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El hipopótamo y la hormiga

Había una vez una hipopótamo que vivía en un zoo. Disfrutaba de un espacio bastante grande y de una hermosa y profunda charca donde refrescarse. Ya se sabe que a los hipopótamos les gusta mucho el agua, y este se pasaba el día metido en su charca.

El hipopótamo comía bien y tenía todo lo que necesitaba. Pero, a pesar de eso, no era feliz. Se sentía muy solo y deseaba con todas sus fuerzas tener compañía.

Era tan grande y despistado que caminaba sin mirar aplastando todo a su paso, así que los pocos insectos y animalillos que una vez vivieron allí se habían marchado por miedo a que les pisara.

Un día, mientras salía de la charca, el hipopótamo observó a una hormiga que se llevaba pequeños trocitos de su comida y se acercó a verla. La hormiga, se asustó tanto al ver un animal tan grande que soltó la comida y salió corriendo a esconderse.

Cuando la hormiga vio que el hipopótamo había vuelto a la charca salió a coger la comida que había dejado olvidada. Pero el hipopótamo la había pisado y la había dejado inservible.

La hormiga buscó más comida, pero no había nada más por la charca. Puede que por rabia, tal vez por tristeza, la hormiga se puso a llorar desesperadamente.

El hipopótamo, al oírla, le habló desde la charca:
- ¿Qué te pasa, hormiguita? ¿Por qué lloras?

La hormiga se asustó otra vez y salió corriendo a esconderse.

- No te asustes, hormiguita -dijo el hipopótamo-. Me quedaré en el agua. Acércate y cuéntame lo que te pasa.

La hormiga, tímidamente, se acercó un poco al hipopótamo y le dijo:
- Has aplastado toda la comida que había. Y ahora no tengo qué comer ni nada que guardar para el invierno, que está cerca.
- Lo siento, hormiguita -contestó el hipopótamo-. La verdad es que no me he dado cuenta, supongo que no estoy acostumbrado a tener compañía ni a mirar por donde piso. 
- Vaya, yo también estoy sola. Acabo de llegar.
- ¡Tengo una idea! - dijo entusiasmado el hipopótamo -. Puedo ayudarte a encontrar comida. Saldré de aquí y esperaré a que trepes por mi pata. Luego buscaremos juntos algo de comer y te dejaré bajar a coger lo que necesites.

Durante varios días, el hipopótamo estuvo ayudando a la hormiga a recolectar comida y se hicieron muy amigos. Pero el invierno llegó, y la hormiga se tuvo que quedar en su agujero durante unos cuantos meses. Durante ese tiempo, el hipopótamo estuvo guardando comida para su amiga.

Cuando el invierno pasó y la hormiga salió de su agujero se alegró mucho de ver que su amigo aún seguía allí.
- Te he echado de menos, amigo grandullón -dijo la hormiga.
- Y yo a ti -respondió el hipopótamo-. Mira todo lo que te he guardado.
- ¡Muchas gracias! Con esta comida podrían vivir mil hormigas todo el año -dijo la hormiga alegremente.
- Si quieres puedes ir a buscar a más hormigas y podéis quedaros todas aquí. He aprendido a caminar con cuidado y no os haré daño ni pisaré la comida. 

La hormiga fue a buscar a otras hormigas y, poco a poco, fueron llegando también más insectos solitarios, algunos pájaros perdidos y también lagartijas y otros pequeños reptiles que no tenían dónde ir y buscaban un hogar.

Aunque el hipopótamo tenía que moverse con mucho cuidado, pronto descubrió que merecía la pena el esfuerzo, porque así podría disfrutar de la compañía de sus diminutos amigos. Ahora todos tienen casa, comida y compañía.

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