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El monstruo de mi armario

Cuando los niños tienen miedo al monstruo del armarío, algunos papás cuentan esta história que pasó de generación en generación

.

 

Santiago, de pequeño, como todos los niños oía cosas que nadie más podía. Su padre, iba a tranquilizarle algunas noches, cuando le oía llorar de miedo, pero casi siempre era su madre la que acudía. Y es que a su padre, de vez en cuando, se le escapaba una risita que Santiagio no entendía. Tenía cuatro años cuando lo oyo por primera vez.
Siempre le habían parecido mágicos los armarios, tan grandes, tan oscuros, de los que veía sacar todo tipo de cosas y en los que a veces desaparecían, ya que esto es lo que decía su madre, que a veces metía medio cuerpo dentro para al rato sacarlo con las manos vacías y enfadada, diciendo: - No está, ha desaparecido.
Pero nunca les tuvo miedo, hasta esa noche.
Estaba medio dormido, cuando oyo una especie de gruñidos que venían de dentro del armario y una luz roja, que salía por sus rendijas. Y entre los gruñidos distinguio unas palabras.
- Abre, abre. Quiero salir y comerte. Tendrás que abrir, tarde o temprano, y entonces saltaré sobre ti.
Y aunque sólo eran gruñidos, imaginó tras ellos una sonrisa espantosa y llena de dientes afilados y amarillentos, vio claramente la boca abierta y babeante de la que provenían los sonidos.
Y gritó. Gritó con toda su alma, cubriéndose la cabeza con las mantas, hasta que la luz que se encendía anunció que su madre estaba en la habitación. Santiago la miró todo ojos desorbitados y sollozos, hasta que a base de caricias su madre consiguió tranquilizarle lo suficiente como para que le contara lo que había pasado. Según Santiago le describía los gruñidos y las amenazas, el rostro de su madre fue adquiriendo una expresión de alivio frente a la preocupación con la que antes se había entrado, pensando que pasaba algo más grave. Le aseguró que en el armario no había nada, e incluso trató de abrirlo para demostrárselo, pero ante los llantos de Santiago, optó por cerrarlo con llave.
- ¿Ves? Ahora ya no podrá salir.
Y cuando se hubo convencido de que Santiago se sentía mejor, le dio un beso en la frente y se fue, apagando la luz.
Esa noche, no hubo más sonidos provenientes del armario.
Pero sí que los hubo la siguiente noche. Y la otra, y la otra.
- Saldré, una noche saldré, mientras duermes, y te comeré, ya lo verás.
La madre de Santiago se preocupó mucho por los gritos que se sucedían noche tras noche, pero su padre sonreía y le decia a su mujer que no se preocupara, y le llevaron un tiempo a dormir con ellos. Santiago escuchaba sus respiraciones acompasadas, con los ojos fijos en el armario de su cuarto, pero éste permanecía silencioso. El monstruo seguía encerrado en su propio armario, esperándole.
Sin embargo, por las mañanas no tenía más remedio que abrirlo para sacar su ropa, y aunque las primeras veces tenía mucho miedo, preparado para sentir sus garras atravesando su cuerpo, nunca ocurrió nada. Hasta vació el armario, seguro de que estaría agazapado en un rincón, pero no lo encontró.
Al monstruo no parecía gustarle la luz.
Esa noche todo fue distinto.
- Abre ahora, abre si te atreves, sin tus padres y sin la luz del sol. Te comeré de un solo mordisco.
Todas las noches cerraba el armario con llave, y guardaba la llave bajo la almohada. Todas las noches el monstruo le amenazaba, sin poder salir.
Pasaron los años, y su armario nunca se abrió a partir de las ocho de la tarde. Se acostumbré a los gruñidos, sintiendose seguro en posesión de la llave. Y se hizo mayor.
Su antigua habitación pasó a ser su estudio, y se casó, teniendo un hijo, Daniel. Sus padres se fueron a vivír cerca del mar, aunque de vez en cuando le visitaban. Y su padre le miraba como esperando algo, Santiago creía que sabía algún secreto que no le había contado, esperando a que él lo descubriera.
Todas las noches iba su estudio cuando todos se iban a dormir y escuchaba al monstruo, pero éste, con los años, también había cambiado. Su voz ya no parecía tan terrible, ni parecía haber sonrisa tras ella. Seguía amenazando, invitándole a abrir el armario, pero ya no le daba el mismo miedo que antes.
Ahora sentía...¿pena?¿nostalgia?
Daniel, que durmió con ellos sus primeros tres años de vida. Y entonces le trasladaron a una habitación solo.
Todo iba bien, eran felices.
Hasta que una noche, Santiago no oyo nada. Espero y espero, pero ningún sonido salió del armario. Ni la noche siguiente, ni la siguiente a esa. Una semana después, por primera vez , sacó la llave y abrio el armario.
Y allí estaba el monstruo.
Tenía el tamaño de un gatito recién nacido, temblaba como una hoja, y mirándole con unos enormes y rojizos ojos asustados le dijo: -Te comere...
Las lágrimas caían de unos ojos que, si cuando Santiago era niño, los imaginaba brillantes como llamas, ahora eran azules como el cielo.
Entonces hizo lo único que podía hacer. Cubrio su cuerpo, tembloroso e inofensivo como el de un pajarillo, con una manta, y le llevó al cuarto de su hijo, metiéndole en el armario y cerrándolo con llave.
A partir de esa noche, Daniel comenzó a llorar todas las noches.
Comprendio que los monstruos de los armarios no podían hacer nada contra los adultos, que a lo largo de su vida van encerrando a sus propios monstruos en sus mentes. Nada, salvo extinguirse, y morir.
La primera noche en que Daniel lloró, fué Santiago el que acudió a ver qué le pasaba. Y aunque no dudó de sus palabras cuando le contó que unos gruñidos le amenazaban desde el armario, Santiago oyó algo muy distinto.
Una vocecita que decía "gracias, gracias por no olvidarme".

Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
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