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El mono y el tiburón

~~Érase una vez un mono que vivía junto a la costa. Tenía la suerte de que, desde su árbol favorito, podía admirar la belleza del inmenso mar ¡Cuánto disfrutaba contemplando el fuerte oleaje en invierno y las calmadas aguas en los meses de verano!

 El árbol en cuestión era un manzano. En él pasaba la mayor parte del día, escalando por la copa para mantenerse en forma y mordisqueando una tras otra las ricas manzanas que tenía a su alcance.

~~Desde la orilla, un tiburón solía observarle con envidia porque él no podía llegar hasta la fruta madura que pendía de las ramas. Un día, le gritó con todas sus fuerzas:

– ¡Eh, amigo mono! ¿Podrías regalarme una de esas manzanas? ¡Nunca he comido ninguna y tienen una pinta muy apetitosa!

El mono, que era generoso y tenía fruta de sobra,  lanzó con acierto una grande, roja y brillante, a las fauces del tiburón. El enorme pez la engulló y se llevó una grata sorpresa.

– ¡Oh, esto sabe a gloria! ¡Está buenísima! ¡Muchas gracias!

 A  partir de entonces, empezó a acudir puntualmente a la orilla para comer la manzana que, muy amablemente, le regalaba el mono.  Enseguida se creó una complicidad entre ellos que hizo que se convirtieran en muy buenos amigos.

Después de un tiempo, en una de sus conversaciones diarias, el tiburón le hizo una interesante propuesta.

– Amigo mono, todos los días acudo a tu encuentro porque me gusta tu compañía y charlar un rato contigo. Yo ya conozco el hermoso lugar en el que vives. Creo que ha llegado el momento de que tú conozcas mi hábitat y descubras  lo maravilloso que es el mar.

El mono se asustó.

– ¡Uy, no, no, amigo mío! ¿Me has visto bien? ¡Soy un mono! No tengo aletas ni cola de pez para poder nadar ¡Si pisara el agua, me ahogaría al instante!

Negando con la cabeza, el tiburón le tranquilizó.

– ¡No te preocupes por eso! Yo puedo llevarte en mi lomo. Te encantará el mundo de coral que  hay en el fondo del mar ¡Te aseguro que es tan bello como el pedacito de bosque en el que vives!

El mono  masculló rascándose la barbilla con nerviosismo.

– Es que… No sé qué hacer…

– ¡Anímate! Podrás  ver enormes ballenas, pero también pequeños y delicados caballitos de mar ¡Es un espectáculo que no te puedes perder!

Ya sabéis que la curiosidad es muy propia de los monos, así que no pudo resistir más y aceptó  la invitación. Afinó la puntería y saltó ágilmente sobre el lomo del tiburón. Sentado a horcajadas como si fuera montado a caballo, comenzó a navegar dejándose acariciar por la brisa marina.

 ¡Todo era increíble! Le parecía estar en otro mundo, un mundo azul donde había especies de algas rarísimas, peces multicolores jugando entre la espuma… ¡Y cómo olía a sal!

De repente, de las profundidades,  llegó una voz.

– ¡Atención a todos! ¡El rey de los tiburones está muy enfermo! ¡Hace falta que alguien traiga urgentemente un hígado de mono para fabricar la única medicina que podrá salvarle! ¡Ayuda! ¡Ayuda!

El tiburón frenó en seco y miró fijamente al mono. Era su amigo,  pero claro… Al fin y al cabo él era un tiburón y su instinto depredador afloró al instante. El macaco, al ver cómo la cara de su colega se volvía tensa y amenazante,  se olió la tostada y buscó la manera de zafarse del peligro.

– Amigo tiburón, siento mucho que vuestro rey esté tan enfermo. Sabes que estoy deseando entregarte mi hígado, pero lo dejé en el manzano para que no se dañara con el agua. Acércame a la orilla y con mucho gusto te lo daré.

El tiburón se tragó la patraña.

– Está bien… ¡Mejor así,  porque si no me vería obligado a arrancártelo de cualquier manera!

El tiburón regresó con tanta rapidez a la orilla que el asustado mono tuvo que agarrarse a la aleta con mucha fuerza. Cuando por fin puso las patas en la arena estaba medio mareado, pero echó a correr como un bólido de competición. Al llegar a su árbol, trepó y trepó por él hasta sentirse completamente seguro.

Desde el agua, el tiburón, alucinado, le recriminó.

– ¡Eh, tú! ¡Vuelve! ¡Necesito que me ayudes!

El mono, todavía con el corazón en un puño por el sofocón, le contestó a gritos.

– ¿Estás loco? ¿De verdad me creíste cuando te dije que te iba a dar mi hígado?  ¡Eso ni lo sueñes!

El tiburón se quedó sin palabras. Se dio cuenta de que no había podido evitar comportarse como un tiburón, pero también que el mono era un mono y había actuado según su naturaleza. Cada especie es como es y el instinto animal de cada uno es algo contra lo que no se puede luchar.

Cada cual volvió a su entorno natural: el mono siguió viviendo feliz en su árbol atiborrándose de manzanas, y el tiburón se sumergió, como siempre, en las profundas aguas del mar.

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