los acaricia apenas, y como sombras, se desvanecen, y reaparecen, y rotan, y se miran...pareciera que por primera vez. Y ya no hay bar, no hay música, ni cuerpos, ni miradas tiernas y condescendientes sobre ellos. Sólo se miran, y en realidad, no sé porque me significa tanto. Debe ser porque aún recuerdo el escalofrío, o a aquella alma que me abandonó en ese momento y que aún no ha vuelto, al menos que yo sepa...
Él la toma de la mano en el último compás, y se la lleva afuera. No dudan, no vuelven a buscar un abrigo o una cartera. Tampoco se miran ni se hablan. Tampoco se apuran.
Los seguí con la mirada mientras se alejaban tomados de la mano. Un llovizna fresca comenzó a repicar afuera. Y nunca supe nada más de ellos, ni quise saberlo, ni regresé al bar. Pasó mucho tiempo, y ya olvidé que fue lo que me movió a escribir estas líneas...
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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