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El policía de Villafelices

Había una vez un lugar llamado Villafelices, un pequeño pueblo en el que no se consentía a nadie perturbar la paz de los demás. Eso era cosa de Severín, el policía, que metía en el calabozo durante unos cuantos días a todo el que intentaba molestar a los demás. Con los delincuentes Don Severín no se andaba con miramientos, y los mandaba derechitos a la cárcel.

Un día Don Severín se puso enfermo, pero aún así siguió trabajando. El médico lo visitó en la comisaría.

-Don Severín, tienes que descansar un poco -le dijo el médico-. Trabajas casi todo el día y estás constantemente enfadado. Eso no es bueno para tu salud.

-Lo sé, doctor, pero es que cada vez tengo más trabajo -dijo Don Severín-. Cuanto más pasan los años más delitos hay y peor se portan los ciudadanos. ¡Es que no aprenden! ¡Saben de sobra que en Villafelices hay que ser un ciudadano modelo, o si no…!

-Tranquilo, Don Severín, que ya te estás empezando a poner nervioso -le interrumpió el doctor-. Mañana hablaré con el alcalde para que contrate un sustituto mientras te recuperas.

-¡No, no! -gritó Don Severín-. ¡Lo echará todo a perder! Traerán a alguien con métodos modernos y esto será un caos. Aquí solo vale la mano dura.

-Le insistiré al alcalde con tus quejas -dijo el doctor-. Ahora, descansa.

El doctor fue a ver al alcalde y le contó lo que ocurría.

-Don Severín debe hacer reposo -dijo el doctor-. Está muy enfermo. Si no descansa no se recuperará nunca. Hay que buscar a alguien que haga su trabajo.

El alcalde accedió a contratar a un nuevo policía. Pero nadie quería trabajar en Villafelices, porque era de sobra conocido cómo habían aumentado los problemas en el pueblo en los últimos años. Solo un joven policía accedió a trabajar allí.

A Don Severín no le pareció bien que una persona tan joven ocupara su puesto, pero no le quedó otra, porque el médico lo encerró en su casa y se guardó la llave para que no pudiera salir a no ser que él mismo fuera a buscarle.

Pasadas dos semanas Don Severín se recuperó y pudo salir a patrullar. Cuál fue su sorpresa al ver que todo estaba tranquilo, que los calabozos estaban vacíos y que los delincuentes que había detenido estaban trabajando alegremente arreglando los jardines y las aceras.

-¿Qué ha pasado aquí? -preguntó Don Severín al doctor. 

-Esto es cosa del nuevo policía -dijo el doctor-. El muchacho se ha dedicado a hablar con la gente, a intentar entender sus problemas y a ayudarles a buscar soluciones que no molesten a los demás. A los presos les ha cambiado la pena de cárcel por trabajos comunitarios. Ahora esto es una ciudad tranquila, limpia y arreglada. 

Don Severín se dio cuenta que la mano dura solo empeora las cosas y que hablando es más fácil conseguir que la gente entre en razón para que todo el mundo sea más feliz.

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