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El susto de Paulo

Paulo era un niño muy amable y generoso que disfrutaba ayudando a los demás. El problema es que Paulo se portaba igual con todo el mundo, conocido o desconocido, y eso tenía muy preocupada a su mamá. 

-Paulo, no hables con desconocidos -le decía todos los días su mamá-. Un día de estos vas a darnos un susto.

Paulo no entendía qué mal había en ayudar a la gente, aunque no les conociera, así que él seguía a lo suyo.

Además, a Paulo le gustaba mucho hablar de sus cosas, presumir de lo que tenía y contar qué hacía. 

-Paulo, no puedes ir contándole a todo el mundo las cosas de casa -le decía su madre una y otra vez-. Cualquier día tenemos un disgusto.

Paulo no entendía qué mal podía hacer hablando con la gente, que también le contaba cosas interesantes sobre su vida, así que él no hacía caso y seguía charlando con unos y con otros.

Una mañana, mientras caminaba por la calle en dirección a la escuela, una anciana llamó al Paulo.

-Ven, muchacho, ayúdame, por favor. Se me ha subido el gato al armario de la cocina y no puedo bajarlo. Vivo a la vuelta de la esquina. 

Paulo no dudó un instante en ayudar a la pobre anciana y la siguió. Pero antes de llegar a la casa de la señora un coche se paró delante de él. Alguien abrió la puerta y la anciana lo metió dentro de un empujón. 

Paulo estaba desconcertado. No le había dado tiempo a entender lo que pasaba cuando vio cómo la supuesta anciana se quitaba la peluca y las gafas para descubrir que era una mujer algo mayor que sus padres.

-¿Te acuerdas de mí? -dijo.

-Sí -dijo Paulo-. Hace unos días la vi en el parque. La estuve ayudando a recoger unos libros que se le habían caído.

-Sí, pequeño, y me contaste muchas cosas -dijo la señora-. Por eso sé que tus padres no están en casa a esta hora y que llevas las llaves en la mochila. Ahora mismo vamos a ir a tu casa y vas a llevarme al lugar donde tu madre esconde las joyas que, si no recuerdo mal, están en un cajón de su armario.

-¡De eso nada! -gritó Paulo.

-Si no haces lo que te decimos lo lamentarás -djio la señora-. Te llevaremos con nosotros y pediremos un rescate a tus padres.

Paulo decidió ir a casa e intentar salir corriendo aprovechando un despiste de los ladrones. Pero cuando salieron del coche lo llevaban tan bien sujeto que a Paulo le fue imposible huir.

El niño sacó con parsimonia las llaves de casa de la mochila, esperando a ver si alguien lo veía. Pero a esa hora no había nadie en el barrio. Y los ladrones lo sabían, porque Paulo se lo había contado.

-¡Vamos, chaval, que no tenemos todo el día! -dijo la señora.

Muy atemorizado, Paulo se acercó a la puerta para meter la llave. Pero justo en ese momento la puerta se abrió. Y allí estaban su padre y su madre, blandiendo sendos bates de beisbol.

-Iros corriendo todo lo rápido que podáis si no queréis probar mi bate -dijo muy enfadado.

Los ladrones salieron corriendo como alma que lleva el diablo.

-Papá, hay que llamar a la policía -dijo Paulo-. Esas personas….

-Esas personas eran actores que hemos contratado para darte un susto -dijo su padre-. Espero que hayas aprendido la lección. Vamos, que te llevo al colegio. 

-Me he llevado un susto de muerte -dijo Paulo.

-¿Ah, sí? Sabes que te lo podías haber ahorrado obedeciendo, ¿verdad? -dijo su madre.

-No volveré a desobedecer, os lo prometo -dijo Paulo.

Esa fue la última vez que Paulo se fue con un extraño, por muy indefenso que pareciera. Así aprendió que las cosas no siempre son lo que parecen.

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