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El paso de cebra

Manolín tenía muchas ganas de ir solo al colegio, pero su madre se empeñaba en llevarlo de la mano todos los días. Pero a Manolín no le gustaba nada que su madre lo llevara así, y se pasaba todo el camino intentando soltarse de la mano de su madre.

-La calle es peligrosa, Manolín -le decía su madre-. Tienes que aprender primero por dónde hay que caminar y en qué lugares hay que cruzar.

Pero a Manolín le daba lo mismo. Él solo se preocupaba de ver cómo soltarse de su madre.

Un día, en el colegio, a Manolín le explicaron que para cruzar la calle había que usar el paso de cebra. Pero fue lo único que entendió Manolín, porque enseguida empezó a pensar en decirle a su madre que ya no necesitaba que lo acompañara porque ya sabía cómo cruzar la calle.

Pero cuando llegó a casa Manolín se dio cuenta de que no sabía cómo era eso del paso de cebra, así que se puso a investigar en Internet. 

-Aquí está -dijo Manolín-. Acabo de descubrir cómo es el paso de cebra.

Manolín se fue corriendo a buscar a su madre.

-Mamá, ya sé que para cruzar hay que usar el paso de cebra, así que ya no hace falta que me acompañes. Yo iré por la parte interior de la acera y, cuando cruce, usaré el famoso paso de cebra.

-Está bien, esto es lo que vamos a hacer. Yo iré detrás de ti y comprobaré que ya sabes ir solo por la calle y que cruzas bien. Si es así te dejaré ir solo al colegio.

Manolín se frotó las manos de contento pensando que, por fin, podría ir al colegio como los niños mayores.

Ya en la calle, Manolín empezó a caminar. Estaba un poco nervioso porque, aunque sabía que su madre estaba detrás, en el fondo estaba un poco asustado. 

Cuando llegó el momento de cruzar, Manolín se puso a cuatro patas y…

-¿Dónde vas? ¡Para ahí ahora mismo! -dijo la madre de Manolín-. ¿Qué haces?

-Voy a cruzar a paso de cebra -dijo Manolín-. He buscado en Internet y he visto que las cebras caminan a cuatro patas, como los caballos.

-Pero esto no funciona así -dijo la madre de Manolín-. Hay que cruzar por el paso de cebra, no a paso de cebra.

-¿Cómo? -preguntó Manolín, confundido-. Pensé que usar el paso de cebra era caminar como las cebras.

-Ay, hijo, si escucharas más, qué bien nos iría a todos -dijo su madre.

-Lo siento, mamá -se disculpó Manolín-. Pero, ¿dónde están los pasos de cebra? ¿No tendremos que caminar por donde caminan las cebras, ¿verdad? Porque yo no pienso ir por ahí.

-¡Qué manera de complicarlo todo, hijo! -exclamó la madre de Manolín-. A ver, piensa un momento. ¿Qué tienen las cebras de particular?

-No sé, ¿rayas? -dijo Manolín.

-Perfecto, hijo, rayas blancas y negras -dijo la madre de Manolín-. ¿Ves algo a rayas en la calle?

-Ay, mamá, pues claro -dijo Manolín-. Todos los días pasamos por encima de un montón de rayas cuando cruzamos de acera. ¡Espera! ¡A eso es a lo que se llama un paso de cebra!

-Sí, hijo, sí, es eso -supiró la madre de Manolín.

-De verdad, mamá, nunca entenderé lo que os complicais la vida los mayores para explicarnos cosas tan sencillas como esa. 

-Mañana probaremos otra vez a ver si ya eres capaz de ir solo al colegio -dijo la madre de Manolín.

-¿Sabes qué te digo, mamá? Mejor vamos juntos y me vas enseñando cosas nuevas, pero sin complicaciones, que luego me lías.

-¿No será que tienes miedo? 

-¿Yo? ¡No, para nada!

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