Había una vez un reino donde nunca salía el sol. Una bruja malvada lo había cogido y metido en una botella. Lo tenía encima de la chimenea de su castillo alumbrando toda la estancia. Solo lo perdía de vista cuando salía a dar un paseo con su escoba a vigilar a los demás habitantes del reino. Todos los aldeanos estaban consternados, pues necesitaban el sol para hacer crecer la siembra y para que los árboles dieran fruto. Reunido en un escondrijo estaban Tate y sus amigos planeando la forma de recuperar el sol, al día siguiente pondrían en marcha su plan.

Tate fue a hablar con las estrellas, tenía que convencerlas para que se juntaran todas bien apretaditas y brillaran lo más fuerte que pudieran. La bruja cogió su escoba y salió como siempre a dar su paseo, pero algo llamó su atención. Una luz muy brillante se levantaba en el horizonte y la bruja pensó que el sol había conseguido escapasr y corrió a atraparlo. Mientras Tate entraba por una estrecha ventana del castillo buscando la botella. La encontró e intentó abrirla pero el tapón estaba atascado. La bruja se cansó de perseguir al supuesto sol y entonces fue cuando se dió cuenta de que solo eran un montón de estrellas tomándole el pelo. Voló en su escoba rápido al castillo. Cuando llegó Tate aun no había conseguido abrir el frasco. Estaba a punto de hacerlo cuando la bruja se lo quitó de un manotazo y el tapón saltó por los aires. El sol se liberó y fue creciendo, creciento, abrió la boca y se tragó a la bruja. Salió el sol del castillo rompiendo el tejado y voló hacia el cielo para ponerse en su sitio. La felicidad inundó los corazones de todos los habitantes de aquel país y de la tierra nació la cosecha de trigo dorado como el mismo sol.