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El lagarto Pérez

El Lagarto Pérez se buscaba una y mil formas de engañar a su mamá para no lavarse los dientes ningún día. 

Se inventaba todo tipo de triquiñuelas como decir que le había entrado un horrible dolor de tripa después de comer, que había quedado con los compañeros del cole para hacer un trabajo en grupo y llegaba tarde… incluso se metía en el baño y dejaba correr el grifo de agua un rato para que pareciera que se estaba lavando los dientes. Si estaba tomando el sol y veía asomarse a su mamá con el cepillo de dientes, se escondía rápidamente entre las rocas o en alguna grieta. 

Pero su mamá que tenía mucho olfato para estas cosas y sabía que su hijo no se lavaba los dientes a diario porque su tubo de dentífrico le duraba meses y meses y nunca se acababa.

A Pérez le gustaba mucho comer galletas con insectos y caramelos de mosquito. Su pasión eran las arañas bañadas en chocolate y los caracoles con miel. Como su mamá sabía que el azúcar era muy malo para los dientes le daba manzanas para almorzar en el colegio, pero Pérez con sutileza se las olvidaba siempre en casa. 

- Pérez, tienes que lavarte los dientes – le decía su mamá tras la comida.
- Lo siento mami, pero no puedo perder un minuto porque tengo que estudiar para el examen de mates de mañana. ¿O es que no quieres que saque buenas notas? - le decía poniendo carita de bueno.
- Pérez, hay que lavarse los dientes después de cada comida y más aún si has comido azúcar – insistía su mamá.
- Pero mami si ya me lavé los dientes ayer.. – respondía con una mentira Pérez.

El lagarto Pérez era astuto para crear artimañas tratando de engañar a su mamá y a sus amigos, pero más maña tendría su mamá para conseguir que por fin se lavara los dientes a diario. Como sabía que a su hijo le gustaban los dulces, compró dentífrico con sabor a fresa y olor a cupcakes y chocolate, en vez del tradicional de menta. Y como le apasionaba la música, consiguió un moderno cepillo de dientes que emitía sonidos.

- ¡Halaaa! ¡Vaya pasada de cepillo de dientes mami! ¡Y qué pasta más rica! ¡Sabe a fresa! 
- Me alegro de que te guste, Pérez, pero ahora ya sabes lo que tendrás que hacer. Tienes que lavarte los dientes. 

Así la mamá de Pérez consiguió que se cepillara los dientes durante dos minutos tres veces al día. Sobre todo antes de acostarse. Y que siempre llevara en su mochila un cepillo y un tubo pequeño de pasta junto con un vasito. Con el tiempo también comenzó a usar enjuague bucal y hasta hilo dental y visitó de forma periódica al dentista.

Pérez logró tener unos dientes relucientes, y un día le dijo a su mamá:
- Mami siento haberte mentido y haberte dicho que me lavaba los dientes cuando no lo hacía… no volveré a hacerlo jamás.

Datos del Cuento
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